Entre burdeles buscan a sus seres queridos

María Clementina Vázquez Hernández, de 72 años, nacida en Tegucigalpa, Honduras, toca cada una de las puertas de una cuartería erigida como el principal prostíbulo de Huixtla, Chiapas y pregunta sobre María Inés, su hija

Israel Hernández / Sin Embargo

[dropcap]M[/dropcap]aría Clementina Vázquez Hernández atraviesa un viejo portón metálico pintado de azul y se interna en una propiedad que pasa desapercibida de entre la veintena de bares y cantinas de la zona de tolerancia de Huixtla. Doña Cleme trae colgada la foto de su hija María Inés Hernández y avanza junto a un grupo de 10 madres que también se abre paso en un pasillo estrecho de apenas un metro de ancho.
Tac, tac, tac, tac.
-Buenas, señorita, sólo quiero saber si usté no la ha visto- pregunta María Clementina, de 72 años y pone la fotografía frente al rostro de la mujer que abre la puerta de su privado.
-No, seño, la verdad no, por aquí no ha pasado- dice Jazmín mientras mueve la cabeza de un lado a otro y mantiene su mirada sobre el rostro juvenil de la imagen, en pleno repaso a sus últimos 12 años, tiempo que ha ejercido la prostitución en Chiapas.
Vázquez Hernández, nacida en la colonia Villa Unión de Tegucigalpa, Honduras, toca cada una de las puertas de esa cuartería erigida como el principal prostíbulo de la pequeña ciudad y pregunta sobre María Inés. Al igual que el resto de madres centroamericanas que perdieron el rastro de sus hijas, no descartan que se dediquen a la prostitución para subsistir o que en su tránsito por México hayan sido víctimas de trata, especialmente en este municipio chiapaneco, posicionado en el tercer lugar estatal en cuanto a número de casos de trata de personas se refiere.
Ninguna de las 18 mujeres que aguardan en sus habitaciones da algún dato o pista sobre el posible paradero de la muchacha que dejó su país el 17 de noviembre del 2000. Otras 6 mujeres que tienen un espacio en el burdel de la avenida Rodolfo Figueroa ni siquiera abren sus puertas y no están dispuestas a cruzar palabras con las madres, y un par prefieren seguir con su sesión de maquillaje.
Algunas se cohíben ante la presencia de las cámaras de los colegas periodistas y condicionan cualquier conversación a cambio de que no haya fotografías ni nombres reales.
«A ver, mi familia sabe que estoy con bien y dónde estoy, pero no quiero que me vean aquí, ese es el favor que les pido», dice Victoria, una trabajadora sexual originaria de Cobán, Guatemala.
Transcurridos 10 minutos dentro del burdel, María Clementina Vázquez no obtiene un solo testimonio o información sobre su hija y continúa la búsqueda en Las Carmelitas, La Palmera, La Burbuja, La Embajada, El Rinconcito y otros bares de la zona de tolerancia en los que retumban canciones de Vicente Fernández, Juan Gabriel y otros próceres de la canción mexicana.
En todos los centros de ocio, invariablemente, hay mujeres centroamericanas que trabajan desde el mediodía hasta cerca de las 2 de la mañana. Y en todos, ellas dan un argumento sobrado de contradicción y desapego a su condición de migrante: «Este es un lugar de paso, aquí no se quedan».
La recolección de información se alarga por más de una hora sin que la Caravana de Madres Centroamericanas logren datos contundentes sobre la ubicación de alguno de sus familiares. Pese a esto, el equipo del Movimiento Migrante Mesoamericano y las coordinadoras de cada país toman nota y guardan registro de la visita al sitio localizado a escasos 50 metros del río Huixtla.
Con el rostro quemado –el invierno chiapaneco ha recibido a las madres con temperaturas por encima de los 30 grados centígrados-, María Clementina Vázquez retorna al autobús que conducirá al grupo a la iglesia de San Francisco. Si bien a su bolsa no pudo echarse pistas sobre María Inés, lo cierto es que tampoco perdió un solo gramo de esperanza de encontrar a su hija.

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