El Nobel contra el autoritarismo / Eduardo Torres Alonso

María Corina Machado Parisca será la recipiendaria del premio Nobel de la Paz 2025, por su “su incansable labor en favor de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha por lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”, de acuerdo con lo determinado por el Comité Noruego del Nobel.

Este galardón es un reconocimiento en favor de la democracia, los derechos y las libertades. Así hay que leerlo. Ella ha liderado la lucha contra la dictadura venezolana y encausado la energía cívica para concretar un cambio político en su país cuyo régimen político-militar ha conculcado las libertades ciudadanas, eliminado cualquier división real del poder público y colocado a la población en una situación de abierta crisis social. Ni qué decir de la expulsión de millones de venezolanos. La realidad es incontestable.

No es una cuestión de apreciación, sino de observación. La democracia en Venezuela se extinguió de forma progresiva. El chavismo, con un cuarto de siglo en el poder y con dos sujetos encabezándolo, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, ha sorteado bastantes presiones internas y externas, y crisis diversas, dando como pago el sistema democrático. Aunque resulta complicado colocarlo como un régimen dictatorial en un sentido estricto, no satisface la existencia de las siguientes libertades para ser considerada una democracia o, en términos de Robert Dahl, una poliarquía: libertad para formar organizaciones y de asociación, de expresión, de voto, para incorporarse por méritos al servicio público, de información libre, entre otras.

Otorgarle el Nobel a una de las opositoras civiles más destacadas a este régimen es reconocer que la democracia importa. Los autoritarismos, las autocracias, los regímenes iliberales o con cualquier otro nombre tienen como objetivo concretar el poder, eliminando la división republicana del mismo, dándole vueltas a la ley hasta sustituirla por unas que les beneficien y transformar al ciudadano en vasallo. Los ejemplos de gobernantes de este tipo abundan no sólo de este lado del mundo. Pongamos dos: Recep Tayyip Erdoğan en Turquía y Viktor Orbán en Hungría.

Las democracias, hay que insistir en ello, mueren, parafraseando el título del conocido libro de Levistzky y Ziblatt. Para defenderla hay que construir ciudadanía informada, contestataria y organizada, e instituciones robustas que resistan el asedio de los falsos demócratas.

La llamada revolución bolivariana del siglo XXI es un ejemplo de la vitalidad y cada vez más preocupante diseminación de autoritarismos por el mundo, pero así como esas formas de usar el poder se reproducen, también lo hacen las resistencias.

María Corina no es la primera mujer en ser reconocida por defender la democracia y plantarse frente a los dictadores. En el anuncio de la ganadora del premio, resuena la potente historia de Aung San Suu Kyi quien en 1991 lo recibió al ser la lideresa de la lucha contra los sátrapas de Birmania. Lo que pasó después es otra historia.

Hay que poner a la democracia como tema de conversación aprovechando esta coyuntura. Se trata de un asunto político, de la posibilidad de caminar con libertad en las calles sin el temor a ser arrestado por pensar diferente, de decidir qué hacer con el voto, no de votar por una sola persona.

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