Chocar de noche

La negligencia, la corrupción y la ignorancia son una bomba de tiempo en cualquier lugar. Miguel lo comprobó cuando aceptó la invitación que le había hecho su hermana para ir a cenar a su casa

Óscar Aquino López / Colaboración

[dropcap]E[/dropcap]se día había transcurrido con normalidad. Fue a finales del año 2004. Después de terminar el trabajo en el periódico, la radio y la corresponsalía, Miguel aceptó la invitación que le había hecho su hermana para ir a cenar a su casa.
Llegada la hora, se comunicó telefónicamente con la que era su pareja, en ese entonces vivían juntos y ella estaba embarazada. Al principio, no le simpatizó la idea de que él se fuera a esa cena, quizá pensando que aquello se podía extender y él llegaría muy noche a la casa y probablemente con algunas cervezas encima.
Pero no fue así. Aunque con trabajos, la convenció de que volvería a buena hora y sin mayores contratiempos.
Fue a la casa de su hermana y el que en ese tiempo era su cuñado, ahí estaban otros amigos que todavía forman parte de su círculo más cercano. Todavía asegura no recordar qué fue la cena, pero cerca de las 10 de la noche comenzó a despedirse de todos, después pidió un radio taxi que lo llevara de regreso a casa.
El transporte llegó al fraccionamiento ubicado en el norte oriente de la ciudad. Al asomarse por la puerta pudo ver que era un auto modelo Atos, un vehículo súper compacto al cual subió en el asiento del copiloto.
El chofer y él iban en silencio, cada uno pensando sus cosas sin decir una sola palabra. El viaje se desarrollaba en calma. El taxi no llevaba estéreo por lo que el silencio se hizo más evidente. Envuelto en sus pensamientos dejó seguir al conductor.
Recorrieron el Libramiento Norte en una noche tranquila, con poco flujo vehicular por la zona y así llegaron al semáforo del Reloj Floral. En ese crucero, el taxista dobló hacia su izquierda para incorporarse a la calzada que pasa frente a Caña Hueca.
En esa época todavía existía la fuente Mactumatzá, que durante mucho tiempo fue el emblema de esta ciudad.
Marchaban por la mencionada calzada y cuando estuvieron prácticamente frente a la entrada principal del parque deportivo, el chofer redujo la velocidad al percatarse de que el semáforo en el crucero de la fuente estaba en rojo.
Se orilló y cuando vio el cambio de luz a verde, volvió a acelerar. Su intención era cruzar de norte a sur para subir por la curva del Libramiento Sur, donde se encuentra la «Antorcha de la Solidaridad» y después llegar hasta Ampliación Terán.
Sin embargo, cuando el taxi estaba por cruzar la esquina del semáforo en verde, una camioneta tipo Explorer color negro, repentinamente, a alta velocidad y sin el menor cuidado, apareció por el costado izquierdo del coche, es decir del lado del piloto.
El vehículo se pasó el alto cuando circulaba en sentido contrario al suyo, o sea de sur a norte. Sin precaución se «voló» el semáforo en rojo, rodeó la fuente y al girar, se impactó contra el taxi en el que viajaban.
El golpe fue con gran fuerza; la diferencia en el tamaño de los automóviles hizo que el Atos diera dos vueltas tras el choque hasta ir a parar a metros de distancia en el carril que lleva de oriente a poniente sobre el boulevard.
Cuando el taxi dejó de girar, Miguel sintió un intenso dolor en el costado derecho del tórax, que no le permitía respirar. Por un momento pensó que se le hubiera podido clavar una costilla en el pulmón y que eso impedía su respiración.
Un par de minutos después, pudo respirar casi con normalidad, aunque todavía con el intenso dolor. Ya con más calma notó que también se había golpeado la rodilla y que el parabrisas se había cuarteado cuando la colisión lo aventó contra él. Tenía pedacitos de cristal en la cabeza y en la nuca.
Entonces volteó a ver al chofer del taxi. Tenía el rostro bañado en sangre. Su cabeza golpeó contra el volante y esto le produjo una herida en la zona del párpado, misma que causó una intensa hemorragia.
Pero el conductor, herido y todo, seguía despierto; al verlo, Miguel le dijo que no se durmiera y que aguantara a la llegada de la ambulancia. Para tratar de mantenerlo despierto le preguntó su nombre y él dijo llamarse Walter.
