Libertad de expresión
El 7 de octubre de 1913, por órdenes del dictador Victoriano Huerta, fue asesinado el doctor chiapaneco Belisario Domínguez Palencia. Lo mataron por no quedarse callado. Por no aceptar ser cómplice de ese régimen. Hoy, 107 años después de aquel cobarde crimen, conmemoramos en su honor el Día de la Libertad de Expresión, un día que no es exclusivo de los medios de comunicación y de los periodistas, sino que abraza a todas las voces críticas que emanan de la sociedad y que exigen un cambio real.
A diferencia de muchos mexicanos que firmaron un documento donde señalan que está en riesgo la libertad de expresión, lo cual respeto ampliamente, yo veo otra cosa. Quizá porque deambular en las redes sociales, leer revistas y periódicos de circulación local, nacional e internacional, y escribir en los medios de comunicación me ha permitido toparme con miles de opiniones a favor y en contra de gobiernos, políticos y del propio presidente. No es de ahora, aclaro. El referente más inmediato es el expresidente Enrique Peña Nieto. Y ahora el mandatario López Obrador.
Yo mismo he ejercido este derecho y he señalado, de acuerdo a mis lecturas, los aciertos y errores en los tres órdenes de gobierno y en los tres poderes. He puesto el dedo en la llaga en algunas figuras públicas que se toman los análisis de forma personal cuando se señala su nimio desempeño. Porque si de algo puedo jactarme es que no intervengo en asuntos familiares o deslices personales, sino que apego mi derecho a la libertad para juzgar, desde mi óptica particular, el ejercicio profesional desde las diferentes esferas y aparatos del poder.
He repudiado los burdos intentos por coartar la libertad de expresión a algunos compañeros, por los ataques de algunas organizaciones y por el acoso que sufren algunos luchadores sociales e, incluso, he pedido desde mi espacio como columnista (y lo seguiré pidiendo hasta que la vida me alcance), justicia para mi amigo Mario Gómez, quien seguro estoy haría lo mismo si de mí se tratara.
No ha sido fácil mi función como columnista en una sociedad tan polarizada, lo confieso. Quizá porque siempre estoy buscando cuidar cada palabra, cada frase, cada sentencia marcada bajo mi firma. Nunca olvido que soy responsable de lo que público, que hay gente que me lee, que hay gente que me comenta y pregunta algunas cosas, y que por tanto debo ser cuidadoso entendiendo que también aquí las formas son fondo.
Fue bajo ese ejercicio de escribir esta columna como llegué a la Asociación de Columnistas Chiapanecos, quien por cierto hoy está de manteles largos cumpliendo un año más y bajo este motivo estrenaremos instalaciones. Tendremos ya nuestras oficinas y ese es un paso loable para nosotros. Y creo, que pese a los encuentros y desencuentros que podamos tener, todos los integrantes hemos forjado una buena amistad y tejido un espacio donde podemos compartir lo que pensamos desde el respeto y la tolerancia, lo cual agradezco.
No comulgo con la forma de pensar de todos los integrantes, pero respeto profundamente a cada uno de ellos porque siempre tienen algo qué aportar, algo que enriquece mi forma de ver la vida y, sobre todo, porque encontré en este grupo de amigos la solidaridad y empatía en los momentos más difíciles. Creo que ellos entienden bien esto que hablo.
Llegué hace apenas tres años a esta AC por invitación de dos periodistas: Pascual Cruz Galdamez, actual presidente de la Asociación, y mi maestro Ruperto Portela, con quien siempre que tenemos oportunidad nos sentamos a beber café y hablar de libros, de historia, del Alvarado y de la vida. El recibimiento fue bueno y hasta hoy disfruto mucho compartir con ellos parte de mi tiempo.
Celebro estar en la AC con todos y cada uno de sus miembros, los que están y los que incluso decidieron tomar otros rumbos, con quienes compartimos tiempo y espacio, porque parte de mi crecimiento profesional se lo debo a esas discusiones acaloradas, a las aportaciones de cada uno cuando se trata de analizar la vida de este país, a nuestra diversa forma de entender las cosas.
Pero sobre todo, celebro poder escribir libremente esta columna, poder señalar a políticos que dejaron el cargo y a los que aún lo ostentan, de denunciar o analizar la situación sociopolítica que nos toca vivir. Celebro poder realizar este ejercicio tan importante y por ello trato de hacerlo con la responsabilidad que implica. No me agrada el amarillismo para ganar unos likes, lo he dicho y lo seguiré repitiendo hasta el cansancio. Respeto a quienes lo hacen y les funciona porque al final, a quienes ejercemos esta noble profesión, desde diferentes aristas, la historia también nos juzgará.
Manjar
Justo en la antesala de los informes de gobierno, a dos años de no hacer absolutamente nada con su administración, muchos presidentes municipales en Chiapas corrieron presurosos a inaugurar algunas calles, a mostrarse trabajadores y a acarrear a quienes se dejan caravanear para justificar lo que no es. Lo hicieron para tener herramientas que les permitieran plasmar un discurso retacado de «hechos». Algunos tuvieron, como el de Jiquipilas, el cinismo de inaugurar un baño. ¡Caramba! Empero, esa es su realidad. Ese es el trabajo y el mediocre desempeño de la mayoría que sólo llegan a servirse, que toman el poder para beneficiarse. Pocos son aquellos que dejan un legado o que ayudan a transformar los pueblos. Ojalá la gente entienda esto y deje de votar por los parásitos.
#RealismoMágico
«Fragilidad del alba: en el límite / de tu lámpara oscurecida: aire / sin palabras: flor de ceniza, corola /plegada. Desde el más pequeño /de tus soles, retienes / la escaldadura: vaina / de luz aplacada. Tu palma /en barbecho: su semilla / entrando en la mudez. / Más allá de esta hora, el ojo / te enseñará. El ojo aprenderá / a desear». Paul Auster. #ElPoema
//La recomendación de hoy: el libro El astillero de Juan Carlos Onetti y el disco Marshall Mathers LP de Eminem. // Recuerde: no compre mascotas, mejor adopte. // Si no tiene nada mejor qué hacer, póngase a leer.