En esta entrevista la arqueóloga platica de uno de sus hallazgos más importantes, la reina roja de Palenque
Carlos Pimentel / Aquínoticias
Es jueves por la noche, un estante de libros se encuadra detrás de un escritorio sencillo que pronto será ocupado por Fanny, quien viste de un traje formal que usó para una conferencia de la que recién salía, un mundo digital se mueve a través de nuestra nueva realidad.
Fanny López Jiménez fue vista nacer en el seno de una familia Chiapaneca por su madre María Elena Jiménez Hernández y su padre Rodolfo López López en Tuxtla Gutiérrez un 8 de marzo de 1967, una fecha que se ha llenado de un peso simbólico a través de los años por el Día Internacional de la Mujer.
Narra su infancia con una sonrisa que se manifiesta a través del recuerdo de un Tuxtla distinto en el cual ella solía jugar con sus amigos a aquellos icónicos juegos que se heredan de generación en generación, tales como tenta, escondidas, la cuerda, etc. Una brecha generacional que es casi incomparable con el Tuxtla que hoy se mueve entre el smog de una plaga constante de vehículos y una pandemia que limita la imaginación de los más chicos.
Por las tardes, recuerda ella con especial cariño, iba a la casa de su abuela a cuidarla, pero en realidad solo era una fachada, puesto que su abuela era cómplice de vivir una infancia llena de juegos ya que la dejaba salir a jugar hasta que regresaran por ella. Inclusive, cuando se juntaba para hacer tareas con sus amigos, su abuela se dedicaba a hacer dulces tradicionales como el empanizado de cacahuate el cual nunca faltaba en la mesa.
Cursó la primaria en la Gustavo Díaz Ordaz, la cual se encontraba a un costado de su casa, por lo que levantarse temprano no le representaba un problema como a la mayoría de su escuela. Sus calificaciones la hacían destacar como una niña aplicada.
Siguió su camino en el Colegio de Niñas, un colegio católico que se encontraba al lado de la catedral de Tuxtla Gutiérrez (posteriormente estaría en la colonia Niño de Atocha y después por la Quinta Norte) apenas inauguraba sus primeros edificios (que hoy en día es un colegio mixto).
Cuando termina esta primera etapa de su vida, cursa la preparatoria en aquella recién inaugurada Prepa 1 ubicada donde ahora mismo se encuentra la facultad de humanidades de la Unicach en Tuxtla (para después ubicarse en la colonia El Retiro, donde se encuentra actualmente la preparatoria) en el turno vespertino, en el cual las salidas rondan las diez de la noche y donde Fanny recuerda que cuando no tomaba camión de regreso debido a la hora, tenía que caminar a través de la oscuridad, para su suerte, aquellos eran tiempos más tranquilos.
Después de su leve resentimiento con las matemáticas y su recién despertado interés por las materias de ciencias sociales, aplica examen para Psicología en la Unicach. El día de los resultados que se encontraban pegados en las paredes de la universidad, no encuentra su nombre. Triste, regresa a casa a darle la noticia a su madre, a la cual concluye en irse a la Unach en San Cristóbal, donde estudiaría Antropología Social donde recibiría una señal definitiva para hallar su verdadera vocación.
«Me encuentro un profesor que me dice: «¿Qué haces aquí? Pudiendo estudiar en la Escuela Nacional de Antropología e Historia Nacional (ENAH) en la Ciudad de México. Lo mismo le va a dar a tus papás mantenerte aquí que mantenerte allá en la Ciudad de México».
Tras estas palabras y sin poder recordar qué poder obtuvo para convencer a sus padres de este cambio, con 20 años, Fanny llega a una ciudad completamente desconocida para estudiar en la ENAH. No fue hasta que, viendo las opciones de carreras para estudiar, que se percató de que en realidad quería estudiar Arqueología. A partir de ese momento, su pasión por la arqueología despierta de verdad.
Cuando comenzó su camino por la carrera, se dio cuenta de que el nivel de exigencia era aún mayor de lo que se esperaba, pero, a pesar de su poca familiaridad con el estado y la otredad que representaba siendo chiapaneca en un grupo lleno en su mayoría de personas provincianas, logró adaptarse a las necesidades que surgieron en aquel entonces.
Durante su estancia conoce a Arnoldo González Cruz en prácticas de campo por Palenque, Chiapas, y también a Sonia Rivera Torres en el sitio arqueológico lagartero. Tan pronto terminó su servicio social con ellos y sus prácticas, el ánimo de volver a su hogar se hizo presente, sin título y con una tesis pendiente, emprendió un viaje de vuelta hacia el Museo Regional de Chiapas, donde su investigación sobre la cerámica Maya con influencia teotihuacana fue impulsada por aquel entonces director del Museo, Carlos Silva, quien le otorgó las llaves del almacén del Museo para su investigación, cosa que hoy en día es casi imposible de conseguir.
