Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Una de las actividades que más disfruto en la vida es leer. Para mí pocos placeres son tan disfrutables como el acostarte en una hamaca acompañado por una lectura capaz de hipnotizarte, de atraerte a esa realidad que te están contando y que uno, como lector, recrea y hasta confirma que existe porque la estamos viendo en nuestra mente.
Claro que, al igual que a muchos de ustedes, apenas abro un libro parece que se prendiera un letrero con luces fosforescentes que dice «persona sin oficio», porque de inmediato se presentan urgencias impostergables, llamadas telefónicas de personas equivocadas y alguna ocurrencia de los niños que, aprovechando nuestro alejamiento mental, cometen sus más perfeccionadas diabluras.
En esos casos y por su bien emocional, le recomiendo que postergue la urgencia, apague el teléfono, amarre a los niños, y siga leyendo hasta sentirse feliz.
Siendo sincero, a veces mi capacidad de comprensión no me da para entender a algunos autores y mucho menos para disfrutarlos, en esos casos vuelvo la mirada a Borges y recuerdo que en una de sus últimas entrevistas dijo: «Si un libro aburre, déjelo. No lo lean porque es famoso. No lo lean porque es moderno. No lo lean porque es antiguo. Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo. Leer es buscar una felicidad personal, un goce personal». Y de la mano de tan ilustre conocedor de las letras y de la vida, he mandado al cajón del olvido a quienes quizá usted considera un imprescindible de su biblioteca personal.
Entonces opto por aquellos autores que me atrapan con su prosa, con la capacidad para crear historias interesantes e inteligentes, que no sólo me sorprenden con un final arriesgado, sino que a través de sus páginas van poniendo en tela de juicio algunas de las creencias más arraigadas con las que he vivido mis más de cuatro décadas o que me van convenciendo de que, después de todo, no siempre he vivido equivocado.
Es así como terminé de creer, gracias a Gabriel García Márquez, que las esteras voladoras sí existen, o confirmé con Toño Malpica que a nuestro alrededor hay seres sencillos que en el corazón llevan la llave de la felicidad, y no se diga que comprendí la existencia de los mundos paralelos, gracias a la capacidad narrativa de Haruki Murakami.
Muchas ocasiones me he preguntado de dónde habrán sacado tan brillantes ideas estos autores, y no pocas veces he dado con la respuesta: las encuentran en la vida cotidiana, en ese acontecer diario que usted y yo vivimos, pero que ellos puedes observar o comprender de una manera distinta.
Pongamos por ejemplo a Murakami, quien en su libro «Kafka en la orilla», sin grandes rodeos y con sencillez, nos convence de que dos mundos paralelos sí puede existir en un mismo planeta, aunque en cada uno de ellos se vivan tiempos y realidades distintas.
Pareciera una idea compleja, pero en la realidad mexicana la vivimos diariamente. Un caso sencillo y bastante trillado, nos lo ponen cotidianamente nuestros gobernantes. Mientras la gran mayoría vivimos con cierta incertidumbre, vemos que nuestra economía va en bajada y que el encono social crece porque no hay respuesta a demandas en materia de seguridad, educación, salud y justicia, ellos se pavonean con ropajes que sacarían de la miseria a varias familias, sonrientes desfilan por pasillos de oropel con movimientos estudiados y sonrisas practicadas para aparecer como corresponde en las revistas sociales y de historias rosas, donde nos cuentan que viven un país boyante, en un mundo donde todos son felices y donde se premia y encumbra al que nosotros —los del otro mundo— consideramos delincuente.
A veces da la impresión de que compartimos un mismo lugar y espacio. Es fácil comprender que eso no es cierto, que es un espejismo, un engaño de la razón. Nuestras realidades se encuentran tan distantes entre sí, que en su mundo no se alcanzan a escuchar las protestas por los desparecidos o los lamentos de dolor de los niños muertos y heridos en la guardería ABC, desde allá no se ven feminicidios, ni violaciones a los derechos de los migrantes y, al mismo tiempo, según ellos, nosotros somos felices, dichosos, con los nuevos gobernantes que han dado por imponernos.
Lo preocupante es que en algunos lugares como Chiapas, el mundo de la gente común parece estarse cansando del otro mundo, y cada vez se muestran más dispuestos a romper las barreras imaginarias para entrar por la fuerza a ese mundo paralelo, y no estoy en contra de que por fin compartamos un solo mundo, lo que me consterna es que eso ocurra de modo violento, y que al final de cuentas, todos salgamos perdiendo. Hasta la próxima.

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