La jornada electoral concluyó. Hay una candidata ganadora y dentro de unos meses, al rendir de la protesta de ley, será la Presidenta de México. La primera en la historia. Habrá que tirar la idea de que el país se inventará de nuevo. No hay tiempo ni recursos para eso. Es necesario aprovechar lo bien hecho, adecuar lo que se pueda y descartar lo que francamente no tenga sentido para el nuevo gobierno.
Las expectativas son altas porque quien entregará el poder Ejecutivo de la Unión, con independencia de que se haga una evaluación de su gestión gubernamental, estableció un estilo personal de comunicar y de gobernar. La comparación será inevitable, por lo que la nueva Presidenta tendrá que mostrar su autonomía y su capacidad directiva. Conformar un estilo propio, que sea oportuno para el siglo XXI y vea hacia el futuro.
El nuevo gobierno y la sociedad completa –quienes votaron por la coalición ganadora como los que no– tienen frente a sí problemas, los viejos y los nuevos. Estos no desaparecieron ni disminuyeron el domingo 2 de junio al anunciarse el resultado de la elección: la inseguridad, el narcotráfico, la falta de empleos y la precarización laboral, la corrupción que campea todas las instituciones, el desgaste del sistema de partidos, la impunidad que lastima a la sociedad, la pobreza y la desigualdad, el desplazamiento forzado, el mediocre crecimiento económico, los exiguos apoyos al campo, el estrés hídrico, la raquítica inversión en ciencia, tecnología e innovación, el crecimiento desmedido de la mancha urbana, las carencias de la educación pública, las violencias contra las mujeres, la explotación infantil, el clientelismo auspiciado desde el poder, por enunciar algunos, son parte de la agenda que hay que atender.
Algunos de los anteriores ya no son catarros, sino que son enfermedades que se han extendido por todo el cuerpo y amenazan con tener consecuencias irreversibles. Para usar una metáfora médica.
Mal hará la ciudadanía si, después de las elecciones, se repliega y vuelve a su vida privada, desatendiéndose de la cosa pública porque la calidad del gobierno depende de la capacidad de crítica y organización que haya en todos los sectores sociales. Y mal hará el gobierno que se formará si desprecia a quienes no coinciden con él, porque el país es así: plural y se gobierna para todos. Los problemas son tantos y tan profundos que ni el Estado, ni el mercado ni la sociedad pueden por sí solos.
Las campañas electorales mostraron que aún existen pendientes en la conformación de una cultura política robusta, pero también fueron una oportunidad para que la población manifestara sus convicciones.
El país no se acaba en una jornada electoral. Es más que la división entre conservadores y progresistas, si es que es posible mantener esa dicotomía. Es la suma de voluntades que, en la diferencia, se ponen de acuerdo –al menos, en lo básico– para avanzar.