El humanista / Javier Aguilar Roque

«Pan, circo y patria: El grito que no siempre escucha»

Cada 15 de septiembre, miles de mexicanos se congregan en plazas públicas, ondean banderas, gritan con el pecho hinchado “¡Viva México!” y corean con entusiasmo los fuegos artificiales que iluminan el cielo patrio. En apariencia, es una celebración de unidad, de historia, de independencia. Pero detrás de la pirotecnia y el folclore, ¿qué tanto hay de conciencia y qué tanto de espectáculo?

La escena no dista mucho de lo que describía el poeta romano Juvenal con su famosa frase “panem et circenses”. En la antigua Roma, los emperadores calmaban al pueblo repartiendo comida y organizando espectáculos grandiosos. Hoy, en muchos sentidos, la lógica persiste: mientras el país lidia con pobreza, violencia, corrupción y desigualdad, la fiesta del Grito se convierte en un bálsamo momentáneo que adormece el malestar colectivo.

Las plazas se llenan, sí, pero no siempre de ciudadanos informados, críticos o participativos, sino de asistentes que, por unas horas, prefieren olvidar. Asisten por el concierto, por la pirotecnia, por la verbena popular. A cambio de unas horas de evasión, se regala la oportunidad de exigir cuentas, de mirar con severidad a los gobernantes, de recordar que la independencia no fue un acto simbólico, sino una lucha que aún continúa bajo otras formas.

Octavio Paz, en su obra y pensamiento, advertía sobre ese nacionalismo hueco que no piensa, que grita sin saber qué grita, que celebra sin preguntarse qué celebra. Ese nacionalismo, decía, está más preocupado por la apariencia que por el contenido, más por el símbolo que por la acción. Y cada 15 de septiembre, lo vemos desfilar entre serpentinas y antojitos, cubierto con los colores patrios pero vacío de crítica.

No se trata de condenar la celebración, sino de dotarla de sentido. Porque si el Grito de Independencia se reduce al “pan y circo” de cada año, sin memoria histórica ni compromiso ciudadano, entonces hemos convertido una fecha de lucha en un simple espectáculo más.

La independencia no fue una fiesta; fue una revolución. Y honrarla requiere más que fuegos artificiales: exige conciencia, participación, memoria y, sobre todo, responsabilidad colectiva.

Así que este 15 de septiembre, gritemos, sí. Pero gritemos con conocimiento, con indignación por lo que aún duele, con esperanza por lo que se puede cambiar. De lo contrario, solo seguiremos repitiendo el mismo guion que Roma escribió hace siglos. Y ese, ya lo sabemos, no tuvo un final feliz.

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