Desde la declaración de la OMS de pandemia a causa del COVID-19 el pasado 11 de marzo, hemos visto en medios mucha información al respecto. No debemos minimizar las consecuencias de la enfermedad, aunque hasta la fecha hay relativamente pocos casos confirmados en el país, pues los muertos a consecuencia del virus aumentan día con día en todo el mundo. La pregunta es hasta dónde el pánico (empeorado por la propagación de fake news) puede llevar al ser humano a problemas de salud mental y cómo lograr el equilibrio entre ésta y la prevención firme y efectiva.
Está por verse que otras medidas se instruyen en el país, pero ante el evidente aumento de casos confirmados, al menos hasta ahora ya sabemos que niñas y niños no asistirán a clase y eso modifica las dinámicas en los hogares. Las instituciones deben prever medidas de educación a distancia y flexibilización laboral (home office) para que los padres y sobre todo las madres que trabajan puedan atender a sus hijos en edad escolar.
Utilicemos este periodo para cuidar la salud física, pero también la mental. Durante el aislamiento social, la OMS recomienda mantener contacto con amigos y familiares, a través de plataformas digitales de videoconferencia, videollamadas, llamadas y mensajes, así como establecer una rutina estable que permita el desarrollo de actividades de aprendizaje y recreación.
La salud física es necesaria e indispensable, pero también lo es la salud mental. Cuidar la estabilidad emocional es clave en la preparación para enfrentar la pandemia desde casa. Poco o nada se habla de los trastornos de la mente, pero todos hemos sentido como, en mayor o menor medida, llegan a afectar profundamente nuestra vida y la de nuestros seres queridos.
Lo peor que podría pasar es que las familias enfrenten, además de los efectos de una crisis económica, más complicaciones mientras se desarrolla la pandemia en el país, que puedan desembocar en conflictos intrafamiliares y escalar el nivel de violencia en el hogar.
Depresión, ansiedad, irritabilidad, sedentarismo y miedo acompañan al estrés generado por la crisis del coronavirus, e impactan en las conductas, como lo demuestra el fenómeno de estigmatización de la persona enferma que tiene un indeseable efecto de incrementar la discriminación y desigualdad. Las vulnerabilidades se exacerban en sectores que tienen recursos limitados y poco o nulo acceso a servicios de salud.
Por todo lo anterior, se requiere también buscar alternativas que fomenten la salud física y emocional. Ya iremos analizando las consecuencias económicas y cómo afectan a cada sector de la población, pero por ahora, necesitamos que se construya una política integral e incluyente que desde el Estado toque esta diversidad de aspectos.