Garra
El sincretismo chiapaneco nos atraviesa y rebasa, es resultado del mestizaje, es origen, presente y porvenir de permanente evolución: culturas, religiones, cosmogonías y cosmovisiones se entrelazan e imbrican en ocasiones de formas sorprendentes. Hoy robo el tiempo de mis amables siete lectores para el “Relato Verídico, Fiel y Fantástico de la aparición de mi Ocelote-Nahual”.
I.
Febrero, unos tres lustros ha. Conduzco mi automóvil con rumbo a Oxchúc. Inicia el carnaval local y he sido instruido para acudir con la representación institucional de mi empleo de entonces.
En lengua Maya-Tseltal, Oxchúc significa “tres nudos”. Pocas veces un nombre representa con tal contundencia lo que describe: un pueblo intenso, generoso y noble pero igualmente obstinado: sus diálogos internos evocan justo esos tres nudos en su nombre. Tres nudos en ocasiones ciegos. Impenetrables. Irresolubles.
La experiencia -completamente inédita para mi- fue asombrosa: toda la jornada en lengua Batsi k’op y unos pocos mestizos-blancos-cuasi-turistas”, absolutamente incapaces de entender. Una sopa de ese chocolate que ellos, los habitantes de Oxchúc viven cuando salen de sus comunidades.
Parte del ritual de bienvenida implicó entregarme y colocarme su traje tradicional, una especie de túnica de manta con bordados en las mangas y el pecho, un morral al hombro, una sonaja de guaje con grecas talladas y una faja de color rojo intenso apretando en la cintura.
Al final, de entre una variedad de animales disecados, sarigüeyas, conejos, incluso una tortuga de río dispuestos para la ocasión, al relator de estos hechos me fue entregado un felino pardo, moteado, de mediano tamaño y colmillos agudos. Con una tira de cuero lo colgué de mi cuello y así atendí la prolongada procesión. Junto con el para entonces todavía ajeno ocelote, bailé al son de las arpas tzeltales mientras bebía pox y avanzábamos de templo en templo por todos los barrios.
Al final de la jornada, asombrado -y asoleado- recibí como obsequio el atuendo. Agradecí y devolví el animal. Emprendí el regreso pensativo de lo vivido, pero ignorante de la marca felina inoculada.
II.
Agosto de ese mismo inexacto año. San Cristóbal de Las Casas. De la nada -aparente- un sitio donde por igual a creyentes y escépticos les es dado conocer cuál es su signo zodiacal según la astrología maya. Valga precisar que a diferencia de los signos zodiacales griegos, los mayas tienen un rango de asignación más amplia. Explico: el signo que corresponde a cada persona de determina tomando en cuenta no sólo el día y el mes de nacimiento sino también el año. Dos personas nacidas por ejemplo ambas un once de Mayo pero de distinto año, tendrán un signo diferente.
Y aquí tienen ustedes amables lectores que continúan hasta este punto la lectura que este cronista optó con curiosidad por asomarse al sitio y consultar la fecha propia, siete-de-abril-del-setenta-y-dos, expresé expectante, como queriendo comprobar que sería más bien conejo, perro o quizás ardilla. Y si, señoras y señores lectores, en ese instante tomaron sentido la túnica, el morral, la larga procesión, la carretera, el sol, el aguardiente y los melancólicos cánticos tseltales. Ahí mismo, asombrado, me dejé abrazar por mi segundo nahual. Entendí.
Oximoronas 1. En Coachella Bad Bunny, Rosalía y Black Pink encabezando cartel. Tiempos de globalización, inmediatez y soft power.
Oximoronas 2. Macron en Francia aumenta la edad para la jubilación mientras Boric disminuye la jornada semanal de 45 a 40 horas. En Francia la economía aprieta a la justicia social y en Chile la justicia social intentará no reventar la economía. Lo dicho: gobernar es diametralmente distinto a prometer.
Oximoronas 3. ¿Quién es ese joven llamado “Peso Pluma”? Alguien que me explique por favor qué es lo que hace, por qué su “éxito” y si terminó la secundaria.