Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Venustiano, Belisario y Bartolomé

En 1994, el primer día de enero, Chiapas y el país entero despertamos con la noticia de una guerrilla que se levantaba en armas para protestar contra el gobierno. El surgimiento del Ejército Zapatista marcó un antes y un después en nuestra historia contemporánea. Su fuerza mediática atrajo todos los reflectores, pero en Chiapas, las batallas sociales por un mejor futuro no solo se daban en Los Altos ni solo en la Selva Lacandona. La lucha se daba también en el Soconusco, en Tapachula, o a orillas de la presa hidroeléctrica Belisario Domínguez, en el municipio de Venustiano Carranza.

Fundado por monjes dominicos a mediados del siglo XVI, originalmente se llamó San Bartolomé de Los Llanos y no es sino hasta 1934 cuando el gobernador Joaquín Miguel Gutiérrez ordena cambiar su nombre por el del coahuilense Venustiano Carranza. En esa región, en 1969 se construiría la Presa Hidroeléctrica Belisario Domínguez.

Hay dos maneras de mirar lo que hoy sucede en el municipio de Venustiano Carranza. Un sitio con una intensa y añeja lucha campesina, o un sitio con permanentes problemas, bloqueos, violencia y muertes. En ambas la coincidencia es que no existen ni estabilidad, ni justicia, ni equidad ni paz.

A lo largo de décadas, los esfuerzos gubernamentales se han concentrado en contener, en impedir que el delicado equilibro que en ocasiones se logra, no se rompa. Ha faltado pareciera, ir al fondo y resolver no solo los síntomas sino las causas de la enfermedad. A lo largo de los años la situación -de violencia o injusticia, como se le prefiera ver- se ha normalizado, se ha convertido en lo normal. Es necesario romper esa cadena. Iniciar esa ruta demanda tres tareas:

  1. Reconocimiento de la situación. Para alcanzar la paz -o la justicia-, es necesario reconocer que ésta no se tiene. Los niveles de violencia en la región hablan por sí solos, los mecanismos de confrontación, el bloqueo reciente -si no es que puede llamarse sitio- de la cabecera municipal y el intercambio de rehenes por fallecidos son prácticas que hablan de lo hechos que subyacen: es necesario un trabajo político no solo remedial sino preventivo-correctivo de largo aliento y eso pasa primeramente por reconocer que en la región, al igual que en Chenalhó-Aldama, por poner otro ejemplo, hay un problema importante, y reconocerlo pasa por atenderlo no únicamente cuando ya es un foco rojo o cuando la zona ya prendió fuego, reconociendo que todo lo intentado hasta el día de hoy no ha fructificado.
  2. Reencuentro a través del diálogo. No hace mucho se reformó el artículo 17 de nuestra constitución de modo tal que se privilegia la solución del conflicto sobre los formalismos procedimentales. Esto significa abrir espacio para que los Medios Alternativos de Solución de Conflictos (MASC) sean el primer vehículo para solucionar disputas entre ciudadanos o colectivos. Es sin duda un gran paso institucional. Sigue pendiente dotar de mayor fuerza institucional e impacto social a este nuevo modelo de procuración de justicia: ¿qué hay que hacer? la solución no es simple ni única ni tampoco inmediata, pero demanda diálogo y comunicación permanente con las fuerzas en riesgo de confrontación; demanda escucha para la gestión de soluciones y no únicamente para efectos de inteligencia.
  3. Reconciliación a través de una Educación Cultura de Paz. Para lograr la paz, luego del reconocimiento y el reencuentro, es necesaria la reconciliación. En tanto que se ha procurado negar o al menos minimizar el conflicto, no existen antecedentes de programas institucionales de mediación y cultura de paz sólidos. Si acaso hoy se promueven aquellos que atacan al acoso escolar o la violencia contra las mujeres. Habría que ir más allá para que la región deje de ser solo noticia en la sección de nota roja y pase a ser noticia por su desarrollo agropecuario, por el crecimiento de sus niveles de bienestar o por su incremento en egresados universitarios. En una región como esa, urge educar para la paz a las siguientes generaciones, esas que aún no aprenden que la vida es un bien canjeable por tierras. Como sociedad, necesitamos estrategias de alfabetización formal e informal en la cultura de la paz.

Alfabetización formal: Implementación masiva y permanente de programas educativos en cultura de paz en los niveles desde preescolar y hasta medio superior y Alfabetización informal: detener la apología del crimen organizado, combatir su promoción como modelo aspiracional, promover el diálogo como mecanismo de conciliación interpersonal y promover la cultura de paz como modelo de convivencia: Promover el diálogo y la cultura de paz con la misma fuerza que se promueven el voto o se combate la obesidad.

Oximoronas. Titulé esta colaboración así, Venustiano, Belisario y Bartolomé porque, con sus profundas diferencias, a estos tres personajes los une una característica común: La palabra. Venustiano operó políticamente, dialogó, convocó a la Convención de Aguascalientes como mecanismo de concertación para lograr la paz. Belisario combatió con palabras, no con violencia, al dictador Victoriano Huerta. Sus palabras fueron su única arma. Bartolomé fue, según el Antiguo Testamento, un apóstol de Jesús y como tal, se dedicó a promover con palabras, las palabras del Maestro. Solo hablando y encontrándonos, alcanzaremos la paz.

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