Sí a la revisión de mochilas
El viernes pasado, supimos de la tragedia de un colegio en Torreón Coahuila, donde un jovencito de once años decidió llevar a la escuela dos armas que su abuelo tenía en casa, para disparar a sus compañeros de clase, a su maestra, y al final a él mismo. Tragedia por dónde se le vea.
Pocos días antes, tuvimos también la noticia de una «banda de secuestradores», todos menores de edad, que lideraba un jovencito de catorce años, apodado «El Ojitos», en tanto que es hijo del difunto Felipe de Jesús Pérez Luna, alias «El Ojos», líder del Cartel de Tláhuac, organización dedicada al narcotráfico, la extorsión y… el secuestro.
El niño de Torreón llegó a la escuela, se despidió de varios de sus compañeros diciendo que era «su último día en la escuela»; poco después de las ocho de la mañana fue al baño para quitarse el uniforme y ponerse un atuendo similar al que vestían los jóvenes que perpetraron el tiroteo fatal en Columbine Colorado, en 1999, diez años antes de que él naciera.
Al ver la tardanza en el baño, la maestra de grupo fue al baño y ambos se toparon en el patio. Ahí, el jovencito asesinó a su profesora, hirió a otro maestro y a varios compañeros y terminó suicidándose. Fatal. Trágico.
En Tláhuac, la tragedia es de dimensiones similares. El adolescente que «jugaba» a tener su propia banda y secuestrar, es el más pequeño de una docena de hijos de El Ojos. El año pasado, el hermano mayor, también fue detenido, acusado de homicidio, narcomenudeo y posesión de armas. Esto sin contar a otros cinco vástagos que se encuentran también detenidos, junto con una hermana y un yerno del mentado Ojos. «Empresa» familiar plena.
En el caso de Torreón, la primera reacción de la autoridad estatal fue anunciar el socorrido operativo «Mochila Segura». Durante algunas semanas se instalarán filtros a la entrada de las escuelas y con denuedo se confiscarán tijeras, cutters y posiblemente algunos encendedores y cigarros. La autoridad subestima la inteligencia y la sensibilidad de los niños y las niñas. Desde su «adultocentrismo» los asume lo suficientemente estúpidos como para intentar meter armas a través del filtro de revisión de mochilas.
En mi opinión, el asunto de la mochila tienes dos lecturas. La de líneas arriba, corta e insuficiente, pero tiene también otra, irónica, sarcástica, incluso metafórica. Me explico.
Para evitar tragedias como las de Columbine o Torreón, para evitar conductas como las de los jovencitos de Tláhuac, la revisión de mochilas sí puede ser muy útil y pertinente. Pero no me refiero a tomar la mochila que los menores usan para guardar sus libros y cuadernos. No. Me refiero a lo que coloquialmente entendemos como la carga de sentimientos, vivencias, experiencias que las personas vamos viviendo y guardando y que se acumulan, que invariablemente pesan y afectan nuestra vida. Esa es la mochila que sí hay que revisar a cada uno de los niños y niñas de Torreón y de cada escuela de nuestro país.
Ciertamente los videojuegos no son el problema -no aisladamente-, el problema en conjunto si debiera considerar infancias en el abandono: Niñas y niños que desde bebés pasan horas en la tablet o en el teléfono inteligente para después pasar a los videojuegos de todo tipo o a cualquier tipo de dispositivo.
Niñas y niños que conviven tardes enteras con una pantalla y que entienden el mundo desde ahí, desde esa realidad virtual. Niñas y niños cuyos tutores son el you tube o alguna otra aplicación aparentemente inocua.
Todo esto sin soslayar la generalizada normalización de la violencia que vivimos a diario: narcoseries, empistolados en la calle, ejecuciones a diestra y siniestra, acosos escolar, feminicidios. Un caldo perfecto para el caos violento.
La ruta de salida es larga y compleja. Hay que revisar todas las mochilas emocionales, limpiarlas, aligerarlas, llenarlas de herramientas para la convivencia armónica y el equilibrio emocional. Va a llevar tiempo.
Oximoronas. Tres feminicidios en Chiapas en lo que va del año. Somos nosotros, los varones. Nos guste o no.