Por Mauricio Sosa Liévano
Gran parte de lo aquí narrado no podría haberse escrito sin la perseverancia y fortaleza en la defensa de los ideales de Mauricio y Griselda, mis padres. Y vale la pena comenzar este texto así, reconociendo a quienes desde un principio creyeron, junto a miles de mexicanas y mexicanos, en la posibilidad de un mejor futuro. A ellos, que desde niños nos inculcaron a mi hermana Isabel y a mí, la valentía de defender la idea de que otro México sí era posible, uno donde los privilegios de unos cuantos se convirtieran en el beneficio de las mayorías, especialmente de aquellos sectores históricamente desprotegidos y vulnerados, luchando siempre por la premisa fundamental que “por el bien de todas y todos, primero los pobres”.
Los viajes al Distrito Federal en aquel lejano 2005, no fueron por vacaciones, sino más bien la travesía por defender la legalidad, cubriendo con recursos propios esos largos trayectos de más de quince horas, pero impulsados por la convicción de salir a marchar hombro a hombro con miles de mexicanas y mexicanos que enarbolaban la esperanza de un país más justo y democrático. Nuestro líder, un tabasqueño surgido del México profundo, conocedor de las problemáticas y carencias de un sector que no interesaba salvo en tiempos electorales.
Y fue así como marchamos y defendimos en 2005, y también en 2006, cuando nos organizamos en todo el país impulsando un Proyecto Alternativo de Nación, mismo que ganamos en las urnas, pero el sistema político predominante, bajo un escandaloso fraude con la complicidad de la autoridad electoral, manipuló los resultados, logrando con esto únicamente retrasar lo ya inevitable.
Sin perder mayor tiempo, Andrés Manuel convocó inmediatamente a la reorganización, integrando un empadronamiento nacional tomando como base las secciones electorales. El objetivo principal, mantener la resistencia civil mediante el llamado Gobierno Legítimo; dando con esto, sentido de dignidad y lucha al movimiento, y a su vez, comprometiendo a cada convencido de seguir construyendo entre todas y todos, esa base social que nos permitiría avanzar hacia un cambio verdadero.
En varias ocasiones, encontramos en la frustración y el enojo un motor para redoblar esfuerzos; aquel horizonte que veíamos cercano parecía alejarse cada vez más. En nuestro país se vivían tiempos sombríos, quien usurpaba el Ejecutivo, declaraba una trágica guerra que cobraba miles de vidas, y a su vez, fracturaba cada vez más un tejido social que resistía gracias al esfuerzo de millones de familias mexicanas que luchaban por salir adelante. A pesar de lo peor, manteníamos viva la llama de la esperanza. La tarea sería titánica pero no imposible. Comenzaba a vislumbrarse en el porvenir de nuestra nación la articulación social más importante de nuestra historia contemporánea, un movimiento de causas justas, un movimiento por nuestra regeneración nacional.
Pero el 2012 no fue muy diferente, cuando más creímos estar cerca, una fuerte estrategia de operación masiva de compra de votos nos arrebató nuevamente el anhelo de transformación; aunque fue un proceso evidentemente violentado con recursos de dudosa procedencia que superaban con creces los topes fijados por el mismo IFE, sabíamos que no podíamos esperar nada de quienes en ese momento representaban las instancias que se encargarían de validar la elección. El desánimo comenzaba a invadirnos, quizás era un buen momento para recurrir a echar un vistazo a nuestros libros de historia y preguntarnos por qué no existían registros de cambios sustanciales en la vida pública y política de nuestro país por la vía pacífica.
