Un pan que da vida a las ofrendas chiapanecas en Zoquí, la panadería tuxtleca que preserva el alma de lo ancestral
Primer Plano Magazine/Noé Juan Farrera Garzón
El ponzoquí es mucho más que un pan: es un símbolo cultural y espiritual profundamente arraigado en la cosmovisión de la etnia zoque de Tuxtla, originaria de la región central de Chiapas. Su nombre proviene del vocablo zoque que significa “pan en forma de gente o persona”, y su elaboración artesanal ha perdurado a través de generaciones, manteniendo viva una tradición que conecta lo terrenal con lo divino.
En Tuxtla Gutiérrez, capital del estado, el ponzoquí forma parte esencial de las ofrendas que se preparan durante las festividades religiosas. Es común verlo colgado en el somé, troncos de madera envueltos con ramas y hojas, donde se cuelgan frutas, verduras, trastes y rosquillas de pan, teniendo como pieza central dos figuras humanas hechas con este singular pan.
De acuerdo con la tradición, el somé —palabra que también proviene del zoque y significa “regalo”— simboliza una ofrenda para los santos, las deidades o los difuntos.
Christian Jazmín Córdoba Lizaldí, propietaria de la panadería tradicional Zoquí en Tuxtla, ha dado continuidad a este legado. Proveniente de una familia de panaderas, aprendió el arte de su abuela y hoy elabora el ponzoquí con harina, huevo, azúcar, manteca, un toque de vainilla y su sello personal: el queso. Sin embargo, lo más distintivo de su técnica es el uso de un “esqueleto” interno hecho de palitos de madera que da forma y estructura al pan, un detalle que, según cuenta, la convierte en la única panadera que conserva esta práctica artesanal empleando este sello.
El pan, tiene un profundo simbolismo dentro de los rituales zoques y de otras culturas chiapanecas y del mundo entero, pues representa la abundancia, la gratitud y el respeto hacia los antepasados. Durante las celebraciones dedicadas a las vírgenes de Copoya y en las festividades de Todos los Santos, en noviembre, el ponzoquí ocupa un lugar de honor en los altares y ofrendas.
La ceremonia de los rituales, culmina con la “bajada del somé” al terminar la octava, que es cuando los panes y las frutas se reparten entre los asistentes, compartiendo el alimento como símbolo de unidad y bendición.
No obstante, Tuxtla no es el único lugar donde esta tradición persiste. En Suchiapa, por ejemplo, la panadera tradicional Juanita Gómez, también elabora este pan, al que en su comunidad llaman “pan dibujado”, y que adquiere protagonismo durante la temporada de Día de Muertos.
El ponzoquí no solo es un testimonio del ingenio y la fe del pueblo zoque, sino también una muestra de la riqueza cultural y gastronómica que distingue a Chiapas. En cada figura de pan se resguarda una historia, una creencia y una identidad que, como su sabor, resiste el paso del tiempo.