Las brechas de género se evidencian con más fuerza en el plano económico. Del total de la población, es mayor el número de mujeres que se encuentran desempleadas, en la informalidad, las que menos ingresos obtienen y quienes más tiempo dedican a las labores domésticas y de cuidados. Sin ingresos estables, se crea una espiral de inequidad social, carestía e incremento de la pobreza y el abandono.
Resulta una paradoja que del universo de mujeres ocupadas en el país que en mayo fue de 23.6 millones, la mayoría obtenga un salario mínimo, en contraste con el valor económico de las labores domésticas y de cuidados que realizan (trabajo no remunerado) equivalente al 26% del Producto Interno Bruto nacional.
El mercado de trabajo discrimina porque no otorga ingresos acordes a las funciones, actividades y responsabilidades que ejercen las mujeres. El 73% que están ocupadas en un empleo recibe hasta dos salarios mínimos de acuerdo con el Inegi, equivalentes a unos 12 mil 500 pesos mensuales.
La discriminación también se reproduce en los niveles más altos de dirección en el servicio público o el sector privado, al percibir un pago menor aun cuando ocupan los mismos puestos de mando que los hombres.
El mercado de trabajo es injusto con el talento, la mano de obra calificada y las habilidades de las mujeres al asignarles bajos salarios, al tiempo que desconoce que el monto del trabajo no remunerado en el país asciende a 7 billones, que en su mayoría es realizado por nosotras.
El mercado laboral es excluyente. Aunque suele tener variaciones mensuales, la tasa de mujeres que laboran en la informalidad se mantiene en los mismos niveles desde hace años (56%). Es mayor el número de las que se encuentran en esa condición (13.2 millones) que les priva de estabilidad laboral, prestaciones y seguridad social, que aquellas que se encuentran en el mercado formal de trabajo (10.4 millones).
Coneval nos informa que al primer trimestre de 2023, los hombres ocupados reportaron un ingreso laboral mensual de 7 mil 480 pesos y las mujeres de 5 mil 860, lo que demuestra que la brecha se mantiene, pues el ingreso laboral de los hombres es 1.3 veces que el de las mujeres.
Dedican 40 horas a la semana a las actividades de labores domésticas y de cuidados, lo que les impide la búsqueda y sostenimiento de un empleo y la obtención de ingresos para adquirir la canasta básica y cubrir otros satisfactores. Esta circunstancia lo mismo se presenta en zonas urbanas que rurales explicando lo que se conoce como feminización de la pobreza.
El indicador de pobreza de Coneval reportó en 2020 que el número de mujeres en situación de pobreza a nivel nacional fue de 29.1 millones (44.4% del total), mientras que el porcentaje en situación de pobreza extrema fue de 8.5%. La carencia por acceso a la seguridad social sigue siendo la principal en la población de mujeres que afecta a más de 33 millones.
Aquellas que se encuentran en condición de pobreza, dejan de contribuir al bienestar de sus familias no pueden ejercer sus derechos ni disponer de satisfactores esenciales.
Empleos dignos, de calidad y acceso a los servicios públicos y sociales en condiciones de igualdad, resultan elementos fundamentales para mejorar la calidad de vida y combatir la pobreza, que pasa por promover sociedades inclusivas. De otra forma, la desigualdad económica de las mujeres en México persistirá y esto es inaceptable.