La mayoría de las personas hablan del virus como un huracán que cayó en Chiapas en mayo y junio que hizo un desastre, pero que ya se fue
Sandra de los Santos / Aquínoticias
Es la mañana del viernes 13 de noviembre en Tuxtla Gutiérrez. El día está movido porque es quincena y de no ser porque la mitad de las personas que se suben al transporte público andan con cubrebocas nada haría pensar que la pandemia del COVID-19 continúa.
Afuera de los bancos hay largas filas; el transporte público anda en toda su capacidad; los restaurantes y negocios callejeros tienen clientela; la gente entra y sale de diferentes negocios, que a lo mucho tienen en la entrada un frasco de gel, que ya de tanto rellenarse el envase tiene un color amarillento y sucio que es probable que se esté más segura sin usarlo que al ponerse lo que contiene. Los tapetes sanitizantes, se han convertido en una decoración fea a la entrada de los establecimientos porque no sirven para lo que se supone deberían.
La mayoría de las personas hablan del virus como un huracán que cayó en Chiapas en mayo y junio que hizo un desastre, pero que ya se fue. Le han perdido el miedo y utilizan el cubrebocas solo porque en algunos lugares es requisito portarlo para poder ingresar, aunque también hay personas que siguen medidas de autocuidado para evitar la enfermedad, que aún ronda por todos lados.
En el transporte público no está permitido llevar la unidad a su capacidad, pero tampoco hay una autoridad que revise que la norma se cumpla. Los propios chóferes, dicen, que si no llenan en su totalidad las «combis» es porque no hay suficiente pasaje y no porque se prohibió debido a la pandemia. Así que cuando hay movimiento, como hoy, hay que aprovechar.
Ismael tiene 38 años de edad y es chófer en una de las rutas con mayor número de unidades en la capital del estado. Tuvo COVID-19 en junio, pero logró recuperarse. Dice que estuvo cuatro días en casa y después se reincorporó a trabajar. Como muchos viven al día así que no había opción.
«Yo no le tuve miedo a la enfermedad, aunque acá en la ruta tuvimos compañeros que sí se vieron muy mal y hasta fallecieron, pero a uno le puede tocar la muerte en cualquier lado. Yo me accidenté cuando andaba en los Estados Unidos y ahí sí pensé que me iba a morir y me preocupaba que iba yo a quedar lejos de mi familia y que no iban a saber ya nada de mí» dice Ismael, quien anda trabajando sin cubrebocas, pero trae uno de tela colgado en el espejo retrovisor de la unidad, pareciera el nuevo adorno más común en muchos carros.
La economía en México se basa, sobre todo, en los empleos informales. Hay una cantidad enorme de personas que si no salen a trabajar un día no tienen ni un solo ingreso así que se la tuvieron y se la siguen jugando, rogando que a ellos no les toque y si les toca que no sea tan grave y si es grave que al menos puedan despedirse de su familia y quedarse con el consuelo de quedar enterrado en su tierra… «Que digan que estoy dormido y que me traigan aquí».
«En mayo, junio y todavía en julio sí estuvo muy feo, yo me acuerdo que veía cómo salían de las casas estos médicos que andaban con su traje blanco como astronautas y uno sabía que ahí había enfermo, yo trataba de ver para otro lado, porque sí la piensa uno que le puede tocar o a su familia y es feo que ahí ande viendo la gente» relata Ismael, quien vive en una colonia al poniente sur de la ciudad junto con su esposa y sus hijas de 7 y 12 años de edad.
Durante la primera semana de junio a Ismael le tocó la enfermedad. Empezó a tener síntomas un martes, pero fue hasta el viernes que se sintió peor y dejó de trabajar. Le inició como con una leve gripa, pero luego se le fue complicando con dolor de cuerpo, fatiga y fiebre.
«Yo me empecé a sentir mal un martes, pero no dije nada ni en mi trabajo ni a mi mujer. En mi trabajo para que no me fueran a bajar de la combi y a mi mujer para que no se espantara porque también creí que tal vez ya era mi sugestión de saber que ya mucha gente tenía. Pero, desde el jueves ya me dio muy dura la calentura y el viernes ya no fui a trabajar» recuerda el chófer.
Con fiebre estuvo cuatro días. Nunca supo cuánto tuvo porque no fue al médico, no se puso un termómetro y menos el oximetro, que sirve para ver la oxigenación. Hubo dos días que se fatigaba con solo ir al baño. Pasó la enfermedad con paracetamol, vaporizaciones de vaporup y tés de manzanilla, jengibre y diente de león. Su esposa también presentó síntomas, pero más leves. Los dos tienen 38 años de edad, no padecen ninguna enfermedad crónica y tienen un peso regular. Sus hijas nunca presentaron síntomas.
Al igual que muchas personas, Ismael está convencido que como ya le dio no le puede volver a dar, además, tiene la certeza que el virus se fue porque ya no ha conocido de ningún caso. Chiapas entra este 16 de noviembre a su semana 12 de semáforo amarillo, es uno de los pocos estados de la república que se ha sostenido en esa etapa, sin embargo todavía hay casos y la posibilidad de un repunte, como en todos lugares, sigue presente, sobre todo, entre más movilidad exista.
La razón por la que Ismael no se aisló no tiene que ver con la inconsciencia o algo así, sino con la necesidad de buscar el sustento de su familia. «Si yo me siento nadie me va a llevar dinero» asegura, y ese es el mismo motivo por lo que muchas personas aun estando enfermas no dejan de laborar.
El uso del cubrebocas, la sana distancia y otras medidas de seguridad es otro tema. Ismael comenta que se lo quitó porque le acalora y siente que no lo deja respirar. Además está convencido que ya no se va a enfermar, que una vez más «ya la libró». La «sana distancia» es imposible en un colectivo que va a toda su capacidad. La mayoría de los pasajeros porta cubrebocas y algunos de ellos cuando pasan el dinero de su pasaje, inmediatamente después se ponen gel antibacterial. El cubrebocas algunos lo portan de la manera correcta, tapando nariz y boca, pero otros a la mínima provocación se lo quitan o destapan la nariz.
Ismael tiene meses que ya no piensa en la pandemia, la recuerda porque aún no han regresado a clases las y los estudiantes y eso se ve reflejado en su cuenta diaria. Está convencido que la muerte le puede llegar en cualquier momento porque ya la vio de cerca, pareciera que lo dicen en serio o tal vez solo se lo repite para creerlo y así agarrar valor para salir todos los días de su casa rogando que no suceda nada malo.
Una gran parte de la población en México se la rifa todo los días. La vida se vuelve un juego de azar para las personas que no tienen seguridad social, no perciben un sueldo seguro, en donde de una u otra forma todos los días andan apostándole por la sobrevivencia. No saben si el otro mes, la próxima semana o el siguiente día habrá para pagar la renta, los servicios básicos, los alimentos o si habrá para el médico y las medicinas en caso de enfermarse. El COVID, para este grupo de población bastante extenso, es otro obstáculo que librar, pero no para detenerse.