El humanista/ Javier Aguilar Roque

Recuperar el sentipensar en la escuela: un desafío urgente

En una escuela que cada vez más parece un apéndice del mercado, el concepto de «sentipensar», acuñado por pescadores de San Benito Abad y difundido por Orlando Fals Borda, resurge como una necesidad impostergable. Aprender a sentir y pensar al otro, como lo plantean Ghiso y Espinosa, supone rescatar la educación como un espacio vivo, donde la razón y la emoción conviven para el desarrollo de la dignidad humana. Sin embargo, la realidad actual impone modelos basados en la competitividad neoliberal, donde términos empresariales como «competencias», «indicadores» y «pruebas estandarizadas» han colonizado el lenguaje educativo, desplazando la pedagogía y el sentido social de la enseñanza.

No es casual que Heidegger advirtiera en su «Carta sobre el humanismo» que «la educación está en lo seco». La racionalización extrema ha positivizado la enseñanza, alejándola de su razón de ser: la formación integral del ser humano. Como lo señaló Eduardo Galeano, la educación actual divorcia la razón del corazón, permitiendo que el pensamiento mercantil suplante la libertad crítica y el desarrollo humano. Este dominio del paradigma económico sobre lo pedagógico impide la construcción de una escuela para la emancipación y el pensamiento crítico.

La lucha por una educación diferente está en manos de aquellos docentes que no se conforman con el statu quo. Como advierte Freire, la práctica pedagógica no puede limitarse a la reproducción de modelos impuestos desde arriba, sino que debe ser una herramienta de transformación social. Es necesario un giro radical que devuelva a la escuela su función social, que la libere de las cadenas de la competencia y la estandarización para convertirla en un espacio de encuentro, diálogo y construcción colectiva del conocimiento.

El desafío de nuestra época no es solo resistir la mercantilización de la educación, sino imaginar y construir prácticas que devuelvan el sentido social y humano al aprendizaje. Urge un magisterio crítico, aulas donde se escuche y dialogue, currículos con sentido y pertinencia. La educación no puede ser solo un medio para la competitividad; debe ser, ante todo, un acto de libertad y dignidad humana. El sentipensar debe ser el horizonte de una educación que se niegue a ser cómplice del vaciamiento de la escuela y que, en su lugar, apueste por su recuperación como territorio de humanización y emancipación.

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