Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

Hace seis años nació el querubín. Recuerdo los nervios que viví la noche anterior a ese parto programado, así como la sonrisa que porté desde la madrugada cuando despertamos, y que era mi modo de transmitirle serenidad a la dueña de mis quincenas.
Recuerdo también el momento en que me mi hijo salió al mundo. Él traía dos vueltas de cordón alrededor del cuello, lo cual no fue impedimento para que gritara con desparpajo que ya estaba listo para la vida.
Sin embargo, la tensión no terminaba. Vi cuando se lo entregaron al pediatra y allá voy, corriendo detrás de él para no perderme detalle de los primeros minutos de vida del chamaquito y, de paso, para contar si traía los deditos completos, la nariz en su lugar y que no me lo fueran a cambiar por algún otro que tuvieran escondido debajo de cualquier mesa.
Entonces me lo pusieron en los brazos y con cara de perrito perdido en el periférico salí del quirófano. A lo lejos me saludaron mis padres y Alejandro, un sobrino que ya estaba listo para donar sangre si llegaba a necesitarse. A punto estuve de caminar hacia ellos, me arrepentí al medio paso, luego avancé un metro hacia la recepción, ahí cambié de nuevo el rumbo y por fin encontré la ruta hacia el cuarto que nos habían asignado.
Lo que sigue es más o menos conocido por la mayoría de ustedes: noches de desvelo, el temor a la muerte de cuna, llenarse de toallitas para las decenas de veces que regurgitan, los nervios de darles el primer baño, cargar hasta con el perico cuando vas a salir de casa y, por supuesto, la cambiadera de pañales, de hábitos y de vida.
Pero todo eso se va, de a poquito termina por convertirse en un recuerdo, que no pocas ocasiones corre el riesgo de desaparecer del todo, si no es por algunas fotos de esa época o porque al encontrarte con padres con gestos agobiados cargando a sus bebés, te ves reflejado en sus acciones, nomás que varios años atrás.
Claro que no todo es sufrimiento, al contrario, los días empiezan a llegar llenitos de sonrisas, triunfos íntimos y momentos en que tu felicidad depende de cosas tan humildes como el color de la caca del bebé (o de que al menos haga, para no sufrir con su estreñimiento).
Además, no termino de entender cómo, los hijos se convierten en un mechero que encienden tus deseos de llegar más lejos, por ti y por ellos.
Ayer mi hijo me contó que ese era el último día en que tendría cinco años. Aunque yo ya lo sabía, no había sido capaz de comprender ese hecho con toda la fuerza que él me hizo sentir.
El querubín ya no es un bebé, hace rato que dejó de serlo y reclama ser llamado un «niño grande».
Es más, en pocos meses se irá a la primaria, y aunque noto que cada día me es más difícil cargarlo, a cambio se está convirtiendo en un gran compañero de viaje, con quien puedo jugar como si yo fuera niño y quien desde su sabia candidez me recuerda lo divertida que es la vida.
Así que hoy, en honor al cumpleañero, comeremos pastel y nos emborracharemos con horchata y jamaica, no para celebrar un día especial, sino para continuar con esta fiesta que comenzó hace seis años.
Hasta la próxima.

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