Por Mauricio Sosa
Cada vez que los privilegios del poder económico se ven amenazados, los grandes medios dejan de informar para empezar a manipular la opinión pública.
En 1910, cuando Madero desafió el orden porfirista, lo llamaron peligroso e incapaz. Los medios lo atacaron porque su proyecto significaba el fin de los privilegios de una élite que dominaba la política y la economía nacional. Aquella campaña fue la antesala de una Revolución que no lograron frenar y que representó un avance histórico en los derechos sociales y agrarios de millones de mexicanas y mexicanos.
Lo mismo ocurrió en 1938, cuando se anunció la expropiación petrolera. Se desató otra guerra mediática: dijeron que México caería en la ruina, que el gobierno actuaba con irresponsabilidad. Pero lo que no dijeron fue que se tocaban intereses económicos nacionales y extranjeros que lucraban con nuestros recursos y explotaban a nuestra gente sin dejar beneficios reales al país.
En cambio, en 1994, cuando colapsó el modelo neoliberal y el peso se desplomó con Zedillo, los medios guardaron silencio. No hubo editoriales indignados ni titulares alarmistas. ¿Por qué? Porque ese modelo les beneficiaba. Callaron, maquillaron y protegieron al poder.
Hoy, con la posibilidad de que el pueblo elija, de manera inédita, a quienes integrarán el Poder Judicial de la Federación, vemos cómo se repite el mismo guion. Desde algunos medios y espacios de poder se ha apostado por desacreditar a las y los aspirantes, vaticinar el fin de la autonomía judicial e instalar el miedo en la ciudadanía. Lo que no se publica son aquellos intereses que han lucrado históricamente con la justicia y que hoy orquestan, por todos los medios posibles, la abstención. Una vez más, se manipula la opinión pública y se busca frenar la participación ciudadana.
Es cierto: hay aspectos por mejorar en este proceso. Se requieren reglas claras, certidumbre y transparencia para garantizar una jornada democrática impecable. Pero más allá de las fallas, esta es una oportunidad única para que las y los ciudadanos sean protagonistas de una transformación profunda de su sistema de justicia.
Este tipo de ejercicios marcan un antes y un después en la madurez de cualquier sociedad. Y si aspiramos a una democracia real, debemos asumir el compromiso de participar y de difundir esta posibilidad. Solo así lograremos que el poder deje de ser un privilegio de unos cuantos y empiece a responder al pueblo que lo elige.
Será la historia quien juzgue si fuimos espectadores o protagonistas. Hoy, tenemos la posibilidad de heredar a las siguientes generaciones un país donde la justicia no sea privilegio de unos pocos, sino un derecho garantizado para todos. Pero para eso, debemos deconstruir lo que conocíamos como justicia y construir una nueva visión: una en la que, ante un juzgador, todas y todos seamos iguales, sin exclusión ni distinción.
Elijamos con responsabilidad. Porque esta elección no es solo jurídica: es el primer ladrillo del renacimiento de la justicia en nuestro país.