Crnica: Los internos rebeldes

Por los pasillos de ese lugar, durante varios días, entre los custodios corrió el rumor de que se estaba fraguando un plan en contra del director Lisandro Alcalá

Óscar Aquino / Colaboración

[dropcap]E[/dropcap]l conflicto entre los internos y el director del Centro Penitenciario recrudeció en los últimos días a consecuencia de la supuesta orden expresa de reducir las raciones de alimentos a la hora de la cena, únicamente a los del ala «B», en el área de internos comunes. Por los pasillos de ese lugar, durante varios días, entre los custodios corrió el rumor de que los internos estaban fraguando un plan en contra del director Lisandro Alcalá.
El ala «B» estaba compuesta por 16 celdas con dos internos cada una. 32 sujetos que estaban purgando pena o esperando sentencia por algún delito del fuero común. Entre ellos, el que destacaba por su presencia y sus conocimientos era el profesor José Ricardo Leyva, un hombre que nació en San Luis Potosí y que cayó en esta cárcel hace medio año o un poco más.
Es maestro de educación física allá en su tierra, pero le tocó conocer estos rumbos porque asistió a una competencia nacional deportiva en la que sus alumnos y él participarían. Pero dos días antes de su competencia, protagonizó un escándalo en una de las sedes del evento. Dicen que lo encontraron en el baño donde se cambiaban y aseaban las señoritas deportistas. La mamá de una de ellas entró al baño buscando a su hija. Encontró al profesor Leyva espiando a la atleta. La señora puso el grito en el cielo; agarró a bolsazos al profesor. Enfurecida, la señora corrió buscando a los organizadores del evento. Les contó todo, pidió que llamaran a la policía porque este sujeto no sabía con la hija de quién se estaba metiendo. En el enorme auditorio pasó casi inadvertido el incidente, pero al profesor se lo llevó la policía. La mamá de la deportista era esposa de un abogado millonario de San Luis, quien tenía contactos por todo el país.
El profesor fue demandado formalmente por los delitos de Acoso Sexual de menores de edad, faltas a la moral, daño moral, intento de violación y abuso de poder. La señora estaba tan enojada que le habló al esposo a San Luis y le platicó todo. Se necesitaron menos de seis horas para que el profesor quedara sujeto a proceso jurídico. Él argumentó que se confundió el día del incidente y por eso entró, sin querer, al baño de las mujeres y no en el de los hombres. Pero sus palabras no le valieron de nada. Lo trajeron aquí al ala «B» porque aún no se le comprueba que haya cometido todos los delitos que se le imputan. La señora quería que lo dejaran encerrado para siempre, pero era más por el coraje y la indignación de lo que ella asegura haber visto. Sin embargo, parece que ya habló la niña ante la ley y dijo que el maestro nunca le había hecho nada, que era una buena persona y que el día en que supuestamente ocurrió todo, en realidad no pasó nada. Es posible que lo liberen en las próximas semanas.
Los otros internos del ala «B» son delincuentes menores. Aunque hay un grupo de seis que siempre andan juntos y parecen estar siempre planeando algo. Por culpa de ellos, los custodios fueron con el rumor de que se está gestando alguna movida en contra del director Alcalá y eso fue lo que provocó la orden de que las raciones nocturnas fueran reducidas.
La noche del 11 de septiembre, en tres celdas del ala «B» se escucharon murmullos. Eran las celdas donde dormían los seis presuntos conspiradores. Por momentos se escucharon risas, pero fueron acalladas por el custodio de turno. Los ruidos siguieron hasta que los 32 reos del ala se despertaron. El custodio se acercó a la celda de los más bulliciosos. Justo cuando su rostro asomó por la celda, uno de los internos sujetó su cuello y lo jaló hacia los barrotes. Le golpeó tres veces la cabeza contra el metal. Al custodio se le aflojaron las piernas. El otro interno le quitó las esposas y lo dejó sujeto a un barrote. Después le quitaron las llaves. Abrieron su celda y las demás, una por una y llamaron a todos a salir y reclamar por las condiciones de perro en las que los tenían por culpa del director de la cárcel.
―Traigan sus sábanas― repitieron varias veces los dos que comenzaron la movilización.
Cerca de las siete de la mañana, en la azotea del ala «B» se veían tres sábanas colgadas. Cada una con leyendas distintas escritas con tinta para zapatos. En una decía «Basta de abusos». En la otra se podía leer «Exigimos presencia del gobierno». Y en la tercera escribieron «Libres por siempre».
