Aunque la figura de nodriza como tal ha caído en desuso ahora existen las llamadas «madrinas de leche»
Diana Hernández Gómez / Cimac Noticias
El nacimiento de mi madre coincidió con la muerte de su abuela. Esto provocó que su mamá no tuviera ánimos —y tampoco leche— para amamantarla. Aun así, su hija no se quedó sin leche materna: tuvo una «madrina» que se ofreció a darle pecho. Y, aunque delegar la lactancia puede parecer extraño, la realidad es que esta cadena de cuidados es tan común que ahora ha evolucionado en los bancos de leche.
Cuando le pregunto a mi madre quién la amamantó, ella me responde que una tía suya se convirtió en su «madrina de leche«. Este término coloquial puede encontrar un equivalente similar en las nodrizas. Pero, a final de cuentas, ambos conceptos hacen referencia a una red de cuidados que surge cuando una mujer no está disponible para ejercer la lactancia materna con sus hijos.
Las causas de esto último pueden ser diversas. A mi abuela, por ejemplo, el impacto que le provocó la muerte de su madre hizo que no produjera leche suficiente para alimentar a su hija. Sin embargo, hay otros motivos como las deformaciones en mamas, la preeclampsia e incluso la muerte materna que hacen que una hija o hijo no pueda alimentarse del pecho de su madre.
En estos casos, que otra mujer alimente a la o el recién nacido puede considerarse un acto solidario. Pero la historia demuestra que no siempre ha sido así.
Cuando la lactancia se convierte en una cuestión de clase
De acuerdo con una investigación de Rita Rodríguez García, enfermera española del Centro de Salud de Sigüenza, en la Antigüedad, en civilizaciones como China, Japón, Mesopotamia, Egipto y Grecia era una práctica común que las mujeres delegaran la lactancia y también la crianza de sus hijas e hijos.
Normalmente, quienes podían hacer esto eran aquellas que pertenecían a las altas esferas sociales. Por el contrario, quienes alimentaban y cuidaban a los bebés eran mujeres de los estratos sociales bajos. Además, las razones no necesariamente tenían que estar ligadas con la enfermedad o la muerte de la madre: muchas veces, simplemente no querían alimentar a sus pequeños.
Sin embargo, ya fuera por simple solidaridad o por motivos de servidumbre —afirma Rodríguez García—, las mujeres que ejercían como nodrizas solían recibir el reconocimiento de la sociedad. Esto, debido a que su labor era esencial para mantener con vida a los hijos de gobernantes y otros personajes importantes de la sociedad. Uno de ellos es el profeta Mahomma, quien fue alimentado y cuidado por una nodriza llamada Halima.
Pero no todo era gratitud y agradecimiento. De acuerdo con la enfermera española, el Código del rey Hammurabi de Babilonia establecía que si un niño fallecía porque la nodriza alimentaba a otro bebé al mismo tiempo, como castigo se le debía cortar uno de los pechos a la mujer.
De esta forma, convertirse en una nodriza implicaba un acto de solidaridad entre mujeres pero también una marcada desigualdad social; en esta relación jerárquica, la integridad de una de las mujeres podía estar en riesgo.
De la caridad católica a los bancos de leche
Según la investigación de Rita Rodríguez García, en el siglo XIV, muchas ciudades a lo largo y ancho de la Península Ibérica tenían hospicios y hospitales a donde iban a parar cientos de niños abandonados por sus padres. Además, en esa época no era extraño que muchas personas dejaran a recién nacidos en las puertas de las iglesias porque no tenían recursos para mantenerlos.
Una de las opciones para mantener a estos pequeños con vida era la lactancia materna ejercida por mujeres que muchas veces se ofrecían de manera voluntaria. Rodríguez García explica que, en algunos casos, los hospitales les daban una remuneración económica.
Esto provocaba que quienes brindaran estos servicios fueran, en su mayoría, mujeres de bajos recursos. No obstante, la enfermera afirma que muchas otras ofrecían su leche sin ningún otro interés más que la caridad.
Con el paso del tiempo, dice Rodríguez la práctica de alimentar a hijos de otras mujeres fue desapareciendo. Esto se acentuó, sobre todo, cuando las fórmulas lácteas comenzaron a llegar a los hogares en el siglo XX. No obstante, hay personal médico que está en contra de este recurso porque pone a los bebés en riesgo de desarrollar obesidad y diabetes.
Pero, en la actualidad, la fórmula láctea no es la única opción. En diferentes países —entre ellos México— hay bancos de leche a los que las mujeres pueden acudir en caso de no poder amamantar a sus pequeños.
En nuestro país, uno de estos bancos se encuentra en el Instituto Nacional de Perinatología. Aquí, las madres que están amamantando y que tienen excedente de leche pueden donar siempre y cuando estén alimentando correctamente a sus propios bebés. Por su parte, el personal del Instituto se encarga de procesar correctamente la leche para que quienes la reciben no corran ningún riesgo de salud.
Quizás, actualmente no es tan frecuente que una mujer amamante directamente a las hijas e hijos de otra. No obstante, la red de cuidados se ha transformado hasta llegar a estos bancos. Es probable que las donadoras no conozcan a las y los niños a quienes ayudan, pero, de cierta forma, ellas se convierten en las madrinas de leche modernas.