Durante su investigación, con aquel entonces presidente Carlos Salinas de Gortari, quien mostraba también interés por la arqueología, aprueba 14 proyectos especiales a lo largo del país, entre ellos Palenque y Toniná, y fue ahí donde Arnoldo la invita a integrarse a un grupo de arqueólogos para trabajar en Palenque.
«Estaba yo en el Museo Regional y cuando llega Arnoldo, me pregunta si quiero trabajar en Palenque. Ni lo acabé de oír y le dije que sí, encantada de la vida».
Así es como, siendo encargada de la bodega de materiales arqueológicos en Palenque donde Fanny da sus primeros pasos hacia el descubrimiento que marcaría su carrera y su vida para siempre. En los primeros días, recuerda con cariño a las personas que estuvieron laborando con ella, entre ellos algunos nombres como Gerardo Fernandez, que hasta la fecha trabaja en la Universidad de Zacatecas.
Mientras ella se encontraba en la bodega, recuerda que, a la hora de la comida, sus compañeros de trabajo llevaban varias historias sobre lo que descubrían enterrado en el sitio. Fanny no podía nada más que acumular su envidia por no poder tomar sus herramientas e ir a excavar. No fue hasta que Alfonso Grave Tirado, un compañero suyo de carrera, estaba trabajando en el «Grupo B» como se les denominaba en Palenque, que le propone que le ayude a excavar una tumba que había encontrado. Alfonso no había terminado la oración cuando Fanny ya se encontraba dispuesta con su equipo hacia la excavación.
Durante aquel momento, Arnoldo es quien la manda hacia la excavación de un montículo cerca de la renovación del Hotel Nututún. Le otorga un equipo de trabajo y un chofer, y quiere que esté de nuevo en Palenque unos momentos antes de la hora de salida de los demás trabajadores para que vuelva a su trabajo en bodega.
En sus primeras excavaciones, veía entierros sin ofrendas, tan solo ver una cuenca pequeña era razón suficiente para que su emoción se desbordara por el campo porque eran pequeñas historias que podía contar a la hora de la comida e integrarse como alguien que también sumaba hallazgos a su historial por más pequeñas que fueran.
Después de que terminara su labor, Arnoldo le propone trabajar en la excavación en una esquina en el Templo de la Cruz y la Cruz Foliada siempre y cuando conservara su trabajo en bodega. Ella nunca vio problema.
Ahora los entierros comenzaban a contener una mayor cantidad de ofrendas; piezas de jade, obsidiana en los dientes, portaincensarios que hoy en día se exhiben en el Museo de Sitio de Palenque, entre otras cosas. Todo lo que un Arqueólogo deseaba tener, le estaba llegando a su temprana edad. Una suma de 7 entierros en cistas y 14 porta incensarios.
Cuando termina, Arnoldo le comenta que lo único que queda es el Templo 13, a un costado del Templo de las Inscripciones a lo largo de la plataforma hasta el Templo de la Calavera, sin embargo, ya en ese momento, varios arqueólogos habían terminado de excavar por esas áreas y solo querían darle una fachada a la entrada de Palenque. Volvió a aceptar sin poner pretextos.
Antes de que pudiese ir hacia la plataforma, el arqueólogo Gerardo Fernandez le dice que se irá de vacaciones porque le dio «El Mal de la Selva», el cual describe como algo similar a una borrachera estando sobrio. Junto con esto, deja que ella se encargue de supervisar a su equipo de trabajo el cual solo le faltaba nivelar el piso.
No tardó más de 1 días en recibir una llamada por parte de sus trabajadores, quienes estaban a punto de terminar y le comentaron que habían encontrado una «Lajita sospechosa» (Una piedra grande tallada). Las posibilidades de encontrar una tumba son altas cada vez que se encuentran este tipo de cosas, por lo que Fanny decidió tomar sus cosas e ir a hacer un registro para corroborar que al levantar la laja, encuentra el porta incensario que actualmente se exhibe en la entrada del Museo de Sitio de Palenque, que además es de rostro femenino. El hallazgo la dejó maravillada a niveles que no se podría imaginar jamás, inclusive, cuando Gerardo vuelve, termina con la misma sorpresa de que tal hallazgo se provocó en su ausencia.
