Quienes nacimos en el siglo XX en México, nos tocó vivir las mocedades educativas, la juventud laboral o la madurez productiva, en un ambiente de agudos desequilibrios macroeconómicos siendo uno de ellos, acicate del ingreso causado por niveles de inflación inusitados de dos y tres dígitos. El salario mínimo se registraba en miles y era común tener un salario profesional o comprar un bien duradero en millones de pesos.
En los 70´s y 80´s la economía mexicana manifestaba los estertores de un modelo de desarrollo económico agotado, donde el Estado era el hacedor de todo y distribuidor de todo, ajeno de la Racionalidad Económica y luego entonces, quebrado, con gastos crecientes y un Presupuesto Público en déficit permanente y obligado a contratar Deuda Pública ascendente.
La Deuda Pública fue la pesada carga que heredan gobierno tras gobierno con sus consecuentes limitantes en el funcionamiento de los servicios públicos básicos como educación, salud, servicios urbanos, seguridad, apoyos productivos, otorgados con baja cobertura y mala calidad.
Y la facilidad de contratar Deuda Pública por parte de los gobernantes mexicanos, era posible por el hecho de tener mercados financieros oferentes y el aval del petróleo que abría las puertas con los acreedores internacionales.
Al paso de unos años, se desquiciaron los fundamentos macroeconómicos esto es, Inflación galopante, Presupuesto Público deficitario, Deuda Pública agigantada, Balanza de Pagos deficitaria y divisa inestable (Peso mexicano), síntomas de finanzas públicas y economía enferma. Los acreedores comenzaron a reclamar el pago de sus créditos y de ahí el consenso de rescatar financieramente a México, por parte del Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM) y los banqueros acreedores de EE. UU. y Europa.
A la hora de rendir cuentas al pueblo mexicano por parte de los gobernantes en turno, la culpa era de la Deuda Pública, como si fuera impuesta contra nuestra voluntad. Este fue el origen del «Estigma Popular» y rechazo social a las palabras Deuda Pública.
Recuperada las finanzas públicas y los fundamentos macroeconómicos estables a finales de los 90″s , el estigma de la Deuda pública se desvaneció y los gobiernos operaron con cierta prudencia y racionalidad económica, así como al crecimiento económico derivado del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica y al desempeño de los órganos autónomos reguladores de la economía como el Banco de México.
Satanizada la Deuda Pública en el ánimo popular, injustamente se oculta su rostro favorable y detonador de desarrollo como lo es el Financiamiento. Usar recursos de manera responsable para crecer es la pauta común y universal, de personas y naciones para impulsar sus esfuerzos productivos y de bienestar.
Si decimos Deuda Pública estamos hablando de Financiamiento. ¿Quién sensatamente desprecia el Financiamiento? Países como Japón registran las tasas más elevadas de Financiamiento, esto es de Deuda Pública y ello no significa un lastre, una acción maléfica para la economía nacional, para el mundo de los negocios o los emprendimientos.
México en la Postpandemia del COVID-19 necesita de Financiamiento, como está ocurriendo con muchos países desarrollados y emergentes para encarar la crisis económica nunca antes vista desde el siglo pasado. Financiamiento que se justifica plenamente y que deberá ser aplicado de manera responsable con transparencia hacendaria y enfoque de eficiencia y eficacia social.
Dejemos atrás el Estigma del Endeudamiento Público, veamos ahora el Financiamiento oportuno, responsable y de justicia social que hoy reclaman millones de mexicanos agobiados por el COVID-19…
@Chamulay