El humanista/ Javier Aguilar Roque.

El destino de la justicia en una tómbola

El Senado de la República ha protagonizado una escena que podría haber sido sacada de una película de comedia, si no fuera por la gravedad del asunto. El pasado sábado, en la sala principal del Senado, la tómbola giró, los números se extrajeron, y con ello, el destino de 711 jueces y magistrados quedó sellado. Este insólito sorteo es la primera fase de la reforma al Poder Judicial propuesta por el expresidente Andrés Manuel López Obrador, una reforma que, bajo el pretexto de democratizar la justicia, parece más un intento de subvertirla.

El Partido Acción Nacional (PAN) calificó este proceso como «aberrante» y «lamentable». Y con razón. Decidir la continuidad de jueces y magistrados a través de un sorteo, en lugar de criterios de mérito, competencia o evaluación, es un golpe bajo a la confianza en las instituciones. Un proceso que debería ser transparente y basado en la excelencia profesional fue reducido a un juego de azar, donde el destino de quienes imparten justicia quedó a la suerte de una tómbola.

En una sesión que pasará a la historia por su teatralidad, 68 senadores de Morena y el PRI asistieron para llevar a cabo el espectáculo. Incluso Gerardo Fernández Noroña, conocido por su ironía, no pudo resistir bromear sobre la situación. Los senadores del PRI argumentaron que acudieron para “evitar la mano negra”, como si su mera presencia garantizara transparencia en un proceso ya de por sí viciado.

Pero no es solo la forma en que se llevó a cabo este sorteo lo que preocupa, sino el trasfondo político. El discurso de Morena, que justificó este procedimiento apelando al “mandato popular”, encierra un peligroso malentendido sobre lo que significa la verdadera voluntad del pueblo. El pueblo puede elegir a sus representantes, pero la justicia no debería estar a merced de la política ni de procesos electorales. Es una institución que debe mantenerse imparcial, ajena a los vaivenes del poder, y basada en principios sólidos de independencia y profesionalismo.

Es precisamente esta independencia lo que está en juego. Al reducir el futuro de los jueces a un sorteo, se envía el mensaje de que el poder político puede manipular a las instituciones a su antojo, disfrazando decisiones cruciales bajo el manto de una supuesta democratización. Los senadores del PAN y Movimiento Ciudadano no asistieron, probablemente en un gesto de protesta, conscientes de que lo que está en juego no es solo un proceso aislado, sino la esencia misma del Estado de derecho.

El 2025 se acerca y, con ello, un nuevo proceso electoral. Mientras la tómbola gira, la sociedad debe preguntarse si está dispuesta a aceptar este tipo de reformas que minan la credibilidad del Poder Judicial. Porque la justicia no es un juego de azar, y su independencia es la base de cualquier democracia que aspire a ser genuina.

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