A esa hora, alguien alertó al director del Centro Penitenciario acerca de la movilización de internos del ala «B». Le dijeron que encontraron las sábanas colgadas en la azotea del ala, con leyendas de protesta. Al parecer, en ese momento no había heridos, sólo un custodio esposado contra el barrote de una celda.
El licenciado Alcalá tomó su radio Matra, habló con los altos mandos encargados de la seguridad en el penal y les dijo que tenían que controlar la situación. Ordenó que el comandante Santos intentara acercarse a ver a los internos y su protesta. Que le dijeran cuál era la queja.
El profesor Leyva optó por quedarse adentro del ala «B». No quería que lo involucraran con actos de rebeldía cuando estaba a punto de quedar libre. Sin embargo, ofreció ayudar a la causa desde su lugar.
El comandante Santos llegó al ala «B» y sólo encontró al profesor Leya junto con otros tres internos. Las celdas estaban abiertas. El policía esposado, esperaba sentado pacientemente por la ayuda para liberar sus muñecas. Del resto de internos, unos estaban en el patio, contando el intento de sublevación, otros estaban en la azotea junto a las sábanas. Subieron porque sabían que ese 12 de septiembre era día de visita familiar. Casi a las 10 de la mañana, los internos supusieron que sus familiares estarían en la entrada del penal, misma que se podía ver desde lo alto, en los techos. Los tipos hacían señas con los brazos.
Efectivamente, en la barda frontal de la cárcel, un grupo de mujeres, madres de algunos internos del ala «B» y de otras alas, esperaban la autorización para entrar a ver a sus parientes presos. Se sentía una tensa calma en todo el ambiente. Toda la periferia del penal estaba cercada por policías antimotines que portaban escudos, toletes y cascos con protección de acrílico.
Para esas horas de la mañana, el rumor de un motín en el penal ya se conocía en algunos medios de comunicación. Varios reporteros llegaron hasta la parte frontal de la cárcel. Encontraron a las madres de los internos. Una de ellas se acercó a un periodista, le pidió que subieran por el puente peatonal para decirle algo. Ambos subieron caminando como si nada, intentando actuar indistintos para no llamar la atención. El camarógrafo que fue con el reportero, comenzó a grabar desde el puente. La señora explicó que su hijo era interno del ala «B» y que se habían movilizado para reclamar por las malas condiciones en las que tienen a los internos, la comida en mal estado que les sirven a menudo, además que a las visitas les prohíben entrar con zapatos en el penal ni introducir alimentos. Todo lo tienen que comprar en la tienda del penal, donde suben los precios a todo. Al final de la explicación, la señora, a punto del llanto, le confesó al reportero que su hijo, allá adentro, tenía un teléfono celular escondido. Así, el interno se comunicaba con su mamá en días y horarios específicos, a escondidas de los policías.
―Si quiere, le llamo para que platique con usted y le cuente lo que está pasando allá adentro―.
El reportero aceptó encantado la propuesta. Él y el camarógrafo se pusieron de acuerdo para grabar con el micrófono, el audio de la conversación.
La señora marcó un número desde su teléfono y le entregó el aparato al reportero. Dio tono, éste sonó tres veces y antes del cuarto timbrazo, una voz de hombre respondió del otro lado:
―Hola mamá, cómo estás. Qué bueno que me llamas, creo que hoy no vas a poder entrar porque hay problemas aquí adentro―
Sólo hasta que terminó de hablar su interlocutor, el reportero le dijo:
―Soy reportero, estoy aquí con tu mamá en el puente peatonal, en la entrada del penal. ¿Me puedes contar qué es lo que está pasando? ―
El comandante Santos ya se había ido del ala «B» una vez que liberó al policía esposado y constató que no habían actos violentos ahí adentro ni en la azotea y que los 32 internos del ala estaban en manifestación pacífica. Por eso contuvo la orden de someterlos por la fuerza.
El reo que contestó la llamada, le dijo al reportero que le pondría en la línea a una persona que le podía explicar mejor toda la situación.
―Se llama José Ricardo Leyva, se lo comunico― dijo el interno.
El reportero se sorprendió por la claridad de discurso con la que se expresaba el profesor al otro lado de la línea. Éste saludó muy cordialmente y se puso a las órdenes del reportero para responder cualquier inquietud.