Afuera del coche, en el crucero ya había un grupo de radiotaxis estacionados y rodeando al conductor de la camioneta que había provocado el accidente. Poco después vio que comenzaron a llegar reporteros, compañeros suyos, a la escena del choque.
Algunos colegas quisieron tomar fotografías de ellos adentro del auto, el chofer y Miguel heridos, el coche severamente golpeado y la camioneta con una abolladura en la parte frontal.
Resultó que quien conducía la camioneta era un sujeto en estado de ebriedad, quien dijo ser un «líder sindical», al parecer de la Sección 40.
Un rato después del choque, llegó al lugar una ambulancia de la Cruz Roja. Un grupo de jóvenes paramédicos, hombres y mujeres, se aprestaron a atenderlos, pero Miguel pidió que revisaran primero a Walter. Él se veía considerablemente peor. A esas horas su respiración ya estaba casi completamente restablecida.
El grupo de paramédicos se dividió en dos, unos fueron a atender al conductor y otros se quedaron con Miguel. Los examinaron, les preguntaron qué fue lo que había pasado. A los dos los subieron en camillas a la ambulancia, mientras el grupo de taxistas mantenía rodeado al ebrio conductor dizque «líder sindical».
No sabía la hora exacta de ese momento, pero él calculó que eran casi las 12 de la noche. Miguel ya había podido comunicarse con su pareja y con su familia para avisarles lo que estaba sucediendo. Eso fue posible gracias a que un compañero fotógrafo le prestó su celular para hacer la llamada.
Ambos fueron trasladados a las instalaciones de la Cruz Roja. En el camino fue haciendo preguntas a los paramédicos y al propio Walter, a quien ya le habían limpiado la sangre y aplicado una venda que le cubría casi toda la frente. Los médicos los atendieron amablemente. Las placas que le sacaron a Miguel mostraban que dos costillas se habían fisurado. Eso explicaba el dolor tan fuerte que sentía. Dada la magnitud del accidente y gracias a que la línea de radio taxis en aquel entonces brindaba un seguro de pasajeros, los llevaron a una clínica particular.
Con las radiografías y con un diagnóstico real de lo que tenían, fueron trasladados a la Clínica La Rosa, donde de inmediato los internaron. Desde el momento en que lo pusieron en una habitación, dejó de saber sobre la recuperación de Walter. A él lo pusieron en otra habitación.
A Miguel lo canalizaron con suero, analgésico y diazepam vía intravenosa. Con ello calmaron el dolor, pero también lo dejaron sumamente aturdido por el efecto de la mezcla de medicamentos. Además de las costillas fisuradas, presentó esguince en las cervicales, por lo que fue necesario ponerle un collarín rígido, al cual estuvo sometido durante un mes. Hasta su cuarto llegó un grupo de sujetos que supuestamente iban a nombre de aquel «líder sindical» para ofrecer el pago de todas las curaciones y decirle que pidiera una cantidad de dinero con tal de no interponer una denuncia contra su jefe.
Pasó la noche completamente dopado por el medicamento. En la mañana, al intentar despertar, pudo ver a un querido amigo sentado en el sillón frente a la cama. Sin embargo, sólo pudo sonreír un poco e inmediatamente volvió a caer profundamente dormido.
Al pasar las horas por fin pudo despertar. Aún con el collarín y sin poder hacer movimientos fuertes, se animó a pararse para ir al baño. Se negaba a hacer sus necesidades en esos recipientes llamados «patos», por eso fue al baño tanto para eso como para bañarse.
Su familia llegó al hospital; a la madre de su hijo le pidió que no fuera para no alterarla, pensando que podría quedar impactada por verlo tirado en la cama y que esto a la postre pudiera afectar el embarazo. Durante el día tuvo que comer los alimentos que la clínica le dio. Sólo cosas ligeras y con poco sabor. En la tarde noche, varios amigos estuvieron en la clínica acompañándolo y deseándole pronta recuperación. Pero al anochecer sentía un hambre salvaje, por lo que entre todos sus amigos hicieron una cooperación y dos de ellos se fueron a comprar tacos. De regreso, camuflaron como pudieron la bolsa y el olor hasta llegar al cuarto. Todos comieron tacos y dejaron el cuarto lleno de aroma a comida. Pudieron disfrazar un poco gracias a que en la misma habitación había una puerta de cristal que conectaba con un pequeño balcón. Dejaron abierta esa puerta y por ahí se fueron los aromas.
