Las personas pensamos en el futuro. Ese tiempo inescrutable e ignoto que se espera para concretar planes y proyectos, en donde todo estará mejor. Si embargo, el porvenir se cifra en el presente. No hay futuro sin una realidad actuante.
Haciendo una generalización injusta, en el siglo XIX se pensó el porvenir de una forma positiva; digamos, optimista. Todo estaba por hacerse y eso estaría bien hecho. El progreso, junto con la industrialización acelerada, eran el camino a seguir. Representaba el desiderátum. De esta forma, la visión decimonónica del porvenir estaba cifrada en un nuevo tipo de sociedad, moderna y capitalista. Con un horizonte industrial y dueña del mundo.
Pero cien años después, la visión del porvenir cambió. Del optimismo se pasó a la incertidumbre, con énfasis en el riesgo y el peligro. Categorías propiamente sociológicas, el riesgo es producto de las acciones humanas, mientras que los peligros provienen de la naturaleza. Las dos grandes guerras, los accidentes nucleares, las intervenciones militares en países de todos los continentes con sus consecuencias para las poblaciones, son ejemplo del constante riesgo que vive la humanidad y lo que ello significa para el futuro, haciéndolo cada vez un lugar más lejano y, al mismo tiempo, más deseado: el futuro como la opción para salir de la barbarie. Por supuesto, también los huracanes, terremotos y otros eventos naturales catastróficos están en la mesa, aunque, de forma paradójica, es claro que lo que puede hacer más daño es la acción humana.
En el siglo XXI, el porvenir implica la propia supervivencia de las comunidades humanas y su relación con el medio ambiente. ¿Qué tipo de porvenir se requiere? Uno armónico e integral. ¿Se puede lograr? Es posible, en la medida en que los actores políticos –en tanto que tienen acceso a medios de comunicación– logren concitar un esfuerzo compartido para ello y recuperen la confianza de las personas, dejando atrás los procesos de adoctrinamiento y haya un proceso real de politización.
Desde hace varios años, el futuro se piensa oscuro, no sólo por desconocido sino porque en esa dimensión temporal es probable que la situación actual no mejore. La linealidad del progreso es inexistente, pero la agudización de los riesgos y de los escenarios adversos es mayor.
Los autoritarismos, la exacerbación de la pobreza, la intensidad de los cambios en la temperatura, la cerrazón de las elites, en fin, la clausura de oportunidades de movilidad social, en particular, para aquellas personas que viven en los países periféricos, son algunos de los temas que se deben atender hoy para tener un porvenir un poco mejor.
El porvenir no va a cambiar con sólo nombrarlo o desearlo. Se puede llegar a un peor mañana. Todo puede empeorar. Para evitar eso, se necesita una intervención real y profunda en el presente, con convicción, determinación e información. Todavía algo se puede hacer.