Hace cinco años, el 31 de marzo de 2020 el gobierno federal emitió la declaratoria de emergencia sanitaria por la presencia y propagación del virus de la Covid 19. Como parte de la Jornada nacional de sana distancia se establecieron medidas inéditas como la suspensión de actividades no esenciales, la restricción de reuniones de más de 50 personas y el resguardo domiciliario.
En principio, la suspensión de clases tenía una vigencia de un mes que se prolongó más allá. Centros de trabajo públicos y privados pidieron a su personal laborar desde casa. Al iniciar el confinamiento comenzó también una nueva época en la convivencia social y en las dinámicas al interior de los hogares. La emergencia sanitaria finalizó, oficialmente, en mayo de 2023.
La restricción para salir de los domicilios se convirtió en un auténtico reto para millones de mujeres. El tiempo dedicado al trabajo de cuidados se intensificó y las tareas del hogar se multiplicaron de un momento a otro. La alimentación, la limpieza del lugar, el aseo, las tareas escolares y el cuidado de personas enfermas provocó una sobrecarga física y emocional que dejó secuelas para toda una generación.
La suspensión de clases afectó severamente la convivencia de niñas, niños y adolescentes y, en contraparte, el trato diario durante meses entre integrantes de las familias evidenció tensiones y conductas agresivas y el aumento de la violencia física y sexual contra niñas y mujeres que vivían encerradas con sus maltratadores.
El trabajo femenino, que en su mayoría se desempeña en el sector terciario de la economía (servicios y comercio), sufrió la pérdida de empleos como consecuencia de la crisis provocada por la pandemia. En marzo de 2020 la cifra de ocupación laboral de mujeres en el país fue de 22.1 millones, un mes después se desplomó hasta los 16.5 millones.
Sin empleo y con gastos fijos como la renta o hipotecas, especialmente en hogares monoparentales o de jefatura femenina, la situación se hizo insostenible y muchas mujeres ingresaron al sector informal con menor retribución y sin seguridad social.
Durante el confinamiento, su papel de cuidadoras expuso a las mujeres a un mayor riesgo de contraer Covid, sobre todo aquellas que laboraban como enfermeras. La emergencia sanitaria resultó en una emergencia global de los cuidados, poniendo de manifiesto las desigualdades estructurales en todos los ámbitos de la vida como el económico, laboral y de salud.
El estado emocional de muchas mujeres se agravó por las preocupaciones económicas, el aislamiento, la ansiedad y depresión. La precariedad económica, laboral y el aumento de la pobreza fueron otras de las secuelas. Las dobles jornadas se convirtieron en triples.
Cinco años después la normalidad ha vuelto pero la igualdad sustantiva y la autonomía económica de la mujer siguen rezagadas, incluso más que previo a la pandemia, un acontecimiento que nos dejó lecciones pero también retrocesos en los derechos alcanzados.
El análisis de género y sus efectos directos e indirectos está ausente en la era postcovid. Los gobiernos dieron por terminada la emergencia sanitaria sin que los planes de recuperación tuvieran una perspectiva de género, lo que dificulta analizar las consecuencias de este periodo en la historia de la humanidad de enormes retrocesos en las metas de igualdad. Es momento de retomarlo.