Por Jesús Penagos
Son más de las diez de la noche de un lunes cualquiera de los años dos mil. Me encuentro en la comodidad de mi habitación, bajo las sábanas de mi cama. Me acompaña una pequeña radio roja de baterías que acostumbraba tomar, sin permiso, de las cosas de mi abuela. Del aparato emana un sonido que mezcla voces guturales, sintetizadores lúgubres y ecos de guitarras distorsionadas. Coloco la bocina cerca de mis oídos y escucho con atención esa música seductora. Modulo el volumen para que el sonido no se oiga más allá de mi refugio de sábanas. Actúo con cautela para no ser notado por mis padres, quienes reprueban mis desvelos. Después de todo, debía levantarme temprano para ir a la secundaria y lo prudente era que durmiera a buena hora, pero no podía resistir la tentación. Escucho mi programa favorito una hora más y luego me dispongo a descansar.
La narración anterior podría describir con precisión una noche habitual de mi adolescencia. Desde el presente, no puedo dejar de voltear con nostalgia hacia aquellas citas radiofónicas que tanto me embrujaban. Tenían un gusto clandestino, no solo porque mis padres las desaprobaban, también porque me ofrecían música desafiante, muy diferente a lo que se escuchaba en mi casa. De la bocina saltaban toda clase de canciones de géneros que me parecían insólitos en un principio, pero que pronto cobijé en el corazón de mi curiosidad adolescente. No tardé en familiarizarme con el punk, el postpunk, la música electrónica, el new wave y con una pluralidad inmensa de subgéneros del metal, provenientes de países de los que solo había escuchado en clase de geografía. Todo esto era parte de los programas radiales a cargo de Antonio Cornejo, alias El Vampiro.
No exagero al decir que Cornejo fue algo así como un John Peel para muchos jóvenes chiapanecos de aquella época. Un personaje llamativo que abría las ventanas de la noche a la música mundial independiente y que agrandaba, como nadie, el menú convencional de los medios con sus provocativas selecciones musicales. De algún modo, el Vampiro logró colar la propuesta musical de Pulso Radial y Fluido Sónico dentro de la frecuencia modulada, en el 96.1 y en el 93.9; no sé cómo lo hizo, pero sé que le estoy agradecido, porque amplió mi panorama y preparó mi mente para nuevas aventuras musicales. No solo conocí grupos novedosos, también me volví una persona más receptiva e interesada por las formas alternativas del arte, aquellas que existen en los márgenes de las tendencias dominantes.
Supe, por primera vez, de Psychodelic Furs, Clan of Xymox y de grupos mexicanos como Leprosy, Luzbel o Real de Catorce. No obstante, las canciones no eran lo más valioso de aquellos programas, lo mejor era la forma en que las presentaba el Vampiro. Hablaba con claridad y conocimiento de la propuesta de los artistas, de sus influencias musicales y de su historia. En mis desvelos comprendí que el placer de la música no se limita a la escucha de las piezas, también es satisfactorio explorar el universo cultural que se encuentra detrás de la producción de los discos.
El programa Camaleones del pasado merece una mención aparte. Si no mal recuerdo, pasaba los fines de semana y presentaba a grandes exponentes del rock y pop de antaño, desde el rock and roll de los cincuentas hasta el pop electrónico de los ochentas. Nuevamente, sobresalían las intervenciones del Vampiro, quien explicaba con soltura la importancia de los clásicos del pop y del rock occidental del siglo XX. En sus emisiones se hablaba de música con seriedad y pasión. Aprendí mucho y, poco a poco, comencé a definir mis preferencias musicales.
Entonces, ocurrió el acontecimiento, La Zona del Vampiro llegó al canal 10 de la televisión. Antonio Cornejo se presentaba con sencillez y carisma, acompañado de una escenografía compuesta de fotografías de leyendas rockeras colocadas a modo de collage. Al fin pude ponerle rostro de gente a la voz noctámbula de la radio. Ahora su música venía acompañada de imágenes en movimiento que mostraban a juglares eléctricos y damas góticas en toda su gloria. Vale la pena destacar que el programa se convirtió en un sitio de exposición para muchos grupos locales, donde eran presentados con genuino interés. Creo que esa fue la gran aportación de Antonio Cornejo. Mucha gente lo recordará como un fanático de los grandes artistas de rock, pero lo cierto es que al Vampiro le interesaban muchos géneros y, sobre todo, le importaba abrir espacios para músicos independientes con propuestas novedosas.
El Vampiro es un personaje de la contracultura musical chiapaneca del siglo XXI, digo esto porque fue un hombre que se contrapuso, desde la trinchera de los medios, a todos los estigmas que descalifican y ridiculizan el trabajo y propuesta estética de los músicos de metal o de punk. Por mi parte, solo queda decir que ojalá el personal de las estaciones de radio y televisión chiapaneca se dé a la labor de recuperar todo el material posible de las emisiones del Vampiro, sobre todo de los programas de radio. Sería bueno tenerlos en YouTube, como un tesorito de la historia reciente de nuestros medios locales.
El Vampiro seguirá moviendo sus alas en una noche sin final. Gracias por todo y hasta siempre.
Tuxtla Gutiérrez, 08 de noviembre de 2024.