Chichonal, ni 35 años han bastado para sepultar la tragedia

La noche del 28 de marzo sembró un recuerdo inolvidable en la memoria de aquellos indígenas zoques que sobrevivieron a la venganza de «La Piogba-Chuwe» (La mujer que arde) que sepultó dos poblados y cerca de 2 mil personas; luego de más de 30 años, los pobladores aún recuerdan a sus difuntos y conmemoran el día en el que el volcán, cambió sus vidas por completo

Elizabeth Marina / Portavoz

[dropcap]H[/dropcap]an pasado 35 años y don Ariosto aún escucha el crujir del techado, los lamentos de las familias desesperadas que intentaban por todos los medios evadir las rocas hirviendo que volaban por los cielos sin rumbo fijo. Cierra los ojos y recuerda aquella columna de humo que nubló su vista la noche del 28 de marzo de 1982, cuando la furia del Chichonal sepultó 14 poblados y calcinó cerca de 2 mil indígenas zoques que vivían bajo sus faldas.
Difícil olvidar aquella escena en la que las cenizas y la lava que emanaban del volcán aterrorizaron a su madre y hermanas, quienes desconcertadas ante el fuego y el brusco movimiento de la tierra buscaron refugio debajo de los catres mientras elevaban súplicas a los cielos para evitar ser barridas por la cólera del Chichón.
Las rocas calientes que impactaban sobre el techo de las casas, los truenos y relámpagos por encima del volcán hacían aún más escalofriante la noche; «mi papá nos ordenó que saliéramos, si nos quedábamos ahí moriríamos y aunque también peligrábamos en la oscuridad era mejor intentar salir que quedar sepultados como el resto de los vecinos».
La erupción del Chichonal arrastró los poblados de Esquipulas Guayabal y Francisco León, que se encontraban ubicados a 5 kilómetros del volcán, y colapsó cientos de viviendas en Ostuacán, ubicado a 12 kilómetros y en Chapultenango, que se encuentra a 9. Ariosto, que en aquel entonces tenía tan sólo 12 años de edad, recuerda que las rocas incandescentes que perforaron los techados median aproximadamente 15 centímetros de diámetro.
El fenómeno natural fue noticia internacional por la dimensión del daño ocasionado, destruyó familias y poblados por completo, sus cenizas se esparcieron por municipios que se encontraban a kilómetros de distancia como Pichucalco, San Cristóbal y Tuxtla Gutiérrez; incluso aquella nube gris que hasta el día de hoy ocasiona insomnio a los sobrevivientes de la tragedia, alcanzó a los estados de Tabasco, Campeche, Veracruz y Oaxaca.
La noche se hizo eterna, para la madrugada del 29 de marzo la lluvia de ceniza continuaba, el suceso se repitió el 03 de abril luego de constantes temblores que según relata don Ariosto, llegaron a ser casi 30 por cada hora: «la tierra se empezaba a sacudir, nos daba miedo, de inmediato el volcán empezaba a rugir y sacaba pedazos de piedras hirviendo».
Para el quinto día del mismo mes, el volcán estalló por tercera y última vez, enterrando entre cenizas, lava y objetos geológicos a humanos, animales y todo tipo de plantaciones que había en aquel lugar.

Desplazados por la erupción

Don Ariosto y su familia forman parte del grupo de 20 mil habitantes zoques que tuvieron que ser desplazados luego de la gran erupción.
Dejando atrás su vida y sin un solo bien material en sus manos, la familia se mudó a Chiapa de Corzo; ahí junto con un grupo pequeño de indígenas zoques iniciaron una nueva y difícil vida, lejos de la fértil tierra que había sido sepultada por las cenizas del volcán.
Muchos otros, huyeron a estados vecinos como Tabasco, Veracruz, Mérida, Campeche y Oaxaca; mientras que meses más tarde y ante el abandono de las autoridades, un grupo decidió volver al lugar de la catástrofe que cambió para siempre sus vidas y que sembró un recuerdo inolvidable.
A más de 30 años de aquella erupción, el volcán está más vivo que nunca. De acuerdo con la Dirección Nacional de Protección civil, sigue representando una amenaza para los lugareños, pues en un futuro indefinido podría volver a explotar.
Mientras tanto, los indígenas zoques sobreviven en la miseria de una tierra estéril, perdiendo sus costumbres, tradiciones y lengua; los más jóvenes se rehúsan a hablarla por pena, porque además de haberlo perdido todo, las familias desplazadas son discriminadas y abusadas.
«Los muchachos no quieren hablar zoque, aunque les enseñemos la lengua ellos se niegan a usarla por vergüenza, en Chiapa se burlan y prefieren no aprenderlo y ser aceptados que hablarlo y ser rechazados».

Memoria de los muertos

Los años siguen su curso y el recuerdo de aquellos que no volvieron a ver salir el sol continúa intacto. Cada 28 de marzo, habitantes zoques emprenden una peregrinación al cráter del volcán para conmemorar a los muertos y recordar lo sucedido.
Los más viejos vuelven a relatar la leyenda de la dueña del volcán, «la mujer que arde, a quien según los antiguos zoques de la región intentaron asesinar y echaron del lugar.
La Piogba-Chuwe resistió, huyó y su espíritu halló refugio en las entrañas del volcán, el mismo que hace 35 años cobró venganza y sepultó a la descendencia de quienes la desterraron.

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