―Cuénteme, ¿a qué se debe el conflicto?―
―Es por las actitudes del director. Se llama Lisandro Alcalá. Para empezar es un tipo que, según dicen sus propios trabajadores, los policías, nunca llega a trabajar, todas las órdenes las da por teléfono o por el radio Matra. Por culpa de ese señor, nos han dado a comer alimentos en mal estado. Las porciones son mínimas y casi no contienen comida sino puro caldo. Ahora últimamente le dio por decir que nosotros construimos un túnel por debajo del penal y que estamos pensando en escaparnos. Ya nos mandó más vigilancia y no es justo porque aquí en el ala «B» hay personas decentes a las que aún no se les comprueba culpa alguna―
―Por eso mis compañeros y yo queremos hacer la invitación para que acuda a este lugar una comisión que se forme con gente del gobierno, de derechos humanos y hasta el director general de los penales. A todos los invitamos a que vengan a platicar con nosotros y que comprueben que lo del túnel es absurdo y que es una injusticia que nos puede costar un precio tan alto como seguir encarcelado por algo que no hicimos-. Concluyó el reo.
Al licenciado Lisandro Alcalá lo asignaron como director del penal gracias a sus influencias y sus contactos políticos dentro del sistema de gobierno. Le dieron el puesto como consolación por haber perdido antes el cargo de director general de centros penitenciarios de la región, pues se decía que por su culpa murieron al menos tres internos en penales diferentes, donde promovió la rivalidad entre grupos al recibir pago de uno de los bandos para tener protección.
Alcalá tenía mala fama y ahora de nueva cuenta estaba en medio de un escándalo pues 32 internos pacíficos del ala «B» se estaban manifestando en su contra y en la periferia del penal ya se había reunido un buen número de periodistas.
Sólo uno de ellos es el que sostenía la conversación telefónica con el profesor Leyva. Éste insistió en invitar a una comisión de gobierno para que llegase a verificar las condiciones en las que los hacían purgar sus condenas.
El reportero siguió entrevistando al profesor Leyva, acuclillado en las escaleras del puente peatonal. El ambiente seguía tenso en las afueras de la cárcel.
―¿Han recibido algún tipo de amenaza más fuerte?― preguntó el periodista.
-Estar aquí ya es una amenaza por culpa de Alcalá. Mire señor, aquí adentro si te enfermas, es muy probable que mueras, porque no hay medicamentos. Nos cobran la atención médica cuando se supone que debería ser gratuita. Yo me pregunto cómo esperan que la gente, al salir de aquí, se reintegre a la sociedad. Con estos tratos que recibimos, nada más nos enojan y nos generan rencor.
Yo ya estoy por salir, me faltan algunas semanas para que se resuelva mi caso. Ya se comprobó mi inocencia, pero hay compañeros que todavía van a estar meses y años aquí adentro y si las cosas siguen como están, los van a matar de hambre o los van a dejar morir si se enferman. Por eso pedimos ayuda del gobierno para que verifique la forma de trabajar de este señor Alcalá y que nos garanticen la protección de nuestra integridad física mientras estemos aquí adentro, además que cambien las condiciones en que nos tratan-.
El reportero escuchó todo e hizo anotaciones en una libreta de taquigrafía donde apuntaba los datos más importantes de cada noticia que le tocaba cubrir.
Casi era medio día de ese 12 de septiembre. La situación seguía, pero aún no se daba la orden de someter a los manifestantes. En realidad el mayor temor era que al ver a los del Ala «B», los del Ala «C» quisieran también hacer lo mismo. Esos de la «C» eran los más peligrosos de todo el penal. Tenían vigilancia especial, pero se sabían muchos trucos para burlarla o para chantajear a los custodios con amenazas contra su familia si no les ayudaban.
En los patios frontales, en el estacionamiento de patrullas y por toda la valla principal de la cárcel se veía movilización de efectivos. Un pelotón de 50 elementos, estaba formado en cinco filas de diez elementos cada una. Todos en posición de firmes, en espera de alguna orden a cumplir.
En la caseta de atención al público, un grupo de madres de presos intentaban preguntar qué estaba pasando adentro. Unas decían simplemente el nombre de su familiar interno esperando obtener información.
El reportero, aún en el puente peatonal, siguió la entrevista con el profesor Leyva, quien le desmenuzó la historia del conflicto. También le aseguró que ninguno de sus compañeros tenía la intención de herir a nadie ni lastimarse ellos mismos. Era una manifestación pacífica, insistió.