Miguel estaba de mejor humor cuando, al otro día, los médicos le dieron de alta. Otro amigo llegó con su coche para trasladarlo de la clínica hacia su casa donde continuaría su recuperación. Ya en casa, la madre de su hijo lo recibió con cierto alivio, pero también con cierto coraje porque el día del accidente, ella no estuvo de acuerdo con que se fuera a cenar a casa de su hermana. Pero las cosas ya habían sucedido; sólo quedaba hacerles frente y salir del problema lo más pronto posible.
Los hombres que llegaron al centro médico para pedirle que aceptara una cantidad de dinero por evitar la denuncia contra el ebrio «líder sindical», dejaron un número telefónico para que se comunicara directamente con él y solucionaran la situación.
Días después comenzó a buscarlo telefónicamente, le dijo que le pagara el mes que llevaría la primera parte de la recuperación antes de que pudiera volver a trabajar. 6 mil pesos por el mes sin trabajar para no perder su ingreso. Eso fue todo lo que le pidió.
Pero este sujeto, cada vez que lo buscó por teléfono, le dio largas y evadió su responsabilidad hasta que Miguel se cansó de esperar y terminó diciéndole lo que pensaba de él. Obviamente no fueron cosas agradables las que le dijo.
Nunca le pagó, se escondió, pero un tiempo después se encontraron cara a cara en el estadio, en un partido de futbol. Al toparse en las gradas, el supuesto líder evitó el contacto con Miguel, se hizo el desentendido y huyó como el vil cobarde que seguramente es.
La vida se encarga de poner a todos en su lugar y tiempo después, esta rata sindical fue acusado de un desfalco millonario, cosa que no sorprendió.
Ahora Miguel, con más edad, se ha puesto a pensar que las cosas no han cambiado nada con la gente que ostenta el poder en este estado. Desafortunadamente en ese ámbito de la política es casi un requisito ser un tramposo para lograr algo.
Otra cosa es la manera tan injusta en la que se utiliza el término «líder» a personas despreciables y corruptas como este sujeto. El problema es que hasta la fecha existen ese tipo de «líderes» en diferentes sectores y todos con alguna mancha, aunque sea pequeña, en su andar.
Ahora se ha dado también porque salgan unos don nadie a autodenominarse «líderes morales». Pero quienes se dejan liderar por esas personas es porque de plano no tienen dignidad o les falta desarrollar su intelecto para darse cuenta de la clase de delincuentes de cuello blanco que son esos impostores, líderes nada más en corrupción.
Al otro día, la foto del accidente apareció en la contraportada del periódico. En la imagen se podía ver el taxi con los golpes, así como Walter y Miguel en el interior del vehículo.
Después del accidente, Miguel no volvió a saber nada de Walter, pero desea que esté bien y que no vuelva a tener un accidente como el de ese día en el que por un momento sintieron que la muerte llegaba por ellos.
Hoy, hace 23 años que Miguel aprendió a conducir automóviles y en todo ese tiempo no ha tenido un solo percance. Sólo ese del taxi, pero él no era el conductor. Mientras tanto, ha visto cómo en la ciudad cada vez es más común ver choques automovilísticos de todo tipo. Les dicen accidentes, pero la mayoría de las veces el motivo de los choques es la forma irresponsable y estúpida de conducir que prevalece en Tuxtla.
Cada vez hay más concesionarias de autos que facilitan la adquisición de los vehículos. Sin embargo, los exámenes para obtener la licencia de manejo son apenas unos dibujitos y algunas preguntas que se responden en un papel.
No hay un verdadero examen de manejo para comprobar los conocimientos y habilidades como conductor de quien solicita dicha licencia. El resultado es una ciudad caótica, súper poblada de vehículos y repleta de gente que portan sus autos, sus camionetas, de las más baratas y de las más caras, y que no tiene la menor idea de lo que son las leyes y reglas de tránsito. Y por supuesto, no hay quien ponga alto a este desorden ya que, como en muchos otros aspectos, la autoridad ha sido rebasada por el caos.

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