Cuando los principios del gobierno llegan a estar corrompidos, las mejores leyes resultan malas y se vuelven contra el Estado. Montesquieu
Hay que reconocerle un don al presidente de México, la de ser un certero pitoniso. En septiembre de 2016 dijo: «Usan el dinero para comprar lealtades y engañan. Compran votos, trafican con la pobreza de la gente (…) y por eso pueden postular a una vaca o a un burro y gana (…) y son los mismos fulanos y menganos. Puercos y cochinos; cerdos y marranos».
Me es difícil encontrar palabras que con mayor precisión describan lo acontecido en las recientes elecciones. Habrá que agregar que también fue el día en que se mató a la esperanza, si es que aún existía, que en su momento fue la entelequia de partido que nos gobierna. Recordé las palabras de José Vasconcelos: «Tremenda responsabilidad haber despertado en vano la esperanza».
Disculpe amable lector si trasmito un profundo malestar por lo que estamos viviendo, pero le suplico su benevolencia para quienes, con una buena dosis de ingenuidad, la cual es precondición de la ética, fuimos candidatos opositores en el pasado proceso electoral.
Me considero un parlamentario profesional, lo cual acredito fehacientemente, algo poco frecuente en nuestro país. He luchado siempre por la dignidad del Poder Legislativo y por elevar el nivel cultural del debate. Sostengo que no puede haber una buena política sin una buena deliberación en los órganos colegiados, sean de regímenes parlamentarios o presidenciales.
Las funciones más importantes de las cámaras, cortes, dumas o como se llamen, son controlar el ejercicio del poder y amortiguar los conflictos políticos. El Congreso de Estados Unidos cumplió esas tareas en la embestida más peligrosa a la democracia en toda su historia. En Israel ha sido factor esencial de equilibrio por solo mencionar dos casos recientes. Jesús Reyes Heroles solía decir que mientras más se discutía en los recintos institucionales, menos conflictos se daban en la sociedad.
En México estamos viviendo un proceso de desmantelamiento del Estado de derecho que ya de por sí era endeble, o bien una desconsolidación de nuestra democracia mediante dos vías: la extinción de las instituciones, como el Seguro Popular, los fideicomisos y la de hacerlas inservibles como la CNDH o la CRE. Respecto a la Cámara de Diputados, se optó por la segunda.
A pesar de lo mucho que se pueda criticar al sistema que tuvimos el siglo pasado, había legisladores que correspondían a un perfil para defender ideas y políticas, tanto del partido en el poder, como de la oposición. Ese, evidentemente, no es el propósito de AMLO. La 4T no es defendible, él lo sabe y también sabe que no cuenta con legisladores medianamente preparados para ello. Por lo tanto, ha decidido ahogar toda discusión pública. ¿Para qué confrontar ideas si las suyas son las únicas, según él, que benefician al pueblo?
Su instrucción fue tajante: hagan todo lo necesario para ganar, sobre todo en su estado natal donde no permite disidencia alguna. La Secretaría del Bienestar Social se convirtió en la «Secretaría de la Corrupción Social» y los Servidores de la Nación en «corruptores de la nación».
Una acotación final. Mi respeto y admiración para los consejeros del INE. Sin ellos las hazañas de inmoralidad hubieran sido más eficaces. Creo que hay una falla en nuestro sistema jurídico. Somos el único país en el mundo en que el derecho electoral se ha entendido como derecho privado. La autoridad solamente actúa a petición de parte y no de oficio. Es patético el papel del titular de la Fepade, José Agustín Ortiz Pinchetti, un hombre que toda su vida se ostentó como demócrata viene a concluirla como cómplice de un brutal atropello a la voluntad ciudadana.
Y nuevamente la interrogante que cercena nuestra abrumada vida cotidiana: ¿qué hacer? De eso precisamente, abusando de su paciencia, seguiremos ocupándonos.