Que el mundo gira en torno a los intereses y prioridades de los grandes corporativos no es una novedad, pero que los esfuerzos globales para enfrentar la pobreza y la crisis climática tengan escaso impacto, responde a la concentración de poder e influencia de los ultrarricos y las megaempresas, con lo que la brecha cada vez se hace más profunda entre ricos y pobres quizá incluso de manera irreversible.
En el marco de la Asamblea General de Naciones Unidas que tiene lugar esta semana y que convoca a los líderes mundiales para abordar los principales desafíos, el Comité Oxford de ayuda contra el hambre conocido como Oxfam ha emitido un informe categórico, sin concesiones y con datos que alarman: 3 mil familias concentran el 13% del PIB global y los países con economías emergentes poseen apenas el 31% de la riqueza global pese a tener el 79% de la población mundial.
Apunta que la oligarquía a nivel planetario está influyendo y determinando las decisiones políticas y las reglas del juego y bajo esa lógica, la ONU está perdiendo capacidad de acción frente al poder creciente de los milmillonarios, quienes se enriquecen al mismo tiempo que frenan los avances hacia una mayor igualdad de la población mundial como las reformas fiscales que buscan gravar su riqueza.
En el Foro Económico Mundial de Davos celebrado en enero, Oxfam presentó La ley del más rico en el que advertía una paradoja en los últimos 25 años, la riqueza extrema y la pobreza extrema se han multiplicado simultáneamente en el mundo. Y aportaba un dato escalofriante: por cada dólar que recibe una persona del 90% más pobre de la humanidad, un millonario se embolsa 1.7 millones de dólares.
La verdad sea dicha. Tanto en Davos como en Nueva York cada año se expresan preocupaciones respecto a la crisis climática, los conflictos regionales o la concentración de la riqueza pero en los hechos casi nada se hace para revertir ese estado de cosas. Los objetivos del Acuerdo de París sobre cambio climático están lejos de cumplirse; la guerra entre Rusia y Ucrania va camino de cumplir 3 años; la máquina de guerra israelí sigue abriendo frentes de batalla en Medio Oriente y el Consejo Europeo es incapaz de aplicar sanciones efectivas a gigantes tecnológicos como Google.
Además, la concentración de riqueza tiene rostro de hombre. En la lista Forbes de este año sobre fortunas globales, la primera mujer (propietaria de una firma de belleza) aparece en el lugar 15, mientras que en el sitio 43 está una mujer vinculada a tecnología. Los monopolios por su parte gozan de cabal salud; según Oxfam dos multinacionales son propietarias del 40% del mercado mundial de semillas y tres fondos de inversión norteamericanos dominan una quinta parte de ellos en el mundo.
En medio de este panorama tan complejo, la rivalidad entre grandes potencias es el principal factor que socava el multilateralismo. En efecto, ha quedado acreditado que las naciones del G7, del G20, la UE y los BRICS exhiben una grieta abismal de visiones y enfoques en materia económica.
En América Latina se vive una profunda división ideológica entre los líderes de la región atizada por la polarización; vamos, ni siquiera hay capacidad de mediación sobre la crisis política en Venezuela. Se vive también una crisis de efectividad de los mecanismos e instituciones que se habían construido para dar salida a las desigualdades, conflictos y tensiones.