Cine Lux, cuando una estrella muere

En este (lugar) un hombre amó, otro se puso triste, uno más estuvo contento, y otro miró a lo alto y contempló sus manos de arena

Mario Nandayapa / Colaboración

[dropcap]L[/dropcap]a chamarra café péndula con movimientos mínimos de arroyo. Chepe Molina la acaba de colocar en un perchero improvisado en la esquina del interior de la cabina de proyecciones del Cine Lux. Era octubre, tenía que ser este octubre canijo. Y no por el frío, acá en el trópico solo existe la época de lluvia y de seca. Señores digo esto por ese estruendo del terremoto que avasalló al pueblo de teja y adobe en octubre de 1975, aún está en mí. Tal vez sea finales de octubre, el viento que guía a los muertos así lo confirma.
La chamarra dispuesta a lo alto anuncia algo, y se trata de la desnudes de un hombre apacible que excitaba el movimientos de las imágenes a través del proyector. José Molina no era común, era la extensión de la mirada del cineasta, y del nervio de la tensión dramática. No podía faltar a ninguna cita, imposible. Así que cuando estaba enfermo, solía estar en dos sitios a la vez, tumbado en la casa y contándonos una historia que aunque tenían final, siempre serán inconclusas. Sí señor, todas ellas ciertas. Gorilas descomunales raptando a una rubia, hombres viajando al centro de la tierra o pisando la luna. Sí señor, todas ellas ciertas como esa ballena blanca que el mar envidiaba.
Saben, en este cine un hombre amó, otro se puso triste, uno más estuvo contento, y otro miró a lo alto y contempló sus manos de arena.
Los domingos no fueron los mismos desde que el cine cerró. En verdad nada fue igual. Las tostadas, empanadas y plátanos fritos que se vendían afuera en triciclos, no volví a degustar. No supe más de citas amorosas, ni novedades cinematográficas. No divisé más a Chepe Molina, y sus historias narradas siguen inconclusas, guardando la vigilia trato de resolverlas como ecuaciones matemáticas, mientras que el pueblo duerme. Todo quedó bajo ceniza y lava volcánica como Pompeya. Claro que sí, el Cine Lux fue sepultado cuando estaba en actividad cotidiana, como si al otro día se abriría con normalidad.
La chamarra café sigue aún pendulante, tal vez más fuerte que antes, en el mismo sitio treinta años después.

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