El reportero se percató de que en la caseta de atención crecía el bullicio, terminó la conversación con el profesor Leyva, quien le agradeció por la entrevista y lo invitó a comer cualquier fin de semana allá adentro de la cárcel o después de que saliera libre.
El periodista bajó las escaleras y se acercó al lugar del ruido. Una señora de cabellos blancos, piel morena y arrugada se acercó a él y le habló:
-Qué bueno que vinieron los de la prensa, para que sepa todo el mundo que el director Alcalá es un funcionario que no sirve. Además es un déspota que trata con desprecio a los internos y a los familiares. Imagínese que a mí no me dejan entrar con zapatos a visitar a mi nieto. Tengo que ir descalza desde el primer patio hasta donde está mi muchacho. Antes de que te dejen pasar, las policías mujeres nos meten las manos por todas partes, disque por seguridad. Los mismos abusos los he tenido que pasar los últimos cinco años, y a mi nieto todavía le faltan seis más. Saque cuentas, cuántas veces voy a tener que seguir siendo manoseada por las policías para poder ver a mi nieto-.
El reportero tomó nota de todo lo que le dijo la señora. Pero se dio cuenta de que un policía, al otro lado de la malla, lo veía mientras hablaba algo en su radio Matra. El reportero consideró conveniente moverse del lugar pues era suficiente con la larga entrevista hecha al profesor Leyva y a la señora, afuera de la caseta. Con las dos exclusivas y el material grabado por el camarógrafo bastaba para armar una buena nota.
El reportero y su camarógrafo regresaron a la ciudad, donde estaba la central de operaciones del canal de televisión. En la carretera se vieron sorprendidos por un fuerte aguacero que duró varios minutos.
El camarógrafo manejó lentamente por la poca visibilidad hasta llegar al canal. Ahí le dieron forma al reportaje que salió esa misma noche en el noticiero estelar.
El último reporte que tuvo el periodista ese día, fue a las diez de la noche y en él indicaban que el ambiente tenso continuaba en el Ala «B» del penal y que, al parecer, el director había aceptado la petición de formar una comisión de gobierno y derechos humanos que se encargara de desmentir la existencia de un túnel debajo del penal y verificar las condiciones deplorables en las que mantenían a los internos.
La noticia del motín salió el 12 de septiembre por la noche. En la tarde del día siguiente, el gobierno emitió un boletín anunciando que investigaría acerca de las denuncias en contra del licenciado Lisandro Alcalá.
Un grupo de expertos en derechos humanos, varios representantes de gobierno y personal de seguridad acudieron al penal para reunirse con Alcalá. Le montaron una auditoría completa, a todas las áreas del centro penitenciario, un par de semanas después del anuncio.
La investigación demostró una serie de irregularidades en el control y manejo del centro penitenciario, entre ellas, actos de corrupción, manipulación de sentencias a cambio de pagos, venta de drogas, privilegios a algunos internos, desvío de recursos destinados a alimentación y salud de los internos. Los resultados de la auditoría se dieron a conocer en todas partes. Se hizo un escándalo que obligó al gobierno a poner más atención en el trabajo de reinserción social.
El profesor Leyva salió pocos días después de la auditoría. En cuanto lo liberaron, se regresó a San Luis Potosí a reunirse con su familia. El joven que contestó la llamada del periodista el día del conflicto, esperó todo el tiempo de su caso y quedó en libertad.
En el Ala «B», los que aún siguen adentro recuerdan con afecto al profesor Leyva. Los que iniciaron la revuelta el 12 de septiembre, fueron condenados a pasar dos semanas en las celdas de castigo por incitar a la violencia y desobedecer a la autoridad.
El policía esposado fue removido de su cargo. El jefe máximo del sector policial al que pertenecía, le dio una segunda oportunidad enviándolo a cuidar un parque infantil. Le explicaron que su impericia en situaciones de emergencia no era apta para lo que necesitaban en un custodio del penal.
Al confirmarse las acusaciones en contra de Lisandro Alcalá, éste fue despedido e inhabilitado por cinco años para trabajar en cuestiones de seguridad. Lo cesaron de su cargo sin darle liquidación y lo sometieron a proceso por los delitos más serios. Dos semanas después, el gobierno anunció el cambio en la dirección general del penal. En ese lugar, desde que cambiaron al director, cambió también toda la historia.

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