Posteriormente, después de leer los informes del sitio, Fanny traza sus excavaciones con el objetivo de encontrar si existen edificios debajo del Templo de la Calavera o del Templo 13. Cuando llega al Templo de la calavera, comienza a excavar a nivel del piso y baja constantemente para descubrir que hay un templo debajo ya registrado. Cuando por fin llega al nivel de la tierra, rompe el piso y sigue de frente durante casi 6 metros de profundidad. En eso, consulta a Arnoldo para que revisara su excavación y lo que obtuvo fue un regaño bastante fuerte debido a que, si algo salía mal, el templo podría venirse abajo y ambos irían a parar a la cárcel. Con la angustia y la esperanza de que podría hallar algo, Fanny le pide excavar 50 cm más, y si en esos 50 cm no encontraba nada, sellaba todo y se retiraría. El silencio de Arnoldo fue más de sentencia que de aprobación en aquel instante.
No fue hasta que, justamente, después de excavar un poco más, un trabajador se encuentra con un hoyo hueco, el cual deciden revisar con un encendedor. Al iluminar aquel agujero, se encuentran con una tumba llena de piezas de Jade, cinabrio y conchas. Su sorpresa la llevó a tomar la decisión de no avisar por radio para no acumular a la gente en el templo debido a su delicadeza. Con Eugenio, un custodio al que le decían «El Mudillo» debido a que era sordomudo, vigilando la entrada para no dejar entrar a nadie.
Cuando baja a avisarle, ella había trazado ya una excavación en el Templo 13, hoy conocido como el Templo de la Reina Roja, pasa y se encuentra con una puerta que está sellada por fuera y solo queda una rendija. Con señas le pregunta a El Mudillo de dónde salió la entrada y sin saber la respuesta concreta, toma un espejo redondo de bolsillo y lo introduce a través de la rendija para encontrarse con un pasillo que terminaba en una puerta al fondo. Sin saber qué hacer por la exaltación, le ordena a Eugenio que tape la puerta con un plástico para que nadie se asomara e irse hacia la tumba que había encontrado.
Cuando llega al Templo de la Calavera junto a Gerardo, la emoción se desbordó por todo lo que contenía la tumba en su interior. En aquel momento, sellan todo con seguridad para irse al Templo 13, donde le enseña también con el mismo método del espejo, aquel pasillo que encontró más temprano el mismo día. Sin Arnoldo en el campo, lo localizan para pedirle autorización de excavar en los hallazgos que habían hecho, sin embargo, hasta que no llegara, solo tendrían permiso de entrar al pasillo.
«Entrar a ese espacio, fue como atravesar una puerta del tiempo, retroceder de golpe 1300 años atrás, y saber que era la primera que estaba pisando ese espacio después del último maya que estuvo dentro… Todo estaba como si recién lo hubiesen dejado de hacer».
Cuando revisa las paredes, se da cuenta de que hay un aplanado de arcilla con las huellas de las manos de los mayas que estaban trabajando en él.
«Al poner mi mano encima, casi tocándolos, encajaba casi perfecto con la mía».
Un montón de preguntas rondaban por su cabeza mientras su emoción no cabía dentro de sí. Cuando Arnoldo llegó, ella, ansiosa le muestra sus hallazgos lo cual hace que sus excavaciones comiencen. La emoción también invade a Arnoldo. Sus expectativas sobre el sitio crecieron mucho más de lo que se imaginaban.
En esos momentos, ordenan a que le hagan un orificio para saber qué hay detrás de la puerta al final del pasillo. Justo cuando iba a caer la última piedra detrás de esa puerta, mandan a traer la luz. La presión del aire de su interior expulsa al trabajador del bote en el que estaba recargado, con lo cual Fanny aprovecha para asomarse a través del orificio. Apenas se está acostumbrando su vista cuando Arnoldo, ansioso también por ver lo que hay dentro, la baja del bote y con una linterna en mano descubren que acaban de encontrar una tumba mientras uno quita al otro del bote para ver por turnos lo que hay dentro como si de una pelea de niños se tratase.
Ofrendas, entierros al lado de un sarcófago, todo un ritual dentro de aquella tumba. En ese momento, Fanny se atrevió a decirle, con toda la seguridad del mundo y una intuición que hasta hoy en día sigue presente:
«Lo que está adentro de ese sarcófago, es mujer».
Después de esas palabras, recibió una segunda regañada, sin embargo, no fue suficiente para frenar su convicción y mantener sus palabras sobre que, en aquel sarcófago, se encontraba una mujer.
