Se acerca el final del año y, con ello, se pasa revista a lo hecho durante los meses anteriores. Los aciertos y los fracasos, las oportunidades y los retos, las satisfacciones y los sinsabores forman parte de una evaluación sobre cómo le fue a cada quien. También se deslizan algunas ideas sobre lo que puede pasar. Este examen también puede ser aplicado a nuestras formas de convivencia, la fortaleza de las instituciones o la calidad de la democracia.
No cabe duda que 2023 fue un año políticamente muy activo. Se ha ido dejando atrás la discusión sobre los efectos de la pandemia, y en su lugar aparecieron las guerras (en Ucrania y en Palestina) y el triunfo de candidatos presidenciales que, al menos discursivamente, persiguen el adelgazamiento del Estado –ya, de por sí, débil– como Javier Milei, en Argentina. La preocupación sobre la democracia se mantiene y cada vez sale de las aulas universitarias y de los circuitos de especialistas para entrar en la conversación cotidiana.
Al respecto, IDEA Internacional, organización con sede en Suecia, interesada en el impulso de la democracia en el mundo, y en la construcción de instituciones y procesos que tengan como característica a esta forma de ordenación del poder y de convivencia social, publicó su informe titulado Estado de la democracia en el mundo y las Américas 2023. Los nuevos pesos y contrapesos.
Los avances democráticos en el planeta se han detenido. Los países con una tendencia más acusada en el descenso democrático son: Benín, Túnez, Burkina Faso, Chad, Guinea y Mauricio; en África; Bielorrusia, en Europa; El Salvador y Nicaragua, en América, y Myanmar y Afganistán, en la región Asia-Pacífico. Otros países tienen tendencias similares, pero la resiliencia democrática es mayor. Esta capacidad de resistir radica en buena medida en los Congresos, las Cortes Supremas y la calidad e integridad de las elecciones. Los primeros son expresión de la diversidad política de la sociedad; las Cortes son baluartes de la legalidad, y las elecciones traducen la voluntad libre de los sujetos. Aunque esta característica, la libertad, pueda verse restringida por factores estructurales, como la pobreza.
Hay que anotarlo. A los gobernantes, por más demócratas que sean, no les gustan las instituciones que hacen contrapeso o los grupos que los increpan, pero existen por una razón: evitan o, al menos, tratan de disuadir, la comisión de actos que en nombre de la democracia la aniquilan: concentración de facultades, cierre de congresos por orden del Presidente, persecución de disidentes, postergación de elecciones, etc., y no les son simpáticas porque retrasan sus decisiones. La democracia conlleva deliberación y, a veces, esta es tardada. Esta es una de las críticas que se le puede hacer al modelo democrático-burocrático: procesar problemas y decidir un conjunto de acciones lleva tiempo.
La democracia implica la distribución del poder, que este se encuentre en distintas esferas: el Poder Legislativo, los jueces constitucionales, los órganos contra la corrupción y aquellos encargados de las elecciones, las comisiones de defensa de los derechos humanos, la sociedad movilizada y consciente. Cada uno de estos posee responsabilidades diferenciadas, pero una preocupación compartida: que la convivencia en clave democrática se mantenga.
En todos ellos radica que la democracia no se erosione y pierda. En contextos democráticos hay elecciones periódicas y renovación de los poderes públicos, pero también permiten la reunión de la pluralidad y el entendimiento entre los diferentes a partir de valores y principios aceptados no por imposición sino por convencimiento.
En el 2023 hay lugares en el mundo en donde existen dictadores o aspirantes a ello, con maquinarias políticas actuantes o listas para disolver oposiciones. Se sabe cómo se vive en esos lugares. Defender esta idea –la democracia– es importante porque los efectos de su existencia o ausencia se manifiestan en la vida cotidiana.