“Ni bien han ocupado el cargo y ya están pensando en el siguiente”. Esto es lo que dice una parte de la población con algunos políticos que, en cargos electivos o de designación, buscan continuar su carrera. Y no lo expresan como reconocimiento.
No puede censurarse este comportamiento. Como personas, tienen el derecho de aspirar a nuevas tareas en la vida pública; precisamente, porque se dedican a eso: a participar activamente en el espacio público para incidir en la sociedad. La del político es una carrera permanente y de alto riesgo, por lo que debe estar cuidando su desempeño en el presente para que en el futuro se le abran nuevas puertas.
Sin embargo, lo que debe ser motivo de atención es la forma en que se busca dar el salto hacia otro trabajo. Apenas ocupan una oficina y ponen a su equipo de colaboradores a explorar las posibilidades para que, a la brevedad, pasen a otra tarea mayor o sean bien vistos por el “gran elector” o la “gran electora” para asegurar su vida política. Para ello, utilizan estrategias conocidas por todos: entrevistas a modo; uso intensivo de las redes sociodigitales para difundir su imagen con la fachada de dar a conocer las acciones institucionales; campañas de cualquier tipo de servicio que, aunque necesarias, e incluso expensadas con recursos propios, violentan la normatividad en cuanto a promoción personal; publicación de libros que son difundidos con tal intensidad como si el autor o autora fuera recipiendario del Premio Cervantes; en fin, el límite es el cielo para darse a conocer. ¿Quiere usted tener otro cargo más importante? Alléguese de publicistas, parece ser la regla.
Insisto, nada tiene de malo es querer ocupar otro puesto, pero hay que dar resultados y estos no aparecen al día uno de haber empezado un trabajo. Por el contrario, el prestigio en la función pública es algo que lleva tiempo en construirse. ¿Cuántas mujeres y cuántos hombres conocidos en la vida nacional, estatal o municipal son reconocidos y recordados por el cumplimiento de sus obligaciones? Esos que tienen “plumajes que cruzan el pantano y no se manchan”, recordando a Salvador Díaz Mirón, el poeta y opositor.
Si bien es cierto que quien se no se mueve, no sale en la foto, parafraseando el famoso dicho de Fidel Velázquez, hoy lo que cuenta es hacer cosas (o parecer que se hace). Aunque, téngase presente, la política es de resistencia, por lo que hay que ir con pasos firmes para llegar a donde se desea. La ciudadanía sabe, porque vive a diario los resultados de las buenas y las malas decisiones políticas y administrativas, quién hace su trabajo y quién solamente usa los recursos públicos para irse a otro lugar.
De regidor a alcalde, luego a diputado local y de ahí a diputado federal. Después, al Senado, tal vez, un cargo de primer nivel en la administración pública; a continuación, la gubernatura y, el sueño para muchas personas: la Presidencia de la República. Esta es, con algunas modificaciones, la trayectoria soñada para una persona que se dedica a la política y que inició en espacios locales. De lo poco a lo mucho. Y no es descabellado que se logre una carrera en ascenso, pero los resultados cuentan. Al menos, en una democracia robusta con ciudadanas y ciudadanos críticos e informados, porque en otro tipo de regímenes, lo que menos cuenta es hacer bien las cosas, al menos, las que beneficien a la mayor cantidad de población.
Soñar en lo más debe ser el aliciente para aquellos que buscan permanecer en el escenario político, pero para que no tengas pesadillas o insomnios hay que cumplir con las obligaciones, situándose en una caja de cristal, en donde todas las personas puedan conocer y evaluar los resultados.