Descubriendo de nuevo a Carlos Cuahtemoc Sanchez

El autor de diferentes libros ofreció una conferencia el pasado viernes 09 de junio en Tuxtla Gutiérrez.

¿Por qué un autor de superación personal sigue llenando auditorios y vendiendo libros?

UNO

Cuando era niña me encantaban los Thundercats. Cheetahra me parecía la mujer más poderosa de cualquier universo y Panthro el más atractivo (no me vean raro, era pequeña y los dibujos animados tenían mucho encanto). Hace unos años me fui de vacaciones y mientras mi compañero le daba vueltas a los canales se encontró con la caricatura y me gritó emocionado que estaba  en la televisión el programa que me encantaba de niña. Le pedí que nos quedáramos para verla, a pesar que teníamos otros planes. Vimos un episodio, pero nada era cómo yo recordaba.

Cheetahra parecía más lenta. Panthro me daba la impresión que era  un señor felino al que solo le quedaban mejores ayeres. La espada del Augurio ya no veía mucho más de lo evidente. No pude siquiera ver otro episodio porque todo estaba desangelado.

Mi compañero vio mi decepción y me platicó su propia experiencia de cuando se dio cuenta que su mirada de niño había desaparecido. Regresó al río caudaloso y lleno de enormes árboles donde se bañaba de niño y lo único que encontró fue un pequeño hilo de agua y uno que otro árbol. Todos le dijeron que siempre el lugar había sido así, que no existían las cascadas que él recordaba y ese río jamás había sido más hondo que lo que era ese día.

DOS

No crecí en un hogar de lectores o que hubiera muchos libros, apenas unos cuantos para despertar nuestra curiosidad.  En mi casa había unas enciclopedias que mi madre había comprado en abonos, confiada en que nos servirían en nuestra vida escolar y así fue. También estaban unos libros de Bruno Traven, esos eran de mi padre, fue de los primeros libros que leí.

A pesar de que no crecimos en un contexto en que las personas a nuestro alrededor leyeran, mis hermanas y yo salimos asiduas lectoras. Las tres empezamos desde muy pequeñas a devorar todo lo que se nos atravesaba en el camino.

Cuando llegué a la secundaria para mí ya era habitual leer todos los días. No tenía ningún tipo de orden para hacerlo, por igual leía a Juan Rulfo, Elena Poniatowska, Nicolás Guillén o Sor Juan Inés de la Cruz. Pero, también leía revistas como el  «Libro Semanal», «Sensacional de Chafiretes», «Libro Vaquero», y «Selecciones Readers». Era todo terreno.

El único requisito que tenía es que me llamaran la atención y que estuviera a mi alcance. No tuve acceso a literatura infantil y tampoco docentes o padres que me obligaran a leer, lo cual puede verse de diferentes formas.

Las personas que me daban libros como dulces eran amigos de la familia (en honor a ellos es que me encanta regalar libros en la etapa de la niñez y la adolescencia); el bibliotecario de la colonia en donde vivía (un día les voy a contar qué tanto influyó en mí tener una biblioteca tan activa cerca); y la bibliotecaria de la secundaria.

No sé cómo llegó a mí el primer libro de Carlos Cuahtémoc Sánchez, pero estoy segura que fue cuando estaba en primero de secundaria, tal vez fue una de mis hermanas o Ingrid, una de mis amigas más cercanas. El primer libro que leí de él fue «volar sobre el pantano». En ese momento sentí que ese texto era todo, que el autor era un iluminado, y que jamás se había escrito algo tan sensato.

Me seguí con: Juventud en Éxtasis 1, Juventud en Éxtasis II, Un Grito Desesperado y la Fuerza de Sheccid. Ahora me entero que a muchos los obligaron a leer esos libros en la escuela, yo lo hice por cuenta propia, inclusive, involucré a mis amigas y a mis hermanas en esto. Era casi que una predicadora de la palabra de Carlos Cuahtémoc Sánchez.

