Conoce a Rigoberto Gmez, un valiente ante la crisis

Es un tuxtleco poco común, al verlo podría decirse que es un vendedor de agua más, pero lo que pocos saben es que es un «multiusos», un hombre autodidacta que con sus esfuerzos ha sabido enfrentar la vida y proveer a su familia

Julieth Rodríguez / Portavoz

[dropcap]D[/dropcap]esde que el sol acaricia la ciudad con sus primeros rayos y hasta que la noche extiende su negro cuerpo sobre Tuxtla Gutiérrez, Rigoberto Gómez Hernández cumple su jornada laboral. A las 6:00 de la mañana pedalea su viejo triciclo. Sus compañeros de viaje: ocho garrafones de agua con capacidad de 20 litros.
Este día no es como los otros, amaneció fresco, así que el sol tardará en tostar el cuerpo de Rigo que sortea las calles de costumbre: San Juan Sabinito, La Caminera y colonias aledañas. Es hombre de familia, tiene cinco hijos y todos en edad escolar. Mitiga las necesidades de su hogar con la venta del día que es fluctuante, en un día ordinario vende 20, 25, 30 botellones, y en el mejor de los casos, 50. Es un trabajo extenuante.
«Es el trabajo más pesado que conozco de todos… el agua pesa más que la piedra, y hay que ir con mucho cuidado. No cuesta la pedaleada, sino empujar el triciclo en las subidas. Te deshidratas y ya arriba te dan ganas de tomarte un pozolito».
Aparte de ser vendedor de agua, Rigoberto se hace de otros ingresos: es albañil, pero sólo si se trata de detalles; es jardinero e incluso poda árboles; zapatero, electricista, fontanero y vendedor de productos naturistas. Con anterioridad a su empleo actual, fue frutero y en su juventud, aplicador de encuestas en censos, de exámenes en el Instituto Nacional de Educación para Adultos (INEA) y agricultor. Todos estos oficios los ha aprendido de manera autodidacta, «con sólo ver» y han hecho de él, un hombre multiusos.
«En el mundo hay muchas cosas qué hacer. Es bueno saber de todo, porque si uno no sabe nada pues no hay paga tampoco, cuando no se termina una carrera hay que aprender a sobrevivir haciendo muchas cosas. Hay que ser una persona multiusos».
Él trabaja desde pequeño, de ahí su destreza. Su infancia en su pueblo natal, Pueblo Nuevo Solistahuacán, la califica como muy triste ya que su familia era pobre y su padre es, hasta la fecha, alcohólico.
«En ocasiones no había con qué mantener a la familia. Él luchó como pudo pero por ser alcohólico no nos dio atención a nosotros. Nos criamos de puro milagro. Y por todo eso, soy lo que soy, porque desde chiquito aprendí a hacer muchas cosas».
Rigoberto recuerda el lugar que lo vio nacer como el más bonito, de clima fresco, de llovizna constante y sin molestos zancudos que turben el sueño.

Su anhelo: ser físico-matemático

Un niño sin cuaderno, ni lápiz y mucho menos mochila entre cuatro paredes de piedra y cal, quería aprender. Al principio siguió a sus amigos a la escuela por su deseo de jugar, venció la pena y se coló al salón de clases. La maestra al percatarse que era nuevo, decidió animarlo y comenzar a enseñarle a leer.
Así este hombre multiusos, comenzó a estudiar a los 9 años de edad en los Albergues Escolares Indígenas (AEI). Estos sitios de aprendizaje fueron construidos por el Instituto Nacional Indigenista (INI) y tuvieron gran importancia en los setentas, señala el informe final fechado en 2006 de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI), institución que actualmente tiene a cargo este programa.
Se convirtió de niño agricultor a chico aplicado y participativo, ávido de aprender tanto que en tres meses su profesora se le acercó y le dijo que estaba preparado para continuar el segundo grado. Sin embargo no fue fácil, su familia lo persuadía constantemente de desertar, de volver a colaborar en la economía familiar. De esa manera Rigoberto se vio obligado a trabajar, ahora para mantenerse en la escuela.
Cursó hasta el primer año de preparatoria con calificaciones excelentes. Su jornada era exhaustiva: del trabajo a la escuela y sucesivamente, hasta que su cuerpo no pudo más, se enfermó de gravedad y ya hospitalizado, el médico fue tajante con él: «el estudio o tu vida»; entonces coartó su anhelo de ser físico-matemático, prefirió vivir. «Me hubiera gustado ser físico-matemático. Me gustaban mucho las físicas y las matemáticas porque eran muy difíciles y todos les tenían miedo».
Aunque truncó sus estudios, Rigoberto ama la lectura y confiesa que ha leído de todo un poco, libros de texto, enciclopedias, libros de medicina general, de primeros auxilios, de medicina tradicional y revistas de diversa temática que a falta de alguien más, son sus fieles consejeras.
«Gracias a las revistas cambié hábitos, porque yo tomaba. Descubrí que el alcohol es malo. Mis grandes consejeras son las revistas».

Tiempo para la espiritualidad

Además de sus múltiples actividades, este sencillo individuo tiene tiempo para Dios. Comenzó a buscarlo a raíz de la erupción del volcán Chichonal, un suceso tan violento que sólo en 40 minutos, la columna eruptiva arrasó con 400 kilómetros a la redonda, mientras se alzó 17 más al cielo. Afectó diversas comunidades indígenas y conmovió el corazón de Rigoberto.
«Yo puedo decir que soy fruto del volcán Chichonal, porque cuando reventó el volcán casi casi para mí fue el fin del mundo. Entonces comencé a llegar a la iglesia, a buscar a Dios… a estar pendiente; cuando vine a sentir, ya tenía mi grupo y daba pláticas».
Su familia es su equipo en estas cuestiones; sus hijas pequeñas (de siete y tres años) son su gran apoyo en oración; y es en este ámbito eclesiástico donde se desenvuelve como conferencista, actividad que lo ha llevado a San Cristóbal de Las Casas, Tapachula, Cintalapa, Villaflores, Copainalá, Pichucalco y otros lugares.
Rigoberto señala que aquí también las revistas le ayudan a expresarse y a estar frente al público, y que su próxima conferencia será frente a un grupo de trabajadores de gobierno; por ahora vuelve a su rutina diaria. Se pone de pie, sonríe gentilmente, monta su triciclo para alejarse del lugar junto con sus compañeros de viaje, los garrafones de agua. (PUBLICADO ORIGINALMENTE EL DOMINGO 18 DE JULIO DE 2010)

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