Cotidianidades… / Luis Antonio Rincn Garcia

El domingo me levanté sin saber por quién votar. Desayunamos con mi esposa preguntándonos el sentido que podría tener el voto nulo o si debíamos apoyar al menos peor de los candidatos, aunque luego nos quedara la amargura de haber respaldado a quien de cualquier forma no lo merecía.
Camino a la casilla, y como si no hubiera asuntos más importantes en el mundo, seguíamos con el mismo tema. Timbró el teléfono de mi esposa, justo cuando a mi derecha vi venir en sentido contrario a un tipo manejando una camioneta, se pasó un alto y dobló a su izquierda, lo que me permitió ver que iba hablando por el celular.
—¿Lo viste? —le pregunté a ella, que tecleaba veloz una respuesta al celular y me contestó un «no» apenas audible.
No muchos días atrás habría protestado enérgicamente contra tantas faltas cometidas por un solo sujeto en menos de diez segundos. Sólo que de pronto recordé la bola de mañosadas de que se ha valido los partidos políticos para estar en el poder y los enriquecimientos inexplicables; el aniversario del incendio de la guardería ABC; que Juan Sabines (exgobernador de Chiapas) será Cónsul de México en Estados Unidos; la participación popular en el robo de gasolina, el saqueo a camiones de empresas privadas, la quema de documentos y destrucción de mobiliario en las sedes de partidos políticos (esto en Tuxtla Gutiérrez); y la nula atención que recibieron estos hechos en los medios nacionales (lo cual seguramente significó un desembolso que al final de cuentas pagamos entre todos); y concluí que estando en una «tierra de nadie», quizá no sea el tipo de la camioneta quien estaba fuera de lugar, sino yo y mis discursos éticos.
Estaba por compartir esta serie de razonamientos con mi esposa, cuando le descubrí tal gesto de azoro, que a punto estuve de hacerle una broma. Por suerte callé a tiempo.
—Murió Katia Heinz —me dijo y se puso a llorar.
En ese momento, todo lo que antes venía pensando, perdió importancia.
Katia tenía veinticuatro años, y además de ser bella, reservada e inteligente, tenía la capacidad de darse a querer y de distinguirse por su trato amable y educado. Fue alumna de mi esposa en el nivel profesional y, junto con otros estudiantes de su generación, formaron un grupo sólido, protagonistas de las fiestas más sanas que he vivido entre universitarios, capaces de responder con sonrisas a los más crueles desafíos escolares, y quienes hace año y medio se lanzaron a la vida laboral con la firme intención de hacerse un lugar en el mundo.
Fue un grupo entrañable, que visitó la casa y jugó con nuestro querubín, y por el cariño que les tomamos a cada uno de ellos, les hemos seguido la pista a través de las redes sociales y por encuentros ocasionales.
A Katia le estaba yendo bastante bien. No sólo consiguió un buen trabajo, sino que demostró su valía en el mismo, recientemente tuvo un sobrino y, si no mal recuerdo, en febrero vimos una foto de ella junto a su hermana, donde las dos se veían muy sonrientes.
Como dije antes, Katia era reservada, y sólo con su círculo más íntimo compartió la noticia de que tenía cáncer. Luchó contra él como una guerrera, y como tal soportó el sufrimiento que éste implica. Al final asumió su destino con entereza y se despidió tranquila, para seguramente seguir dando batallas en planos que muchos no alcanzamos a comprender.
Desde la colonia donde vivo se alcanza a ver buena parte de la ciudad. En la noche me detuve un rato en una de las calles más altas, y con esa vista privilegiada, me pregunté cuántas batallas más se estaban librando en la intimidad de las casas, y no por migajas de poder ni por tener espacios para seguir enriqueciéndose de manera ruin, sino batallas por la vida, por la supervivencia o por recuperar la salud o la movilidad.
Recordé que hay mucha gente luchona que enfrenta el día a día con una fuerza que ellos mismos se desconocían, y que les fue requerida por la necesidad y el infortunio. Luchas muy distintas a las que libran esos seres de corazón miserable y alma corrompida, que buscan el poder para su beneficio mezquino.
Van estas líneas como un saludo a todos aquellos que cotidianamente luchan por la vida y a quienes los acompañan en esas batallas, y van también en memoria a Katia, a quien recordaré siempre como una mujer firme, que saludó a la muerte con serenidad y que en vida fue una gran guerrera. Hasta la próxima.

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