Precisamente en esa elección, junto a mi padre integramos la estructura de Defensa del Voto de nuestro candidato, López Obrador; recorrimos diferentes secciones coordinando a las compañeras y compañeros que, por parte de la coalición, apoyarían representando en las diferentes casillas. Recuerdo que fue una jornada sumamente complicada, durante todo el día a través de redes sociales, cientos de personas denunciaban diferentes violaciones a la legalidad del proceso, lo que ya nos iba proyectando un resultado adverso, consecuencia de todo el entramado fraguado por quienes se resistían a perder sus privilegios. Sin mayor sorpresa, volvimos a quedarnos cerca, pero esta vez quedaba un sabor de boca distinto. ¿Era momento de seguir o de acostumbrarnos a que las cosas simplemente no iban a cambiar? Nos resistíamos a claudicar.
En esos tiempos de confusión, recobraban vigencia aquellas palabras evocadas ante un Zócalo pletórico que, en medio de un masivo silencio por no querer perderse ni una palabra de nuestro referente, miles de mexicanos interpretaban y acataban la máxima de un ideal digno de defenderse a ultranza, “Todo depende de que no nos cansemos de pensar y de ser como somos. Todo depende de la perseverancia, de la terquedad en la defensa de nuestros ideales. Conquistemos el derecho a ser libres, y hagamos de México un país verdaderamente democrático”.
Y lo hicimos.
Ante el ninguneo político, respondimos con organización; ante la desinformación, reforzamos la concientización. Andrés Manuel, con la experiencia ya adquirida de los años, supo identificar que para vencer había que jugar con las reglas de ellos, y ante un posible fraude electoral, una rápida movilización social articulada era crucial. Reforzamos MORENA, le dimos vida institucional, trazamos sus ejes de acción e hicimos nuestras las diferentes luchas históricas como una deuda a saldar a nuestra llegada. En ese momento, la confianza por parte de la ciudadanía a su gobierno y sus instituciones estaban por los suelos, las tendencias de cualquier materia eran sumamente negativas y los pronósticos para el país eran adversos. Pese a eso, el ánimo y la esperanza por instaurar una nueva forma de gobierno nos motivaban a redoblar esfuerzos para cubrir cualquier frente de cara al 2018. La incertidumbre era total. Se comenzaban a respirar aires de transformación nacional.
El trabajo y la dedicación de decenas de años rindieron sus frutos, aquello por lo que miles de mexicanas y mexicanos sacrificaron hasta sus vidas lo lográbamos por la vía democrática y pacífica. La tercera fue la vencida. Una hazaña total, representada por más de treinta millones de personas, que dieron su respaldo al inicio de una transformación profunda. López Obrador y el pueblo de México asumieron una tarea en conjunto, resurgir la grandeza de nuestra patria, redistribuyendo la riqueza con un enfoque de justicia social, rescatando del rezago y deterioro a muchas instituciones de estado, fortaleciendo un esquema prioritario de atención a sectores vulnerables mediante programas sociales e invirtiendo en proyectos estratégicos que abonaran a detonar la economía regional, brindando mayor énfasis al sureste mexicano. Han sido éstas y muchas cosas más por las que durante décadas luchamos y lo seguiremos haciendo, pues esta transformación apenas comienza. Su servidor no pretende juzgar lo positivo y negativo sobre lo ya hecho a través de estos últimos 6 años de gobierno, pues se entiende que esa facultad depende única y exclusivamente de dos factores: el pueblo sabio de México y del transcurrir de los años.
En lo personal, y como apasionado de la historia de nuestro país únicamente queda cuestionarme de lo que fuimos testigos, ¿A caso fue la terquedad de un hombre? ¿Fue la perseverancia ante un ideal? O simplemente fue que en los designios de nuestra historia así estaba marcado.
De aquel joven que, gracias a los pasos de su familia, tuvo la oportunidad de recorrer desde sus inicios la construcción de este movimiento, y de conocer de cerca la figura de Andrés Manuel López Obrador, lo único que me queda por decir, como lo hice desde la plaza pública de algún municipio de Chiapas hasta la más importante de nuestra patria como lo es el Zócalo, hoy y siempre ¡Fue un honor luchar con Obrador!
¡Gracias, señor! ¡Gracias, presidente! ¡Hasta pronto o hasta siempre!