Este caudal refleja el descuido ambiental: toneladas de basura, aguas negras y turbiedad en su cauce. Sanearlo es un reto urgente y también una oportunidad
AquíNoticias Staff
El río Grijalva es más que agua que corre: es la vena que alimenta a Tuxtla Gutiérrez, al Cañón del Sumidero y a miles de familias que dependen de él para vivir, producir y respirar. Pero hoy su caudal es también un espejo incómodo: refleja nuestras omisiones, la falta de planeación y el abandono de un recurso que debería ser orgullo, no vergüenza.
Cada temporada de lluvias, el llamado “tapón” del Sumidero se convierte en noticia: cientos de toneladas de basura y desechos que terminan flotando como recordatorio de que lo que tiramos en calles, arroyos y drenajes no desaparece, solo cambia de destino. En lo que va del año, más de 360 toneladas de residuos han sido retiradas, pero el problema se repite porque las soluciones estructurales no llegan.
La política ambiental en Chiapas tiene frente a sí un desafío mayúsculo. El Grijalva abastece de agua a Tuxtla Gutiérrez, pero su turbiedad y contaminación complican el proceso de potabilización y provocan cortes en colonias enteras. A eso se suman las descargas residuales del río Sabinal, que atraviesa la capital como una herida abierta, cargando aguas negras y basura urbana directamente al cauce principal.
El costo no es solo ambiental: es social, económico y político. Un río enfermo significa más gasto en salud pública, menos turismo, menor productividad agrícola y una marca de descuido en un estado que presume de biodiversidad.
Pero no todo es derrota. El Grijalva también es una oportunidad política y social: restaurar microcuencas, invertir en saneamiento y convertir al río en eje de educación ambiental podría generar cohesión comunitaria, empleos verdes y credibilidad en la llamada Nueva ERA de Chiapas. La limpieza no puede ser vista solo como programa temporal, sino como política pública de largo plazo.
El futuro del Grijalva depende de decisiones que trasciendan gobiernos y campañas. Dejarlo ahogarse en basura y aguas negras sería aceptar que la política ambiental en Chiapas no es más que discurso. Apostar por rescatarlo es demostrar que la democracia también se mide en ríos limpios, agua potable y paisajes dignos.
El Grijalva nos está diciendo algo. La pregunta es si lo vamos a escuchar o si vamos a dejar que su cauce siga arrastrando nuestra indiferencia.