Max Weber escribió unas conferencias en donde reflexionó sobre el hombre dedicado al cultivo de las ideas y sobre la persona en la vida pública, en la acción; sobre la ciencia y la política como vocaciones. Ambos textos, después publicados en un libro con un formato accesible, han sido leídos y releídos con interés tanto por políticos como por científicos, y también por sujetos que han logrado reunir las dos actividades, aunque, haya una que se abrace con mayor intensidad.
La Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM fue el espacio de trabajo durante cerca de tres décadas de don Adolfo Gilly, cuyo fallecimiento conmovió a sus exalumnos y a sus lectores, como también a una parte de las izquierdas latinoamericanas. Especialista en la Revolución Mexicana, en Lázaro Cárdenas y en Felipe Ángeles.
A la par que escribía, actuaba. Abiertamente militaba en la izquierda, en la combativa, pero también en la de las ideas. Fue una persona comprometida y congruente. Valiente. Trotskista flexible y distante del estalinismo rígido. Por su pensamiento y acciones fue preso en Lecumberri en 1966.
Como historiador político escribió, desde la celda del llamado Palacio Negro, un libro fundamental La revolución interrumpida que era lectura obligada en la década de los setenta y ochenta, –tiempos que se ven muy lejanos–, y que abrió una nueva escuela de interpretación del movimiento armado y social de 1910. Mantuvo conversaciones con los investigadores más relevantes del periodo revolucionario, como Friedrich Katz. Sin sectarismos, como los propios de aquellos años, departió y admiró con quien había que departir y a quien se debía admirar. Eso se puede ver en su último libro: Estrella y espiral.
El profesor Gilly era una leyenda en la UNAM. Un símbolo de lucha, determinación y congruencia. Complejo, agudo y abierto.
Porfirio Muñoz Ledo y Lazo de la Vega fue una persona que pasó de la academia a la acción como varios de los integrantes de la generación de Medio Siglo, que reunió, entre otros, a Carlos Fuentes y a Víctor Flores Olea. Muñoz Ledo dedicó al menos una década de su vida a la docencia en la UNAM y El Colegio de México. Con una formación en México y en Francia, pudo conocer de cerca las discusiones más relevantes en torno a los cambios sociales, políticos, económicos y culturales de su época. Después, dio el salto a la administración pública, primero en responsabilidades medianas en la Secretaría de Educación Pública y, posteriormente, como protagonista del sistema político mexicano de los últimos treinta años del siglo XX y con presencia en las dos primeras del XXI. Fue subsecretario y secretario de Estado, embajador y legislador. Quiso reformar al Estado con una visión particular: un Estado fuerte, nacionalista y abierto al mundo y participante en él, con un decidido compromiso social, aunque sin el corporativismo de viejos tiempos.
Como el profesor Gilly, escribió libros. Más cercanos a testimonios y a reflexiones de coyuntura que a trabajos de largo aliento, con excepción de Porfirio Muñoz Ledo. Historia oral 1933-1988, aunque no fue escrito propiamente por él sino por James Wilkie y Edna Monzón Wilkie, es un extenso libro sobre el sistema mexicano, sus complejidades, particularidades y vicisitudes.
Con la Corriente Democrática buscó abrir al entonces partido hegemónico a la ciudadanía; con el Partido de la Revolución Democrática reunió a las facciones de la izquierda; en el primer gobierno de la alternancia intentó colocar su agenda de cambio estatal sin éxito. Estuvo en la oposición hasta 2018 cuando, como legislador de Morena y presidente de la Mesa Directiva de la Cámara de Diputados, entregó la banda presidencial al actual titular del poder Ejecutivo de la Unión. Finalmente, se distanció del partido y del Presidente. Fue crítico del actual gobierno, como lo fue de otros presidentes, al menos, desde 1982.
Muñoz Ledo fue polémico y polemista; escuchado y censurado, atacado y resistente. Su presencia no generó indiferencia. Ahí radica su relevancia como hombre político. Su fallecimiento es símbolo de que una época se cierra.
Uno puede discrepar de las ideas y posiciones de ambos, pero no se les puede regatear su contribución a la vida pública y a la discusión intelectual. Uno desde del combate contra un régimen que asfixiaba la libertad y otro desde las instituciones y las reformas políticas progresivas, Adolfo Gilly y Porfirio Muñoz Ledo fueron, por razones y agendas distintas, a veces entrecruzadas, protagonistas del cambio político nacional y los dos fueron el político y el científico, reunieron pensamiento y acción. No hay lugar a dudas.