La tarea de cuidados exacerba la condición de vulnerabilidad para las mujeres migrantes
Gretchen Kuhner, directora del Instituto para las Mujeres en la Migración (Imumi)
Cuando iniciamos el trabajo para promover los derechos de las mujeres en la migración en 2010, sabíamos que queríamos trabajar desde una perspectiva de género, pero no sabíamos cómo nos ayudaría a entender las situaciones de las mujeres migrantes, ni cómo cambiaríamos las formas de trabajar que habíamos aprendido en otros espacios. Tomamos como base una definición sencilla de género como los roles, las características y oportunidades definidos por la sociedad que se consideran apropiados para los hombres, las mujeres, los niños, las niñas y las personas con identidades no binarias.
Estábamos muy bien versadas en la teoría – queríamos observar las causas de las desigualdades y los obstáculos al desarrollo equitativo para poder promover la equidad de género, entendido como la igualdad en el acceso a oportunidades para todas las personas desde el trabajo con las personas migrantes. También sabíamos que era necesario examinar las relaciones de poder a nivel de las familias migrantes, entre nosotras y las familias migrantes, entre las autoridades y las familias migrantes y nosotras, y entre los Estados en un mundo extremadamente desigual y patriarcal, pero a través de los cuales también cruzaban temas de colonialismo, clasismo, racismo y otras formas de discriminación.
En 2011, tuvimos la suerte de poder salir a entrevistar a mujeres mexicanas en comunidades de origen para preguntarles sobre sus experiencias como mujeres vinculadas a la migración: ¿Quién de su familia había migrado? ¿desde cuando? ¿cómo mantenían la comunicación? ¿su familiar tenía documentos para poder visitar de vez en cuando? ¿a partir de estas experiencias, cuáles necesidades legales tenían?
En la introducción a este informe resumimos algunas observaciones que hicimos después de platicar con cientos de mujeres en comunidades de origen:
Son las mujeres quienes generalmente tienen que ingeniárselas para subsistir en contextos de marginalidad, pocas fuentes de empleo y en la búsqueda de formas de vida que concilien la ausencia del esposo/compañero, hija, hijo, hermana, hermano, madre, padre u otro familiar con el que muchas de las veces sostienen una relación de interdependencia económica y social. En el caso de las parejas, mientras los hombres «pagan la cuota» al tener que partir al norte para cumplir con el rol como proveedores económicos de sus familias, ellas «tienen que ceder» su autonomía económica y quedarse a cuidar a las hijas, los hijos, familiares enfermos, la casa y las propiedades. En muchas ocasiones esta situación que se combina con la prohibición «a larga distancia» del esposo de no salir de sus casas si no es para cumplir con sus obligaciones (llevar a la hijas e hijos a la escuela, comprar el mandado, etcétera.), y bajo la vigilancia de la comunidad (familiares de la pareja, vecina, vecinos o conocidos).
La información que recaudamos se alineaba con los roles tradicionales de mujer/hombre y no dejaba mucho espacio para diferentes expresiones de género. De hecho, las formas de las cuales las mujeres pudieran ganar espacio dentro de los roles tradicionales se consideraban desviaciones –como tener que esconder una relación sexual a pesar de que toda la comunidad supiera que el esposo tuviera otra pareja en Estados Unidos. En este contexto, los temas que más les preocupaba fueron la pensión alimenticia (presión de la sociedad para seguir aportando a la familia), la ubicación de familiares con los cuales hubieran perdido contacto (por una situación de salud, migratoria, penal, o porque ya no quisieran mantener contacto), el acceso a la salud tanto para la persona en Estados Unidos, como para la familia en México, y documentos de identidad para las niñas y los niños de la comunidad que nacieron en territorio estadounidense, pero que vivían entre los dos países. De estas entrevistas, entendimos que no existe una forma de participar en la migración como mujer, sino una diversidad de experiencias que cambia dependiendo de las circunstancias, lecciones de vida y expectativas de cada mujer y cómo se identificaba vis a vis los roles impuestos por la comunidad dentro del contexto migratorio.
A 12 años de haber iniciado este trabajo, el tema de los cuidados –en el caso de las mujeres en la migración, quien tiene el «deber» de los cuidados y quienes tiene el «derecho» de los cuidados– sigue siendo el tema desagarrador. Por un lado, pesa la falta de políticas de cuidado para mujeres inmigrantes que quieren y necesitan trabajar, y por otro lado la imposibilidad de cuidar debido a la separación familiar por la deportación o los pleitos de custodia transnacionales donde la extracción de niñas y niños tiene un impacto emocional en la niñez.
A la vez, la violencia de género es en muchas ocasiones el factor que influye en la decisión de salir a buscar protección o que impide la posibilidad de quedarse en México y encontrar posibilidades de vivir tranquilas. Es difícil en el día a día, en medio de las emergencias, pensar en la igualdad de oportunidades, de cómo las personas migrantes son tratadas por las autoridades con base en las construcciones de género, y cómo, más allá de resolver la crisis del momento, podemos paralelamente trabajar para un cambio más profundo, pero sin duda, la categoría de género nos ayuda a imaginar el deber ser.