El humanista / Javier Aguilar Roque

Los profes

Aún resuena en mi mente la canción de Roberto Carlos: «Tú eres mi hermano del alma, realmente un amigo… que en todo camino y jornada está siempre conmigo». Recuerdo cómo, en sexto grado del CEBECH Teodomiro Palacios, allá por los ochenta, cantábamos al unísono con emoción al ritmo de la guitarra de nuestro maestro. ¡Qué hermosos recuerdos! ¡Qué grandes maestros!

Hoy dedico este texto a la docencia, la profesión que forja el futuro de la humanidad. Es imposible no conmoverse con la historia de «Cantinflas» en «El profe», donde Sócrates García conecta con sus alumnos y les enseña valiosas lecciones de vida. Esta película es una crítica social y sátira del sistema educativo de 1971.

En aquel entonces, los maestros eran líderes en la comunidad, psicólogos, médicos y consejeros familiares. Sin embargo, hoy en día, la profesión se ha vuelto más compleja y exigente. La sociedad demanda docentes más preparados y comprometidos, mientras que las autoridades esperan que nos entreguemos por completo en el aula, con planeaciones, discusiones con padres y trámites administrativos, a menudo con bajos salarios. Muchos optan por estudiar un posgrado o buscar otro empleo para nivelar sus ingresos, ya que la vida es cada vez más cara.

Recuerdo las críticas hacia los maestros: «¿Por qué te puso seis ese maestrito? ¿Quién se cree que es?» o «Ya verá cuando hable con él». Estas frases reflejan una sociedad que valora cada vez menos a quienes sacrifican su tiempo y esfuerzo para educar a los hijos de otros.

¿Cuántos maestros han compartido su propio pan con un alumno que no trajo lunch? ¿Cuántas veces hemos oído «profe, présteme 20 pesos que no me mandaron gasto y tengo hambre»? ¿Cuántos hemos salido corriendo a la clínica porque un alumno se puso mal?

Hace casi 25 años comencé mi carrera en el magisterio estatal. Recuerdo recorrer la selva chiapaneca, cruzar ríos y compartir la mesa con comunidades que hablaban tzeltal. En mi primera reunión de padres de familia en Roberto Barrios, terminé de hablar en español y solo me quedé escuchando cómo debatían y se reían en su lengua nativa. La comunicación era efectiva, ellos eran bilingües y yo no. ¡Qué muestra de inteligencia y adaptación!

Hoy, cerca de mi hogar y con más tecnología, las cosas han cambiado. Muchos maestros tienen doctorados y permanecen en las aulas porque el trabajo con los alumnos es insustituible. He tenido la suerte de conocer a grandes maestros y amigos, como Blanca Estela Suarez, Lupita Durán, Guadalupe Romero, Rosa Delia Rosales, Elvira Villafuerte, Teresa Aguilar, Odilia Morales Samayoa, Blanca E. López Citalán, Manuel Mora, Floricel Santizo, Zbigniew, Romeo Díaz Luna, Dolores Gutiérrez, Manolo Roque, Jorge Laynes, entre otros. A todos ellos, mi más sincero aprecio y reconocimiento.

Cada profesionista que hoy se encuentra en la vida aprendió a leer y escribir gracias a uno de nosotros. Y eso es lo más hermoso de esta profesión: la satisfacción de servir y ver el impacto en todos aquellos que pasaron por nuestras aulas. No puedo dejar de mencionar a Romeo Mijangos Villatoro, mi ejemplo e inspiración para decir con orgullo: «¡Soy maestro!». Precisamente con su recuerdo de cómo tocaba la guitarra en clase, rodeado de niños cantando, inicia este escrito.
¡Gracias Dios por regalarme esta noble profesión!

Compartir:

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *