La lectura es placentera, pero el libro como objeto también lo es, tiene lo suyo, se deja querer, aunque, muchas veces me gane la practicidad que existe en lo digital
Sandra de los Santos / Aquínoticias
Una de mis novelas favoritas es «Orgullo y Prejuicio» de Jane Austen. Hoy un amigo, que vende ediciones preciosas de libros, me etiquetó en una publicación en la que ofrece a la venta un ejemplar de pasta dura con un hermoso pavorreal en la portada.
Hace unos meses, otro querido amigo (mis amigos son muy generosos) me regaló (por segunda ocasión) un lector de libros electrónico, me he acomodado tanto a él que había pensado, por fin, hacerle caso a mi «roomie» y deshacerme de mis libros físicos y quedarme solo con los lectores digitales.
Mi «roomie» odia mi acumulación de libros, y para tranquilizarla dono, presto y obsequio de manera cotidiana lo que hay en mis libreros. No crean que son miles.
Hay quienes no se acomodan a los dispositivos digitales para leer, pero en lo particular se me va bien. En la computadora puedo leer bien textos de no más de 100 cuartillas, pero existe el inconveniente que no me la puedo llevar al baño o leer tranquilamente mientras espero en una sala. En el celular o el ipad me va mejor la lectura. Pero, en donde me he acomodado sin problemas son con los lectores digitales.
El lector tiene la ventaja que es pequeño, se puede llevar a donde sea, le caben un sin número de libros (dependiendo el dispositivo), se pueden hacer notas, subrayar, y es más barato comprar libros digitales que los físicos, además, de que se puede adquirir con mucha facilidad y al instante varios ejemplares y en estos momentos pandémicos es algo que se agradece.
Pero, los libros físicos tienen su encanto y el ver la edición de Orgullo y Prejuicio en pasta dura me lo recordó.
Nací en 1983 así que soy de esa generación denominada Xennials, es decir, nos quedamos en el umbral de ser millennials o generación X, así que nuestros hábitos de consumo, al ser la última generación que nació sin internet, le coquetea por igual a lo digital que lo analógico.
El libro como objeto me sigue atrayendo, me gustan las ediciones cuidadas, las ilustraciones, me fijo en los pies de página, la tipografía, la forma en que conversa todo en un libro y se vuelve parte de un solo lenguaje. Todo eso se pierde en los lectores digitales.
Me encanta ir a las librerías, agarrar un montón de libros e irme a sentar a escoger cuál me llevaré. Tenía un gran placer al quitarle el plástico a los libros, debo de confesar que cuando no lo tenían pedía que se lo pusieran solo por tener el agrado de quitárselo. Después la culpa del daño ambiental que genera eso, me quito ese gusto. Me dice otro amigo que no debemos de negarnos nada que nos cause placer, pero la culpa es muy ingrata conmigo.
He visto ediciones dignas de colección, a mis estudiantes siempre les dejo hacer un libro de arte objeto con un texto que construyen en grupo. Es una actividad que recomiendo.
La lectura es placentera, pero el libro como objeto también lo es, tiene lo suyo, se deja querer, aunque, muchas veces me gane la practicidad que existe en lo digital. Me sigo quedando en el umbral.