20 meses después de la incursión del grupo terrorista Hamás a suelo israelí que se saldó con 1,200 muertos y 300 rehenes, la represalia que vino después está convirtiendo el estrecho territorio de Gaza en un cementerio a cielo abierto. No queda casi ningún edificio en pie y los indiscriminados bombardeos se enfocan a aniquilar gente y arrasar lo arrasado.
Israel dice atacar objetivos terroristas pero su ofensiva va dirigida contra campamentos de refugiados y hospitales en los que viven hacinados y hambrientos niños, mujeres y ancianos indefensos. Las grandes potencias han sido incapaces de parar la locura militar de Benjamín Netanyahu y sus aliados ultras que han ignorado todas y cada una de las resoluciones dictadas por organismos multilaterales.
Al Estado Hebreo no le hacen mella las críticas sobre el genocidio (no no es guerra, es genocidio) que comete diariamente contra un pueblo indefenso y débil al que busca humillar, aplastar y expulsar por todos los medios; ante la indiferencia mundial, está a punto de lograrlo. Europa se ha movilizado tímidamente en días recientes. Madrid acogió una cumbre de ministros de exteriores árabes y europeos para condenar y exigir un alto a la agresión militar.
El flamante canciller alemán Friedrich Merz habló claro al señalar que no entiende con qué objetivo se hace la ofensiva del ejército israelí en la Franja de Gaza. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen subió el tono al manifestar que la escalada y el uso desproporcionado de la fuerza contra civiles no pueden justificarse en virtud del derecho humanitario e internacional.
Pero Europa no parece ir más allá. Varios países le venden armamento a Israel que además se estaría usando contra la población palestina. El poder económico y el lobby judío es determinante para frenar exhortos y resoluciones que van contra sus intereses. Además, Netanyahu aun goza de apoyo interno en su coalición y la complicidad externa de Trump.
Mientras la diplomacia se toma su tiempo, el sufrimiento de los gazatíes es cada vez más profundo. Israel hace del hambre un arma de guerra: al tiempo que prohíbe el ingreso de ayuda humanitaria a la Franjacreó una Fundación Humanitaria duramente criticada por agencias de la ONU, que provee suministros para paliar la crisis humanitaria. Las escenas de desesperación por conseguir una caja con insumos indignan y conmueven. El ataque a escuelas y hospitales viendo morir quemados a decenas es insoportable.
Desde hace 11 semanas cuando se suspendió el alto al fuego, no entra ningún tipo de ayuda a Gaza, ni alimentos ni medicinas, solo bombas. 80% del territorio palestino está ya controlado por el ejército israelí que diariamente lanza volantes en árabe para pedir a la población gazatí que abandone zonas de riesgo ante el avance militar.
En medio del infierno que observa el mundo entero, 17,000 madres y 71,000 niñas y niños se encuentran en riesgo de desnutrición aguda según Naciones Unidas.
Las denuncias y las resoluciones contra Israel resultan inútiles y chocan con su beligerancia verbal. Nadie ha podido (o querido) frenar la atrocidad en forma de genocidio contra un pueblo históricamente golpeado. Los muertos en la Franja por la ofensiva israelí superan los 54,000 de los que más de la mitad son mujeres y niños.
La crueldad ya no tiene límite frente a un mundo deshumanizado e impávido donde el poder del dinero israelí corrompe y mata.