El partidazo que fue / Eduardo Torres Alonso

El Partido Revolucionario Institucional no es lo que fue, pero tampoco es lo que dicen que es: un cascarón. Al menos, al día de hoy, sigue siendo una fuerza política que concita la discusión, un actor cuyos votos en las Cámaras son importantes, y una organización que ha configurado un sentido de la política.

Ya lo sabemos, el PRI fue una pieza fundamental en el rompecabezas del poder en México. Veamos un ejemplo, como partido formal, estructuró a la población en sectores, dando pie al corporativismo, y de él emanaron de forma consecutiva todos los presidentes de la República hasta el año 2000 y luego un militante suyo se sentó en la silla del águila entre 2012 y 2018. Estos aspectos no son menores. Aún hoy persiste la organización corporativa (y clientelar).

No obstante, el PRI de 2025 está muy lejos de significar lo mismo que durante los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo. En esos 18 años, la política se hacía en ese partido. No había oportunidad de ganar sin los colores de la Revolución. No había posibilidad de disentir. No había futuro en la oposición.

El documental “PRI: Crónica del fin” ha colocado en la discusión pública la historia, actualidad y futuro de esa organización política a la que Giovanni Sartori denominó como partido hegemónico.

La culpa ha sido del Presidente de la República, es una de las conclusiones a las que se puede llegar al escuchar los testimonios de los entrevistados. Todos los presidentes de México usaron al partido a su conveniencia, incluso cuando no tenían simpatías con él, como fue el caso de Ernesto Zedillo. Él es el “Lutero” del partido, se advierte. Si se perdió la elección del 2000 fue porque él así lo quiso. Si esta idea conclusiva a la que me he referido es cierta, también lo es que el partido, para sobrevivir, encontró en la cercanía presidencial una zona de confort que lo despojó de su naturaleza real: la de partido político, con todo lo que ello significa. Como se dice en el documental, fue una maquinaria (electoral) al servicio del Presidente. Si el PRI se volcó a satisfacer los deseos presidenciales, por más irresponsables que fueran, entonces, también es causante de su mal estado actual.

Para los enterados en la cosa pública, la historia política o sólo de las noticias, lo que el documental ofrece no es nada nuevo, salvo dos cosas: el muy interesante material audiovisual y algunas declaraciones de actores que han estado en la arena política por décadas: Manlio, Dulce María, Paredes, Fox, Labastida, Elba Esther, Salinas, Cárdenas, Muñoz Ledo, Chuayffet, Peña, Galindo. También sale Alito. Para las generaciones más jóvenes algunos de estos nombres o apellidos son sólo ecos de gente que hace política o nada les dicen. Pero quien ha seguido la política nacional sabe que su presencia en la vida política activa significó bastante. Por ello hay que escuchar lo que cuentan, aunque sean reiterativos con ideas expuestas antes o hagan una autocrítica (no tan severa) a su papel como miembros de esa maquinaria.

En el documental, la voz es de las élites y no la de la militancia. SI algo se caracterizó al priismo fue su estructura territorial. ¿Qué pensarán los cuadros de base sobre los resultados electorales más recientes? ¿Qué dirán sobre el uso patrimonial que se hace del partido? ¿Estarán satisfechos aquellas vecinas y aquellos vecinos que conscientemente han votado por el PRI siempre con lo que hacen sus dirigencias municipales, estatales y nacional? ¿Los priistas de más años añorarán al partidazo? ¿Los priistas más jóvenes serán conscientes de su papel en democracia?

Por ahora, hemos vuelto al PRI. ¿Qué tanto seguiremos hablando de él?

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