Galimatias / Ernesto Gmez Panana

Efervescencia americana y filosofía europea

En el Galimatías de hoy, quiero iniciar citando un par de frases de política que considero oportunas y contundentes.

La primera es del presidente norteamericano Dwigth D. Eisenhower, quien dijo, «La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano» y la segunda del escritor francés Víctor Hugo, quien señaló que «entre un gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa.

Ambas frases coinciden en la necesidad de que la ciudadanía-con frecuencia ajena o francamente reactiva a participar en política- asuma su papel como responsable de elegir y vigilar a las personas contratadas para las tareas de gobierno, y traigo esto a colación por lo que en las semanas recientes sucede en todo el continente americano. Hago un breve recorrido por nuestra surreal escena sociopolítica:

Perú. Su realidad hoy tiene vasos comunicantes que llegan hasta 1990. Ese año, un ingeniero de ascendencia japonesa recorría las ciudades y el campo peruanos, refrescando con su discurso y sus propuestas el futuro para sus habitantes. Era un ciudadano común desafiando a la clase política. Alberto Fujimori gobernó ocho años. Terminó en la cárcel, en medio de escandalosas acusaciones de corrupción. Hoy, su hija busca la presidencia para ella y desde ahí, la libertad para su padre.

Colombia. La situación en Colombia hoy es intensa. Semanas de levantamientos de un amplio sector de la población, particularmente en zonas urbanas ¿La razón? El gobierno del presidente Duque Márquez -no dejan de ser curiosos sus apellidos aristocráticos- anunció nuevos impuestos para recuperarse de los gastos extraordinarios que la pandemia ha provocado.

La clase media y los estudiantes enfurecieron. El presidente anunció la marcha atrás de dichos impuestos pero ya no fue suficiente. Los grupos sublevados piden cambios de fondo a las políticas del actual gobierno, especialmente en el combate a la pandemia y respecto al funcionamiento de las fuerzas policiales.

Lo interesante aquí es que, luego de un largo periodo de violencia asociada al narcotráfico (a finales de los noventa, fueron asesinados tres candidatos presidenciales en campaña-, está nación caribe logró también estabilizar su sistema electoral, de tal suerte que las sucesiones presidenciales se dan sin conflictos y en alternancia partidista: César Gaviria, primer presidente con una nueva constitución. Señalado por encarcelar a Pablo Escobar en condiciones de privilegio; Ernesto Samper, acusado de recibir financiamiento de los carteles de la droga; Andrés Pastrana, criticado por sus largos y frecuentes viajes al extranjero -presidente turista le decían-; Álvaro Uribe, un político metódico y disciplinado al que se señaló por haber ejecutado civiles en operativos simulados en los que las pruebas periciales se falseaban a fin de aparentar mejores resultados en el combate a la delincuencia organizada; Juan Manuel Santos, señalado como otro más de los políticos salpicados -o empapados- por los sobornos de Odebrecht. Corrupción. La política hermanada con la corrupción en cualquiera de sus acepciones. El sucesor y actual presidente vive ahora su propio infierno.

Nicaragua. En los años ochentas, esa pequeña nación de Centroamérica vivió la Revolución Sandinista. Sus comandantes derrocaron al dictador Somoza. Llenos de esperanza se hicieron del poder. Ortega encabezó el gobierno colectivo de reconstrucción de 1981 a 1984; de 1984 a 1990 ya fungió como presidente y jefe de estado; hasta ahí, un ejercicio falible pero todavía razonable. Pero el poder es tóxico y al llegar a él, se contaminan inevitablemente incluso las más sólidas convicciones, decía Saramago. Acostumbrado al poder -malacostumbrado tal vez- Ortega buscó la presidencia sin éxito en 1990, 1996 y 2001. Lo logró en 2006 y ahí sigue, reelecto en 2011 y 2016 y si esto no bastara, habría que agregar que la vicepresidencia en el actual periodo la ocupa su esposa, Rosario Murillo. Una ironía llegar al poder para combatir a un dictador y terminar ejerciéndolo como caricatura de otro.

El Salvador. Del presidente y el contexto sociopolítico salvadoreño escribí en esta columna hace algunas semanas. Un presidente popular y carismático que gobierna desde twitter y que se asume demócrata, aunque camine, nade y grazne como pato. Luego de ganar la presidencia, se hizo de la mayoría en el poder legislativo y acaba de disolver recientemente el poder judicial. Hoy, controla los tres poderes en ese país. Lo que sigue es la reelección por el siguiente periodo, sin descartar algunos más.

Oximoronas. El poder aleja a muchos y es la droga de algunos. Mejores gobiernos son resultado de ciudadanos involucrados y participativos. Recupero aquí dos frases más que complementan la columna de hoy:

El pensador ruso Mijail Bakúnin afirmó que «Los estados poderosos sólo pueden sostenerse por el crimen. Los estados pequeños sólo son virtuosos porque son débiles», Entre más pequeño -en territorio, población o economía- más frágiles sus instituciones y mayor el riesgo de inestabilidad democrática.

Napoleón, el estratega francés afirmó que «la altura del soberano depende de la altura de su pueblo» y vaya que metafóricamente sabía de eso, pues pasó a la historia como un político de baja estatura, y la última, también de un intelectual francés poco reconocido, el médico François Quesnay, quien sostenía que ninguna tiranía -despotismo lo llamaba él- era posible, si la sociedad está ilustrada.

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