Las especulaciones se hicieron presentes con respecto a que habían hallado a la madre, hija, abuela y sobrina de Pakal, porque al parecer todo giraba en torno al chisme que se había expandido a través de aquellas palabras que pronunció en aquel instante por todo Palenque.
2 meses después, terminan de abrir la tumba de la calavera donde recogieron casi 700 piezas de jade, obsidiana, fragmentos de materiales ocios, etc. Todo para regresar al Templo 13, donde se comienza la planeación del proyecto que rondó los horarios nocturnos. En ese entonces, sin celular, cada media hora mandaban a una persona a la ciudad para hablarle al presidente en Los Pinos, quien se encontraba pendiente de todo lo que sucedía en Palenque. Aquel equipo, lleno de almas jóvenes se les reconocía como «El Kinder Palenque».
Al hacer todos los procedimientos para levantar cuidadosamente la lápida de la tumba, se fijaron en la diadema que tenía y en todas las piezas de Jade, seguramente pertenecientes a una mujer como antes lo había propuesto la arqueóloga. Esa noche se dieron cuenta, gracias a una lluvia demasiado intensa que el templo tenía muchas filtraciones y esa era su principal causa del deterioro.
Después del hallazgo, llega Arturo Romano, un antropólogo físico que analizó los huesos del antiguo encuentro de Pakal El Grande, quien confirma que, aquella persona que se encuentra en el sarcófago, es mujer.
Después de los análisis de dos entierros que se encontraban a un lado, encuentran a un niño de alrededor de 12 años que fue decapitado y a una señora de alrededor de 40 años que le fue sacado el corazón por apuñalamiento por la espalda para alimentar a la tierra de su sangre y ofrecerla a los dioses. Ambos como un acompañamiento hacia la ahora denominada Reina Roja, quien había tenido una muerte natural.
Estos descubrimientos que coincidieron la misma mañana del 11 de abril de 1994 hace que tanto ella como Arnoldo González Cruz y Gerardo Fernandez sean publicados en primera plana en la revista proceso y sean noticia a lo largo del país, y al mismo tiempo, ser invitados a los Pinos para recibir felicitaciones del presidente en persona y explicarle el hallazgo a él y a un congreso de personas experimentadas en arqueología del país.
Sin embargo, el proyecto Palenque comenzó a vivir una situación complicada con respecto a sus trabajadores en aquel entonces 1994, el año donde surgió la revolución zapatista y debido a que quienes laboraban eran zapatistas, pidieron un mejor salario y al dárselo, el presupuesto se fue terminando en pocos años y durante su último trayecto, se quedan poco tiempo «por amor al arte».
Posteriormente, Fanny regresa a la ENAH a presentar su tesis sobre el Templo de la Calavera y logra titularse para después conseguir trabajo en la Unam en San Cristobal como profesora/investigadora durante 15 años. Años después conoce a gente de la Fundación Arqueológica del Nuevo Mundo, con personas de alrededor del mundo que buscaban los orígenes de la civilización mesoamericana, trabaja con ellos en Cintapala y Jiquipilas, reconocen sitios arqueológicos y hace recorridos con arqueólogos por la costa de Chiapas.
En aquel entonces, Fanny propone crear la primera escuela de arqueología en Chiapas y, entre las personas que conoce se encuentra Thomas Lee, quien le comenta que no es posible que en Chiapas no exista una escuela de arqueología teniendo una diversidad y patrimonio cultural de esa magnitud.
Entonces el plantea el proyecto de abrir la escuela de arqueología con el rector de la Unicach Roberto Domínguez Castellanos. Entre todos los diálogos entre ellos y el rector, se convence de abrir la facultad, era octubre de 2009 y para julio de 2010, el rector le dijo que su primera generación estaría entrando. Y así fue como, después de trabajar el plan de estudios junto a su equipo de trabajo con investigadores, fue aprobado por la SEP y la Comisión Estatal de Programas de Estudio en el estado. Y el 26 de julio de 2010, la escuela de Arqueología abrió sus puertas, donde ella fue la coordinadora de la carrera durante 5 años.
Posteriormente aceptó el puesto de Directora del Museo Regional de Chiapas, donde estuvo 3 años para por fin regresar a la escuela donde tiene su plaza a seguir impulsando la carrera de Arqueología.
Actualmente forma parte de varios grupos académicos al cuidado del patrimonio cultural de Chiapas, coordina la carrera en Arqueología, imparte conferencias sobre la Reina Roja y sobre las épocas prehispánicas y todavía espera que la Arqueología siga en pie porque considera que en Chiapas todavía hay mucho por descubrir.