La verdadera pandemia silenciosa; más allá de las cifras oficiales
La disparidad entre las cifras oficiales y los contagios reales del día a día vuelven cada vez más obsoletos e inverosímiles los reportes que las autoridades de salud emiten diariamente. La realidad, sobre conocidos, amigos o familiares enfermos con sintomatología relacionada al Covid-19, ha superado por mucho a esos datos oficiales, que con el paso de los últimos días parecen tener menos utilidad y lucen más conservadores de lo que deberían.
Las redes sociales, las plataformas digitales de comunicación entre familiares o amigos y las conversaciones cotidianas se han llenado aceleradamente de comentarios sobre enfermos, familiares desesperados por conseguir medicamentos u oxígeno y, en el peor de los casos, noticias sobre lamentables fallecimientos intempestivos, en la mayoría de los casos sin pruebas diagnóstico que confirmen o descarten su relación con la pandemia del nuevo Coronavirus.
Las pruebas de diagnóstico, bajo el control casi absoluto de las autoridades de salud en México, sobre todo en entidades donde se ha limitado la certificación de laboratorios privados (por parte del Indre) a sólo uno o ninguno, parecen haberse convertido en un derecho exclusivo de enfermos muy graves o un privilegio de algunos funcionarios de primer nivel, recomendados suyos y uno que otro «influyente».
Para el grueso de la población las pruebas se han limitado o restringido. Aún cuando se presenta toda la sintomatología (incluida la dificultad moderada para respirar) la intervención de las autoridades de salud parece haberse delimitado a realizar chequeos generales, extender las recetas respectivas, mandar a cuarentena y pedir llamar a los números de emergencia en caso de que el cuadro clínico se complique. Tal vez ahí esté la explicación del por qué muchos llegan cuando la situación es ya de elevada gravedad.
Si bien el modelo Centinela, aplicado por el gobierno federal para realizar las estimaciones de la pandemia en México con base en el muestreo oficial estima un esquema de entre 8 y 10 enfermos por caso confirmado, lo cierto es que los informes diarios de las autoridades parecen haberse quedado muy cortos ante lo que la ciudadanía reporta todos los días.
Y es que, debido a lo limitado de la capacidad hospitalaria, la restricción para la aplicación de pruebas diagnóstico y la necesidad de llevar los procesos de recuperación de manera intradomiciliaria, a muchos no les ha quedado de otra que cuidar a sus enfermos con problemas respiratorios en casa, desencadenando gastos cuantiosos en renta de tanques de oxígeno y compra de medicamentos con sobreprecios, esperando a que la situación mejore.
Hablar de aplanamientos de curvas o disminución de incidencia luce verdaderamente contrastante para la percepción social. Tal vez la respuesta de fondo tenga que ver con que, al menos en México, por las razones que sean (desobediencia social o falta de determinación de la autoridad para aplicar medidas coercitivas), nunca hubo control real sobre la crisis epidemiológica.
Los reportes oficiales mantuvieron la atención de la ciudadanía mientras la pandemia se veía lejana o ajena al entorno de la gran mayoría. Sin embargo, hoy que las autoridades sanitarias han sido públicamente rebasadas en su capacidad de control estadístico y la pandemia finalmente se ha esparcido sin control, las cifras oficiales han perdido la credibilidad y el interés social por su evidente distancia con la realidad y su ya simple manejo como método estadístico a conveniencia… así las cosas.