Fiesta Grande de Chiapa de Corzo, donde las leyendas cobran vida

El espíritu festivo de este pueblo antiguo se renueva cada enero. Al parecer no hay fuerza humana que lo contenga

Juliteh Rodríguez / Portavoz

Como mi raza bailo, enmascarada, en el atrio del templo;
los pies dicen palabras en un idioma lento.
(Fragmento de «A los danzantes de la ferias» de Rosario Castellanos).
En la Heroica Ciudad de Chiapa de Corzo ha dado inicio la Fiesta Grande, patrimonio de la humanidad; ahora el parque se ha vuelto el recinto de colosales estructuras metálicas cubiertas por focos y colores chillantes, los juegos mecánicos. Se despliegan alrededor de La Pila puestos de golosinas, juegos y chácharas al mejor postor, mientras que los paseantes se refugian del inclemente sol bajo la cúpula de la fuente y otros más sacian su sed tomando pozol en un puesto al costado de la Parroquia de Santo Domingo de Guzmán.
La celebración inició el 8 de enero con la danza nocturna de los chuntás, hombres enfundados en huipiles y pliegues de frondosas faldas que coronan su ralo cabello con una trenza postiza y matizan su rostro con coloretes y labial, en caravana visitan casas y recintos al son de flauta de carrizo y tambor representando a la servidumbre de la legendaria María de Angulo, quien era una acaudalada residente de Chiapa de Corzo siglos atrás. Sin embargo, hay otros personajes míticos que reencarnan por estas fechas en quienes les prestan sus cuerpos.

La leyenda

Su danza parece caótica, de movimientos inesperados y saltos bruscos, se trata de los parachicos que año con año se aglomeran en las calles chiapacorceñas en veneración de San Sebastián, el patrono de la festividad.
Cuenta la leyenda que el pequeño hijo de María de Angulo estaba enfermo de gravedad y ningún médico lograba aliviarlo, así que la mujer decidió traerlo a esta ciudad de Chiapas, donde le habían dicho, existía un remedio para su extraño mal. A fin de que su niño se divirtiera ella contrató un grupo de danzantes que hacían gala de su talento «para el chico», término del cual se derivó el actual «parachico».
Asimismo cuentan que de Namandiyigua (Cerro Brujo), un hierbero descendió y se presentó ante la casa de doña María de Angulo y para que la servidumbre lo dejara pasar les dijo que era «para el chico». El hombre portaba una especie de zarape y una vez en el cuarto del pequeño quemó incienso mientras bailaba extrañamente al ritmo de una sonaja, luego ordenó que el infante fuera bañado en las aguas del río Cumbuyujú, después de lo cual sanó de sus dolencias.
En agradecimiento, María de Angulo recorría la ciudad, de la cual se volvió benefactora, y obsequiaba vendimias y arrojaba dinero a los pobladores. Sus abrecampos en estos recorridos eran justamente su servidumbre y los parachicos.

El rito escondido

Otro referente a este colorido personaje chiapaneco es citado en el libro «Refundición de yerros» (Tomo II) de César Corzo, donde se habla de que en la fiesta Xocotlhuetzi (inicio de la primavera), durante la ocupación española, los que salían a bailar llevaban como guía a un indio que agitaba sonajas en ambas manos, quien hacía ruidos y se movía sin orden mientras pronunciaba palabras poco entendibles.
Así también este libro refiere que es posible que los nativos chiapacorceños del tiempo de la conquista pensaran que los españoles eran la reencarnación del Sol Celeste, el cual era enemigo del Sol Terrestre, adorado en Chiapa, por lo que el parachico ha sido una forma de ridiculizarlo.
En tanto que María de Angulo es la referencia de una deidad de la fertilidad, pues según la publicación «Refundición de yerros» (Tomo I) de César Corzo, aunque el apellido es de origen español, los indígenas crearon «una voz semejante para ocultar el antiguo culto a la fertilidad y seguirlo practicando encubiertamente para eludir la persecución española». Esa «voz» es Ants-k»ul-o», es decir, hembra divina del agua.
Por lo que, el recorrido de María de Angulo sobre una carreta, ahora un carro alegórico, para regar o arrojar dinero y vendimias a los pobladores, tiene su origen en un rito pagano dedicado a la Luna, diosa de la fertilidad en Mesoamérica.
Incluso menciona que los chuntás, pueden representar a una deidad de la fertilidad inferior, pues Chun-tat o Chon-tat (del tsotsil) significan «padre culebra», mientras que Chon-taac del tsotsil-mixe es «culebra madre».
Hoy, el parachico no es un sol celeste, un hierbero de Namandiyigua o el danzante para la diversión de un niño. Es la tradición de Chiapa de Corzo transmitida al mundo, hombres con máscaras de madera tallada, de finas facciones, ojos vidriosos y mejillas sonrojadas, cuya corona es una montera de ixtle que finge ser rubio cabello.
Danzan vivazmente entre las calles de Chiapa de Corzo, al ritmo de flauta de carrizo y chiflidos, que acompañan con el dicho: ¡Parachico me pediste, parachico te daré!, ¡y al compás del tamborcito, mi chinchín te sonaré!

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