A la par que leía a este autor, me seguía topando con muchos otros y los leía por igual. Leí una versión del Quijote la Mancha preciosa y de las Mil y una noches. A esa edad no entendía nada del canon literario (¡Qué bueno!), y no tenía ningún tipo de prejuicio.

Hasta que un día acompañé a una de mis hermanas a la casa de uno de sus amigos, vi que tenía una biblioteca amplia y entre los libros vi varios de Carlos Cuahtémoc Sánchez, me abalancé sobre ellos, y él condescendientemente me dijo «si te gusta, llévatelos, pero no te recomiendo que leas eso». Como que si yo no estuviera ahí, le dijo a mi hermana «¿Cómo dejas que lea eso? Me sentí como una tonta.

Los libros que él me dio ya los había leído, solo me faltaba «La fuerza de Sheccid». Pero releí todos porque quería encontrar por qué no eran «buenos libros». No lo descubrí en ese momento, pero ya no me supieron igual.

Tres

La semana pasada una amiga muy querida nos comentó que tenía boletos para una conferencia que daría  Carlos Cuahtémoc Sánchez el viernes 10 de junio. En el grupo empezamos a comentar que lo habíamos leído cuando éramos «peques», que en su momento algo nos dijo y que sería interesante ver en qué se había convertido. Además iba con toda la intención de querer escribir sobre el tema.

Tiene varios años que descubrí por qué el comentario del amigo de mi hermana sobre los libros de Carlos Cuahtémoc Sánchez. Para empezar se basan en prejuicios sexistas, están llenos de generalidades y de lugares comunes. Problemas complejos lo convierten en una simpleza en la que frases como «si quieres, puedes», y «naciste para triunfar» son comunes. De la calidad narrativa ni hablemos porque sencillamente no existe.

En esta etapa de mi vida me molestan las personas que andan por el mundo con un aire de superioridad en cuanto a la lectura o la música…si me apuran creo que es en todos los consumos culturales.  En algún momento fui de esas personas y estoy segura que de repente recaigo. «¿Cómo van a escuchar eso?» «esa es literatura barata». Los calificativos sobran. En cuanto a los consumos culturales me limito a promover lo que me gusta y evitar hablar de lo que no me agrada; aunque tal vez hoy estoy rompiendo con estos principios.

Tenía la idea que Carlos Cuahtémoc Sánchez nos pudo decir algo  a personas de mi generación o algunas atrás, pero ya nada a las y los chicos de ahora que tienen contextos diferentes a los que vivimos nosotros. Mi sorpresa es que me encontré con un auditorio lleno, y muchos de ellos jóvenes. Capaz y fueron obligados a asistir o tal vez no.

El autor estuvo hablando por casi dos horas, para un público que estaba dividido entre los que le ponían mucha atención y quienes se distraían con el volar de una mosca, el celular o el compañero de lado.

A mí me parecía estar escuchando a un predicador o a un vendedor insistente de los que una ya no sabe cómo deshacerse. Su conferencia no fue muy diferente a sus libros: plagada de lugares comunes y frases repetidas hasta el cansancio. Después de la media hora ya ni siquiera el interés por descubrir con certeza qué fue lo que me llamaba la atención del escritor me permitía quedarme con gusto más tiempo; pero permanecí hasta el final.

Cuando salí del auditorio vi una larga fila de personas que compraban sus libros y que esperaban para que se los autografiara. He ido a varias presentaciones de libros y les aseguro que esas aglomeraciones no son comunes en Tuxtla. Siempre he sentido cierta admiración (no sé si es la palabra correcta) por las personas y/o trabajos que logran conectar con las personas, que por alguna razón se consume por montones.

La decepción que me lleve este viernes fue tanta como cuando vi los Thundercats en aquellas vacaciones. Los contextos y las miradas cambian, eso que tanto nos significó en algún momento se convierte en nada. El autor iluminado, ahora, no es ni siquiera un pequeño foquito, aunque siga vendiendo cientos de libros y llenando auditorios.

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