El efecto Trump llego a Tuxtla Gutiérrez

Por Mario Escobedo

Bajo el paso elevado de una transitada avenida en Tuxtla Gutiérrez, una pequeña tienda de campaña roja se asoma entre sombras de concreto. Frente a ella, un carrito de bebé cubierto con mantas y, a un lado, un cartel de cartón con un mensaje claro y desgarrador:

“Por favor señores, ayudennos con lo que salga de su corazón para regresar a Venezuela. ¡Dios los Bendiga!”

La imagen encapsula la tragedia de cientos de migrantes varados en los llamados «territorios de espera». Son espacios de incertidumbre donde el destino de miles pende de decisiones tomadas a miles de kilómetros de distancia. Con la llegada de Donald Trump nuevamente a la contienda política en Estados Unidos y el endurecimiento de las políticas migratorias, la frontera sur de México se ha convertido en un callejón sin salida para aquellos que sueñan con una vida mejor.

Me acerqué a la familia tras el cartel. Un hombre y una mujer, de entre 30 y 40 años, junto a su pequeña hija de apenas cinco o seis años. Sus rostros reflejan agotamiento, sus palabras, incertidumbre. (Por cuestiones éticas, sus nombres han sido omitidos.)

—¿Por qué quieren regresar a Venezuela?

El padre responde:

«La verdad no queremos. Nos costó casi dos meses llegar hasta acá. Estamos muy cerca, pero México es más grande de lo que imaginamos. Llevamos tres semanas aquí, sin avanzar. Nos han dicho que no están dejando pasar a nadie, que la policía dispara en la frontera. Y si logras cruzar, no hay trabajo. La policía allá tampoco te deja trabajar. No hay salida».

La madre, con su hija en brazos, interviene:

«Mi hermana vive en Estados Unidos desde hace años. Antes nos decía que todo iba bien, pero desde hace un mes ni siquiera puede salir a la calle. Dice que las patrullas pasan frente a su casa y que teme ser deportada. No vive, sobrevive.»

El padre agrega:

«Este presidente está loco. Nosotros solo queremos trabajar y darle un futuro a nuestra hija. No somos delincuentes, no somos una carga para nadie. Pero tampoco queremos quedarnos en México. Intentamos volver a Venezuela, pero los vuelos humanitarios no responden. Comprar un boleto es imposible, necesitamos permisos que no nos quieren dar. Y si logramos encontrar un vuelo, es carísimo.»

La madre se aferra a su hija:

«Por eso pusimos el cartel. Intentamos juntar dinero para el permiso y para los vuelos, pero también tenemos que comer. La leche de la niña es muy cara. A veces, apenas reunimos para sobrevivir un día más.»

El callejón sin salida de los migrantes

El «efecto Trump» ha llegado a Tuxtla Gutiérrez y a toda la frontera sur. En menos de un mes, Estados Unidos ha intensificado sus políticas migratorias, cerrando puertas, expulsando a cientos y criminalizando a quienes sueñan con un futuro diferente.

Mientras tanto, los migrantes que ya estaban en tránsito se encuentran atrapados. Sin recursos para avanzar, sin voluntad para regresar, sobreviven en estos territorios de espera, donde la dignidad es una moneda escasa y la incertidumbre es la única certeza.

Bajo el sol ardiente del sur de México, la pequeña familia sigue esperando una oportunidad. Una que, cada día, parece más lejana.

Por último, la crisis migratoria en la frontera sur de México no es un fenómeno aislado, sino una manifestación de políticas internacionales que condenan a miles de personas a la incertidumbre y la desesperación. Los «territorios de espera» no son simples campamentos improvisados; son espacios donde el tiempo se detiene y los sueños se disuelven entre la burocracia y el miedo. La historia de esta familia venezolana es solo una entre muchas, una prueba tangible del fracaso de un sistema que, en lugar de ofrecer soluciones humanas y viables, perpetúa la exclusión y el sufrimiento. Mientras se sigan priorizando los intereses políticos sobre la dignidad humana, la frontera sur de México seguirá siendo un limbo de promesas rotas y esperanzas frustradas.

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