Hablar de la niñez siempre es importante, pero en el contexto actual tratar el tema de la niñez migrante es necesario en cualquier Estado. Conocer los problemas y necesidades de niñas y niños es indispensable para ajustar el rumbo en términos de política pública, al interior de las naciones, y también para impulsar la cooperación de manera regional y global.
La niñez migrante enfrenta una serie de desventajas y vulnerabilidades adicionales muy dolorosas. Además de los cambios de clima, falta de techo, alimento y agua, se exponen a robos, extorsión, violencia, abuso sexual, y pueden caer presa de redes de pornografía infantil, prostitución, trata, mendicidad y trabajo forzado, o integrarse a las filas del crimen organizado o de las guerrillas. Aún con estos riesgos, en todo el mundo, el registro de menores de 18 años en migración aumenta.
Del total de personas de 17 años y menos que migraron en 2019, 19% provienen de América Latina y el Caribe, solo por debajo de las cifras en África (25%), síntoma de la gran crisis de violencia y derechos humanos que aqueja a la región. El problema es mayúsculo, según la UNODC, de los casos identificados de trata en Centroamérica y el Caribe 40% fueron niñas y otro 39% mujeres, la mayoría para fines de explotación sexual. La reforma a la ley que, desde noviembre pasado, impide la detención de niñas, niños y adolescentes migrantes, acompañados o no y la entrada de la administración Biden se conjugan con las limitadas oportunidades de este sector en Centroamérica.
Para el primer trimestre de 2021 la ONU identificó que la migración de menores se disparó de 380 a 3500, principalmente de Honduras, Guatemala y El Salvador. Además de la intención de reunirse con sus familias, de acuerdo con UNICEF, niñas y niños huyen, –voluntaria o involuntariamente– de violencia, conflictos, persecución o han sido desplazados debido a desastres naturales, pero también buscan escapar de la pobreza extrema, y encontrar oportunidades de trabajo. La desigualdad y la necesidad de encontrar ingresos lleva a millones a dejar su país y cruzar miles de kilómetros, exponiéndose por alrededor de 2 meses.
Las impactantes fotografías filtradas de uno de los centros de detención de menores migrantes en EUA en la frontera entre México y Texas no deben ser solo una memoria gráfica. Ellas y ellos, que viajaban solos, o fueron separados de sus familias, están en colchonetas en el piso, hacinados, esperando que el sistema les permita salir, regresar o reencontrarse con familiares: ¿Dónde quedaron sus derechos? ¿Qué tipo de seres humanos somos, si no nos conmueve y si no actuamos por asegurarles un futuro decente? Exigirle a todos los Estados su defensa y corresponsabilidad nos hace mínimamente humanos.