Galimatías / Ernesto Gómez Pananá

Efectos secundarios II

La letra.
De los recuerdos de secundaria podría escribir semanas y meses enteros tal vez. Hoy, concretamente atiendo al pendiente y entrego esta segunda parte de algunas vivencias de adolescente en los pasillos de la secundaria “López Mateos”.

Además de la estatura, en mi paso por la secundaria me hice conocido por la singularidad de mi caligrafía: abigarrada, ininteligible, intensa. Solo yo mismo era capaz de traducir aquello que yo mismo había escrito. Y a veces ni yo.

En aquellos tiempos aún no existían las computadoras domésticas y cualquier tarea debía realizarse escrupulosamente a mano. El terror. En mi clase de español de primer año logré avances y pude entregar tareas aprobatorias en -vaya reto-, hojas blancas sin “rayitas” para no “irse chueco”. El profe Maldonado me ponía ochos que me sabían a diez.

Para el segundo y tercer grado, mi caligrafía seguía siendo un desafío. En materias como biología o civismo, a indicación de los profesores, los exámenes los calificábamos entre nosotros mismos. Sobra decir que aquel que tenía el infortunio de calificar el mío, sufría tremendamente, pero más sufría yo ante el riesgo de que me tacharan mis jeroglíficos y me ganara un cinco. Por fortuna delante de mi se sentaba un ángel traductor que poseía el “don celestial de la interpretación de las lenguas” -en este caso las escritas-. Solo gracias a la colaboración del compañera Marycruz es que mis exámenes pudieron ser interpretados y yo terminé la secundaria en los tres años reglamentarios.

Los talleres.
En aquel tiempo, en la secundaria funcionaban numerosos talleres, algunos mixtos, algunos sólo para chicas o únicamente para varones. No puedo dar cuenta de los femeninos pero en los de los varones, operaba una suerte de meritocracia inevitable. Hago memoria:

Para el género masculino puedo recordar los talleres de carpintería, electrónica y estructuras metálicas. Los talleres de taquimecanografía y artes plásticas eran mixtos.

Artes plásticas era para los estudiantes cool, con habilidades para el dibujo -no sobra precisar que tampoco era lo mío-, lo conformaban jóvenes con mezcla entre estudiosos y desma-strosos. No faltó el retrato de la joven amada en carboncillo o acuarelas. Ser aceptado en este taller era una de las tareas de más alta complejidad en la cadena alimenticia secundariana-aborrescente.

Para el caso del taller de electrónica debo decir que era el top de la cadena: ingresar al taller de “El tamalito” implicaba tener ambiciones de alto nivel tecnológico, aquella requerida para construir una caja de toques, un sensor de movimiento o un set de luces audiorrítmicas para bailar los ochenteros éxitos de Michael Jackson. Para pertenecer a este taller no solo se requería ser “cool” sino también tener papás “acomodados” para comprar los materiales requeridos: ahí concurrían los fresas entre los fresas.

El taller de carpintería se ubicaba en la parte intermedia de la cadena. Era una especie de limbo o de intermezzo al que tal vez nadie peleaba por entrar pero del que tampoco nadie rehuía con vergüenza: con el “Maestro Chacha” no reprobabas, los materiales no eran tan costosos ni tampoco había una necesidad permanente de comprarlos. Aquí no calificaban la conducta ni los avances de tu trabajo: podías pasarte semanas lijando un pedazo de madera y listo. Cero problema. En mi defensa debo decir que lo poco o mucho que sé de este noble oficio lo aprendí entre aquí y la primaria, donde esta actividad fue materia obligada durante seis años.

En el fondo del océano se encontraba el taller de estructuras metálicas, una materia en la que “te enseñaban” a cortar, moldear y soldar materiales metálicos y en el que la máxima aspiración podía ser la de construir una mecedora o una pesada mesa de centro. Quedar en este taller era como el infierno. Acá venían aquellos que habían sido descartados para clasificar -but of course- a electrónica, y también a artes plásticas. No por cool pero si por riguroso, incalificables para taquimecanografía y de plano también para ir con los “barcos” a carpintería. En la escala social de aquella secundaria, solo había una cosa “peor” que ser parte de estructuras metálicas: ir en estructuras metálicas pero en el turno vespertino.

Oximoronas 1. Fin de un ciclo con los más altos niveles de popularidad, una violencia simbólica nunca antes vista, protagonistas renacidos y un protagonista sociópata fuera de la jugada. Si, hoy concluye “La casa de los famosos” en su segunda temporada.

Oximoronas 2. Hace unas pocas semanas iniciamos con el camarada Migue Ballinas el proyecto “entre.semana podcast”, análisis de fondo de los temas de coyuntura. Emisiones nuevas cada miércoles. Ya disponible en YouTube y Spotify. Se apreciarán los endorfínicos “likes”, los dopamínicos “compartir” y los serotonínicos comentarios.

Oximoronas 3. Debo decir en mi descargo que con el tiempo -mucho-, mi caligrafía evolucionó y a eso de los 40 años alcancé una pulcritud promedio. Prueba superada.

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