Galimatías / Ernesto Gómez Pananá

Deberes I

Por razones domésticas, este fin de semana evoqué la experiencia de “hacer tareas” escolares: a mi memoria, a mi estómago y a mi sistema nervioso llegaron de golpe escenas que no obstante el tiempo transcurrido, asombrosamente se conservan en mi “disco duro”. Permítaseme retratarlas sucintamente en esta galimatística “tarea dominical”.

Dos páginas.
Uno de los mayores aciertos del sistema educativo de aquel tiempo fueron los libros gratuitos: ciencias sociales, ciencias naturales, matemáticas, español-ejercicios y, elpadredetodosloslibrosdetexto, el ejemplar de “español-lecturas”, gracias al que pude por primera ocasión leer pinceladas de clásicos mexicanos y universales. Claramente recuerdo, por ejemplo, “La Feria”, un fragmento del texto del maestro Juan José Arreola. Una mara villa. Pero regreso a las tareas, antes de que mis querides diecinueve lectores me reprueben.

En el primer año de primaria se establecen los cimientos de la lectoescritura y una parte importante de la práctica pasa por el ejercicio de transcribir lecturas, de leer primero y escribir posteriormente en el cuaderno fragmentos específicos.

El libro de lecturas iniciaba con microtextos, uno sobre un balero, algunas adivinanzas, alguna estrofa de un poema de Amado Nervo. Curiosear el libro era descubrir poco a poco textos más elaborados y más “extensos” y así, por allá del último tercio del libro, se asomaba un texto no de media página ni tampoco de una sin ilustraciones, no. El texto colosal abarcaba dos “enormes” páginas que llegado el momento tocaría transcribir. Era al mismo tiempo un reto aterrador y desafiante. Llegaría ese día en que mi protolectoescritura avanzaría de tal forma que “la dejarían de tarea”. Las semana y los meses transcurrieron y esa tarde llegó: me recuerdo -este disco duro y sus priorizaciones-, me recuerdo sentado en el corredor de casa de mi abuela, de cara al patio. El cuaderno y el lápiz acomodados y listos y frente a ellos, erguido, con sus tremendas páginas abiertas de par en par, retándome a copiar cada uno de sus párrafos el libro de lecturas. El texto se titulaba “Los pájaros” y en sus ilustraciones aparecía una parvada de gaviotas volando en un cielo azul seminublado. El cielo en casa de mi abuela se miraba igual.

Kennedy.
Desde la primaria -y desde mi ADN-, mis habilidades gráficas son limitadas, dibujo con la destreza de un niño de 6 años. No hay más.

Resulta entonces que en segundo de secundaria, en la materia de inglés, el tema de la unidad fue la vida de John F. Kennedy. Su origen, su obra y su tragedia, y qué mejor forma de consolidar lo aprendido sobre el político norteamericano que escribiendo su biografía. Pues no estimades y bilingües lectores. No. Resulta que la innovadora estrategia de aprendizaje establecía que para aprenderse bien la vida de Kennedy había que di-bu-jar-un-re-tra-to del personaje. Terror académico absoluto.

Como todo, había que resolver la tarea sin la para entonces inimaginable inteligencia artificial ni nada siquiera remoto. Se trataba de hacer el retrato a lápiz y con mano alzada.

Cómo puede suponerse, pasé varias tardes cavilando cómo resolver tamaña tarea hasta que atiné a una solución creativa e imbatible. Presuroso tomé el ejemplar de “Cuba para principiantes” del librero familiar y busqué en sus páginas alguna imagen del personaje en cuestión: ahí, en la página 75 aparecía en el recuadro el rostro caricaturizado de Kennedy. Un Kennedy dientón y pecoso y pues a darle: una fotocopia, de ahí una ampliación y un cuadriculado encima. Se trataba de dibujar con esa técnica de principiante incapaz.

Habré tardado cuatro tardes en terminar mi retrato. Lo rotulé con mi nombre y demás datos y lo puse en un folder. No sin picardía lo presenté al día siguiente a la maestra, quien al recibirlo primero miró entre sorprendida y desconcertada. Aquello parecía una broma. Al final, a mi Kennedy no lo llevaron al concurso regional, aunque si me pusieron ocho. Sigo sin saber dibujar. Ni a Kennedy..

Oximoronas 1. Marcelo Pérez, párroco de Pantelhó es asesinado hace unas horas al terminar de oficiar misa en un barrio de San Cristóbal. Sigue lloviendo en Chiapas.

Oximoronas 2. Culpable. Treinta y nueve años para García Luna. EEUU es el gran hermano que nos vigila permanentemente, para usar la información convenientemente. Somos rehenes en esta vecindad.

Oximoronas 3. La segunda entrega sobre las “tareas escolares” llegará cualquier domingo venidero, sin esperarse, así como un “examen sorpresa”.

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