Ustedes disculpen
¡Perdón por llamarlos corruptos!
No quisimos tocarles su moral o que se sintieran aludidos —afrentados, insultados, ofendidos, esbozados, señalados, marcados, heridos, lastimados—, ¡uff!
No buscamos, en verdad lo digo, mancharles su virtud y que brotara la palabra dura como un dardo certero —que pulula por doquier y que todos gritan y que señalan— lastimando su ética.
¡Ni de broma fue así!
¿Cómo atrevernos a ensuciar sus limpísimos nombres, sus tan distinguidos cargos?
¿Cómo sentirnos libres de atribuirles calificativos que denostan sus tan ilustres apellidos y su abolengo?
¿Cómo osar escribir en contra de hombres y mujeres que lo han «entregado todo», que se han sacrificado por esta nación y a los que les debemos lo que hoy tenemos y que a manos llenas podemos tomar?
¿Cómo llamar corruptos a quienes el sistema cubre con su manto impune de amor y que son sometidos a auditorías que muestran su grandiosa labor?
¡Qué injustos somos!
Mire nomás al magnánimo Humberto Moreira: un hombre de alcurnia, con una moral intachable —en España lo conocen bastante bien— y que puso en alto el nombre de México.
Un político de modales y gustos finos, mismos que alimenta con el sudor de su frente y el trabajo honesto y responsable en pro del desarrollo de esta patria.
De un linaje que no se mancha, dicen algunos priistas que así debe de decirse en estos casos de solemne defensa (¡ay, Papantla, tus hijos vuelan!).
Un hombre pulcro cuya moral es proba e inmarcesible, y que un periodista tuvo «el gran error» de etiquetar —sindicar, marcar, acusar— en un corruptómetro en donde se lastiman sus principios, su tan decoroso empeño por servir a este país al que tanto le ha legado.
Un hombre sensible al que vimos llorar tras retornar cargado de emociones y que casi besa el suelo de este país por el que ha entregado todo.
Porque, ¿qué van a pensar sus hijos, sus primos, sus hermanos, su esposa, sus empleados?
Porque, ¿qué pensará la gente cuando se le acusa de corrupto a un ser de luz, un hombre que por donde pasa deja un halo de honestidad?
¡Ustedes disculpen, queridísimos políticos, por decirles que tienen tufo a corrupción!
¡No fue esa la intención!
Culpables somos —me incluyo, porque también he bautizado así a varios presidentes municipales, funcionarios, diputados y exgobernadores— de tan aberrantes adjetivos, de calificarlos sin entender que su clase política se sacrifica para que nuestro México pueda ser lo que hoy es.
Perdón por ser tan desconsiderados con ustedes que nos han regalado primeros lugares en pobreza —al menos en mi estado es así—, que se han empeñado en entregar cada pedazo de esta tierra a intereses aviesos, que no tienen empacho en dejar endeudadas a sus entidades o a las instituciones en donde llegan a servir(se).
Hasta ahora entiendo que todo lo que hacen es por el bien de esta nación y me conmueve su sacrificio que es digno de todo reconocimiento. Perdón, perdón.
¿Cómo pagarles por aceptar tan pesadas cargas, por las horas de estudio que le invierten a la Constitución hasta que encuentran en donde modificarla y así poder sacar ventajas para que no suframos tanto?
¡No los merecemos! ¡Este país no los merece!
Mire que acusar deshonestidad en sus acciones, impunidad en sus comportamientos o reprochar porque se cambian el poder como estafeta.
Mire que señalarlos cuando pasan las horas sentados bajo las frívolas salas climatizadas, en sillones de piel, bebiendo aguas tónicas, degustando manjares con todo el sacrificio que eso conlleva y forzando la risa a carcajadas —les ha de doler su pancita— en el análisis de lo que es mejor para nosotros.
Mire que criticar porque nos ayudan a desaparecer los presupuestos, porque inflan las facturas, porque se enferman de poder, porque abanderan el peculado, el lavado de dinero, la prostitución, el narcotráfico, los feminicidios, la violencia o el tráfico de influencias.
Mire que llamarles ladrones cuando ustedes mejor que nadie saben que el dinero corrompe y por eso no debemos tenerlo nosotros, y se sacrifican entregando sus almas y sus cuentas personales que injustamente exhibió Panamá Papers.
Pero la justicia siempre llega y se acomoda en los brazos de los desprotegidos, y se vuelca en favor de aquello que no está bien, y juzga con su sed eterna, y castiga con todo su poder, y nos enseña que los errores se pagan.
Gracias infinitas a nuestra Suprema Corte de Justicia de la Nación por la lección dada.
Gracias por defender a nuestro gran tlatoani Moreira, ejemplo de ética y moral.
Sin ustedes, que desde los tribunales tuercen los hilos por lo que es realmente justo, este país no valdría la pena.
Gracias por defender lo defendible: a un hombre cabal y comprometido con este injusto país.
¡Perdón, me cae, por llamarlos corruptos!
Manjar
Una foto y dos Manueles. Andrés, el presidente, y Velasco, el senador. Abrazados, sí. Sonrientes. Trajeados. Bajo la caricia de un tenue sol, posan. Acordaron, según el post que circula en redes sociales, impulsar reformas en pro de la 4T. Así funciona la política desde hace mucho. Forma sigue siendo fondo. En efecto. Ambos Manueles han tenido una amistad grande de años atrás. Lo sabemos todos. Quienes piden juicio político y castigo para el legislador, deben entender que no pasará. Hay acuerdos que se forjan con sangre. Otros que se encumbran por intereses. La sonrisa del mandatario lo dice todo. La respuesta siempre ha estado ahí. La serenidad del senador lo reafirma. #UnoMismo // «La mayoría de las personas están tan absortas en la contemplación del mundo exterior, que están totalmente ajenas a lo que está pasando dentro de ellas mismas». Nikola Tesla. #LaFrase // La recomendación de hoy: el libro A dos de tres caídas sin límite de textos de Hugo Montaño y el disco Boy de U2. // Recuerde no comprar mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.